Animales de apoyo emocional: ¿bienestar o negocio?
Los animales de apoyo emocional son una alternativa que se recomienda como parte de ciertos tratamientos de salud mental. Sin embargo, vacíos legales han permitido que algunas personas los usen para obtener privilegios y otras para ganar dinero con las certificaciones que los autorizan. ¿Cuánto hay de apoyo emocional y cuánto de negocio alrededor de estos animales?
ompartir con un animal, acompañarlo y tocarlo es algo que muchos buscamos y que para algunas personas es una recomendación clínica. Ahí entran los animales de apoyo emocional: mascotas que nos brindan bienestar y que tienen el aval de un profesional de la salud mental para acompañarnos donde otros animales no podrían. El punto controversial es ese aval: una carta, un certificado que dice que alguien tiene que estar con su mascota todo el día, en todas partes, gústele a quien le guste, y cuya expedición se convirtió en un negocio.
Quizá todo empezó como un rumor. Si un psiquiatra o psicólogo te firma una carta diciendo que tu mascota es un animal de apoyo emocional, puedes viajar con ella en avión, en la cabina y además, gratis. Con el papel también te dejan entrar con su compañía al centro comercial, a los restaurantes, ¡al supermercado! Ni siquiera tienes que llamar a la EPS: con una googleada encuentras a alguien que ofrezca certificados de animales de apoyo emocional “validados por muchos pasajeros y pacientes” que se pueden solicitar por WhatsApp. Si ese trámite parece tedioso puedes ir a Amazon, comprar el documento (mejor si viene con carpeta de cuero) y de paso llevar un arnés reflectante, transpirable y ajustable para ponerle a tu mascota.
Los animales de apoyo emocional, como lo define el Colegio Colombiano de Psicólogos, son aquellos que tienen “un fuerte vínculo con pacientes de estructuras emocionalmente frágiles”, y que prestan “un apoyo emocional no vital”. Son mascotas, y para poder reconocerlas como un apoyo emocional, un profesional de la salud mental debe diagnosticar a su dueño, prescribir que la mascota hace parte de su tratamiento y ponerlo por escrito.
Margarita Posada es escritora, periodista y autora del libro Las muertes chiquitas. Tiene un trastorno afectivo bipolar que causa episodios depresivos profundos, y también tiene a Primo, un gran danés de 4 años al que cuida con compromiso, cariño y respeto. Ese cuidado tiene un impacto en Margarita: “Cuando uno tiene depresión y le falta potencia para pararse de la cama, pero el animal lo obliga porque tiene que hacer pipí, eso se convierte en algo terapéutico inmediatamente. Saber que necesita alimento, tener que darle un paseo... Esas son cosas que una persona en un episodio depresivo agradece porque lo amarran. Es como anteponer las necesidades de otro a las tuyas. Al final, el apoyo emocional consiste en cuidar de otro”.
El neuropsicólogo clínico, experto en intervenciones asistidas con animales y docente de la Fundación Universitaria Sanitas Yonatan Rojas explica que los animales de apoyo emocional “ofrecen conductas y pensamientos alternativos a personas que están en un estado de inestabilidad emocional” y que pueden ser un buen complemento para el tratamiento de un paciente. Estos animales no están entrenados para cumplir ningún objetivo. No son, por ejemplo, como los perros que trabajan guiando a personas ciegas, o los que pueden detectar cuando su dueño está teniendo un ataque epiléptico y dan la voz de alarma. Su capacidad de ser un apoyo emocional es más bien inherente a su condición de animales domesticados: son perros que necesitan salir a hacer pipí tres veces al día y que a cambio ofrecen la obligación de pararse de la cama, o gatos que buscan caricias y te dan la oportunidad de controlar tu respiración mientras pasas tu mano por su lomo.
El psiquiatra de Margarita certificó a Primo como su animal de apoyo emocional para que ambos pudieran estar juntos la mayor cantidad de tiempo posible, de modo que ella pudiera darle la calidad de vida que quiere para él y sentir el bienestar emocional que ello le genera.
Luego de que su jefe y sus colegas estuvieron de acuerdo, Margarita usó el certificado para lograr que Primo pudiera entrar al edificio donde estaba su oficina (por las tardes, después de pasar toda la mañana en un colegio) y también voló una vez con él a Cali. Y la verdad es que podría haber hecho más: “yo podría estar viajando con Primo a donde me diera la gana, pero no lo he hecho porque no creo que incomodar a los demás me dé ningún bienestar emocional, y mucho menos que eso le va a dar bienestar al perro”. Si el perro está mejor en otro lugar que no sea con ella, le da más apoyo emocional así.
Primo no es lo único que mantiene a Margarita a flote: ella lleva años de tratamiento con diferentes profesionales de la salud mental, ha tomado medicación y también practica yoga con disciplina. Su perro le “ayuda a sanar cosas que otros ya tienen sanas”, pero no es, “ni a bate”, lo único. Como en el caso de Margarita, un animal de apoyo emocional debería ser una parte de un proceso terapéutico que además debería estar supervisado por un profesional de la salud mental. Pero no hay ninguna regla que ordene esta regulación estricta.
La viveza –esa práctica de tomar ventaja haciendo el mínimo esfuerzo– es tan exaltada y promovida en ciertas culturas, que con frecuencia causa la imposición de nuevas reglas, castigos y tatequietos. Piensen en un andén que antes se usaba como parqueadero y que ahora está rodeado de bolardos de cemento para que los carros no puedan pasar, o en cómo España suspendió temporalmente la entrada de colombianos luego de que varias personas trataran de entrar al país con pruebas PCR falsas. Alguien pensó que podía burlar el orden de las cosas, muchas personas lo siguieron y luego los pillaron.
Con los animales de apoyo emocional pasó igual: según el New York Times, entre el 2011 y el 2019, el Registro Nacional de Animales de Servicio de Estados Unidos (una empresa con un nombre muy oficial pero que en realidad se dedica a vender los certificados y arneses que mencionamos arriba) pasó de tener unos 2400 animales de apoyo emocional en su registro a casi 200.000. Con el aumento de registros empezaron a aparecer personas que querían hacer valer sus derechos: viajar en avión con sus perros, gatos, ponys, pavos reales, cerdos, conejos y hasta una ardilla. Todos, animales de apoyo emocional.
Hasta comienzos de 2020 las aerolíneas que operaban en Estados Unidos estaban obligadas a acomodar dentro de las cabinas de sus aviones a todos los animales de apoyo emocional, siempre y cuando sus dueños tuvieran un certificado. Después de mordidas, demandas, y un vuelo que tuvo que aterrizar de emergencia porque un perro de apoyo emocional hizo popó dos veces en el pasillo del avión y causó que varios pasajeros vomitaran, la norma cambió y ahora permite que cada aerolínea ponga sus propias reglas.
Según el neuropsicólogo Yonatan Rojas, “hace cinco años un certificado de animal de soporte emocional incluía categoría diagnóstica del CIE-10, historia clínica y una justificación y descripción del tratamiento. Por lo menos. Ahora es una carta donde dice que la persona tiene una situación emocional, y eso basta y sobra para que sea un descriptor completo”. Agrega también que quien los recomiende debe ser “definitivamente un profesional de la salud mental acompañado de un experto en conducta animal” o una persona que posea ambas competencias, y que en cualquiera de los dos casos, “tendría que ser alguien que esté habilitado por las organizaciones y las instituciones que así lo ameriten”.
Sus afirmaciones concuerdan con lo que el Colegio Colombiano de Psicólogos (la única entidad autorizada para expedir las tarjetas profesionales de los psicólogos en Colombia) recogió en el documento Análisis de elementos de comprensión para la certificación del acompañamiento animal con fines de apoyo emocional y animales para asistencia en salud mental: “Desafortunadamente, parte importante de profesionales de la Psicología no está en capacidad de emitir concepto clínico sobre las necesidades emocionales de las personas, porque esa no fue su formación específica, y la mayoría no está familiarizada con el entrenamiento de los animales, ni los requerimientos para su manejo seguro, responsable con ellos, con sus portadores y con las demás personas. Lo que suele ocurrir es que se expide la certificación por un pago, sin evaluar formal y objetivamente si la persona realmente requiere el apoyo, sin verificar si el animal está entrenado para darlo (incluso se certifican sin conocerlos), y sin considerar las responsabilidades hacia los demás”.
No hay que tener una mascota para comprobar que los animales tienen un impacto en nuestro estado de ánimo. Sin embargo, como Laurie Santos, profesora de psicología de la Universidad de Yale, afirma en su podcast The Happiness Lab, “sorprendentemente, muy poca investigación científica explora esta pregunta”.
En un capítulo del podcast, Santos conversa con la experta en interacción humano-animal Carri Westgarth sobre un experimento donde varias personas tuvieron que someterse a situaciones estresantes, como solucionar problemas matemáticos o sumergir sus manos en agua muy fría. Los sujetos, explica Santos, se sometieron a las pruebas solos, después acompañados por sus parejas, luego junto a sus mascotas y al final con sus parejas y mascotas juntas. El experimento determinó que las personas que estaban acompañadas por sus mascotas terminaron las pruebas más rápido y recuperaron un ritmo cardiaco normal antes que el resto, y los investigadores “fueron razonablemente cuidadosos en interpretar sus resultados: solo concluyeron que los dueños de mascotas claramente perciben a sus animales como una buena fuente de apoyo”. Pero, dice Santos, “este nivel de cautela se perdió a manos de los periodistas que cubrieron este estudio y otros similares”. Westgarth recuerda los artículos con nombres llamativos y equívocos: Tu perro te hará vivir más, Tu perro curará tu depresión, Los dueños de mascotas viven más y son más felices. “Estos titulares solo son la mitad de la historia, desafortunadamente. No siempre funciona como esos artículos te lo hacen pensar, y eso me preocupa porque si las personas van a asumir que tener un perro va a ser absolutamente fantástico y va a solucionar todos sus problemas, van a encontrarse con un camino difícil”.
En otra entrevista (esta vez hecha por el periodista Brian Resnick para Vox) la investigadora Molly Crossman, también de la Universidad de Yale, asegura que al ser “esencialmente una prescripción que los médicos hacen a personas con síntomas clínicamente significativos”, los animales de apoyo emocional deberían estar a la altura de ciertos estándares de evidencia psiquiátrica y psicológica, y no lo están. En la entrevista, Crossman explica que la mayoría de la investigación relacionada tiene como fin evaluar si los animales pueden reducir el estrés en las personas, y luego de aclarar que la mayoría de la investigación se ha hecho en perros, dice que lo más contundente que está dispuesta a decir es que “parece que transmiten pequeñas a medianas reducciones en esos síntomas”. Sobre la investigación enfocada específicamente en animales de apoyo emocional, dice que “es muy limitada, si la hay”.
Teniendo en cuenta el área gris que los animales de apoyo emocional representan en términos de evidencia, experimentos y causalidad, recomendarlos sin el acompañamiento adecuado puede ser delicado tanto para los pacientes como para los animales: el neuropsicólogo Rojas explica que “los perros solo viven unos 15 años, y aunque es mucho el amor que uno les puede dar, nuestro estado y salud emocional no puede depender de ningún medio externo. Yo no le puedo dar como tratamiento a alguien tener una mascota, pero sí puedo complementar el tratamiento de alguien con una mascota, y esas dos ideas son fundamentalmente diferentes”.
Margarita dice que va a ser un problema cuando Primo muera. Que su apego con él “es todo y es tenaz” y que es como dicen las mamás: los hijos son prestados. Añade, sin embargo, que la codependencia con un animal “es bastante más sana que con otro ser humano”, y que aunque tiene que trabajarle a eso, “cuando tú estás viviendo un exceso de desconexión con el mundo, que otro ser te conecte con el mundo es muy positivo”.
Los privilegios que los animales de apoyo emocional y sus dueños tienen (y que se les han ido quitando, como en el caso de las aerolíneas) son consecuencia de asociarles con los animales de servicio, que en palabras de Rojas, son aquellos que “constituyen una ayuda técnica para compensar algún grado de dificultad y mejorar la funcionalidad de una persona”. En Estados Unidos, por ejemplo, los animales de servicio son perros que tienen acceso a lugares donde otros animales no pueden entrar, que pueden vivir en propiedades donde normalmente no se aceptan mascotas y que están exentos de tarifas adicionales para viajar en avión.
La diferencia es que los animales de servicio están entrenados para desempeñar tareas específicas que están directamente relacionadas con la dificultad o discapacidad de su dueño: guiar a las personas ciegas y detectar ataques epilépticos, pero también abrir puertas, alcanzar objetos, alertar a una persona sorda sobre algún sonido, entre otras. Los animales de apoyo emocional, como ya dijimos, no. Y quizá de no ver la magnitud de esa diferencia (o de escoger ignorarla) es que se desprenden las malas prácticas: vender los certificados, falsificar diagnósticos, imponer tu animal a personas y en espacios cuando, de verdad, lo que estás haciendo es trampa.
Quizá de ahí también surge la idea de que los animales de apoyo emocional son algo más que mascotas siendo mascotas: si cuando te despiertas lo primero que ves es a tu perro mirándote o lamiéndote la cara, habrá una descarga de oxitocina en tu cerebro que te hará sentir bien. “Metabólicamente eso va a ocurrir sí o sí”, dice Rojas, “pero no es un tratamiento”.
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