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Por qué (casi nunca) no me depilo

Por qué (casi nunca) no me depilo

Ilustración

Las mujeres hacen miles de esfuerzos para lograr pieles suaves, sin un solo vello. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo dejarse los pelos al natural? ¿Acaso no están ahí por una razón? Este testimonio cuenta la historia detrás de la decisión de dejar de depilarse.

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C

uando empiezo a escribir este artículo, tengo en las piernas pelitos cortos, rectos, como la lluvia que dibujaba de niña. Están chiquitos porque hace dos semanas mi mamá y yo, corriendo, rápido, antes de que llegaran por mí, los afeitamos con la cuchilla de mi papá (perdón, papi, ¡no hubo tiempo de pedírtela prestada!). Lo que quería (y mucho) era lo siguiente: estar en un evento importante de mi trabajo, al que iban “personalidades” del mundo en el que me muevo, con pantalones cortos y los pelos de más de seis meses en las piernas. Casi que quería que les gritaran a todos: “¡Mírenos, ella es valiente, a ella no le importa, ella no hace lo que la sociedad le impone!”.

No fui capaz.

Aunque no termino de sentirme cómoda con la idea de que miren mucho las piernas, lo que me aterró esa vez fue que alguien descalificara —consciente o inconscientemente— lo mucho que había trabajado para ese evento por verme “descuidada” o “sucia” o como una “feminista extrema”, adjetivos con los que usualmente relacionan a las mujeres que deciden no depilarse. Ahora, una aclaración: ser feminista, o feminista radical, no debería ser usado para desacreditar a nadie, entonces chévere si me dicen feminista, porque lo soy, y mucho, pero esa no es la razón por la que no me depilo —las razones se las digo en contados
momentos—, es más bien que gracias al feminismo siento fuerza para dejarme las piernas (y todo el cuerpo) como quiera: con o sin pelos, y sin remordimientos.

Pero no siempre fui así.

Tengo este recuerdo: estaba en el colegio y tendría unos dieciséis años. No tengo idea cuánto llevaba sin depilarme, pero estoy segura de que era mucho. Todas mis medias largas se estaban lavando, entonces salí al colegio en sudadera y tobilleras. En esa época usaba la máquina de Phillips, es decir, la máquina de la tortura que arranca pelo por pelo y deja la piel megairritada, la máquina que me gustaba sacar cuando algún amigo iba a mi casa, decirle “ay, yo lo hago siempre, no duele tanto”, y luego verlo llorar y sentirme más fuerte porque yo no lloraba. No lloraba pero la odiaba (¡¿quién no?!), entonces llevaba mucho sin usar la bendita máquina. Ese día estaba pataneando en el bus del colegio con mi amigo M y se me levantó el pantalón. Él casi se desmaya. Creo que hasta se puso bravo conmigo, y yo terminé pidiéndole perdón y prometiéndole que esa noche me iba a someter a la máquina. Me dijo algo como: “¿Pero cómo? Se va a trabar esa máquina”. Yo pocas veces había sentido tanta vergüenza en mi vida. ¿Por qué? ¿Por qué los pelos que no son de la cabeza y las cejas (y eso) son tan controversiales en los cuerpos de las mujeres? Crecen de forma natural, ni siquiera implican una actividad consciente, solo crecen; para algo han de servir. ¿Serán ganas de diferenciarnos de los animales? Además, los hombres viven tranquilos con sus pelos (la grandsísisima mayoría) y nadie les dice “eres asquerosa”, como le dijeron a Morgan Mikenas, una influencer de Instagram, cuando puso una foto de sus piernas, bikini, axilas y panza peludas.

A los veinticinco me siento más tranquila con que los demás me vean los pelos. Incluso salgo a la calle con pantalones cortos o me pongo vestido de baño sin hacerme el bikini. Hace no mucho salí con un actor muy guapo, mis pantalones cortos y mis pelos en las piernas. Sentados en el mismo lado de la mesa, cambié el cruce de las piernas y lo miré buscando una reacción. Su único comentario fue sobre lo lindo que era el tatuaje de colibrí que tengo en la canilla. Va a sonar raro, pero pasó una especie de prueba. No podría estar con una persona a la que eso le moleste o inquiete.

Tengo que admitir que haber visto hace un par de años la foto de Madonna con pelos en las axilas fue gran motivación. Y luego vi a Julia Roberts y a Drew Barrymore y a Jemima Kirke, todas lejos de verse asquerosas o sucias, sino lo contrario: fuertes y dueñas de sus cuerpos, sin someterse a lo que la sociedad espera de ellas. Divinas. También fue chévere cuando miles de mujeres compartieron fotos de sus axilas peludas con el hashtag #sobaquember, una iniciativa análoga a #movember, en la que los hombres se dejan el bigote por una buena causa. Tiene sentido que gente famosa y fabulosa haga este tipo declaraciones en redes sociales: hablar en público de un tema que parece íntimo, aunque en verdad sea político, ayuda a unir fuerzas y, sobre todo, a informar. A mí no me importa si alguien se depila, nunca juzgaría a nadie por hacerlo, pero me parece importante que cada vez que tomemos una decisión sobre nuestros cuerpos lo hagamos informados.

(Chicas, si buscan motivación, vean este video de Petra Collins, una artista genial canadiense radicada en Nueva York).

Ahora, si quieren más razones de por qué vale la pena no depilarse, las pueden encontrar en los efectos que tiene en la salud hacerlo en todos sus métodos. Arrancar, afeitar, quitar los pelos de cualquier forma estresa la piel. Suena a problema del primer mundo, pero es verdad, me lo dijo la dermatóloga María Bernarda Durango de Colsanitas.

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Aunque ella dice que no es necesariamente nocivo hacerlo, es fundamental tratar la piel con productos dermatológicos y hacerlo siempre bajo condiciones de higiene estrictas. Por ejemplo, la cuchilla debe ser nueva cada vez. El folículo siempre se va a inflamar y luego está el riesgo de que se infecte, pues cada pelo rasurado es una pequeña herida, y si eso pasa hay que usar cremas antibióticas, es decir, medicarse. Por otro lado, la depilación láser puede dejar manchas, y si no la hace un dermatólogo pueden quedar daños irreparables y quemaduras en la piel. Esos spas que dan sesiones de láser en promociones de Groupon tal vez no son buena idea.

El pelo púbico funciona como un cojín que protege la piel, que ahí es más sensible y delgada, y cumple funciones higiénicas: atrapa las bacterias antes de que entren a las cavidades genitales. Entonces, no, no estamos más limpias al quitarnos todo y en cambio sí nos exponemos a foliculitis, abscesos, laceraciones e infecciones vaginales. Hay especialistas que han llamado la atención sobre el aumento del riesgo de contraer enfermedades de trasmisión sexual al tener mini heridas abiertas en la zona genital, pero sobre este tema no hay estudios concluyentes.

Lo primero que dejé de depilarme fue el bikini. No importaba si usaba cuchilla, crema o cera, las irritaciones eran muchísimo más feas e incómodas que algunos pelos en el borde del vestido de baño. Fueron muchas las veces que dejé de ir de paseo a fincas por pereza a ese dolor, a verme la piel demacrada, roja, roja, y ese ardor. Y es que la razón más importante por la que decidí que depilarme no es obligatorio es que no le hace bien a mi piel.

Si les digo la verdad, cuando empecé a escribir tenía la idea de que la depilación era algo más bien reciente, que se había popularizado con alguna publicidad efectiva gringa y que ahora dábamos por sentado que así tenía que ser y punto. Y sí, pero no. Resulta que es algo que se ha hecho a lo largo y ancho de la historia y a lo largo y ancho del planeta. Antes también lo hacían los hombres: hay jeroglíficos egipcios de hombres sosteniendo penes de otros hombres a quienes están depilando. Desde siempre se han usado navajas afiladas, menjurjes de cera y miel, incluso sangre y grasa de animales y ¡hasta ácido sulfúrico! Las personas de antes se quitaban los pelos para denotar pureza, en especial las mujeres, que en rituales antes de su matrimonio se quitaban todo el pelo púbico.

Momento… Eso se sigue haciendo, no solo antes del matrimonio, sino siempre, y me parece muy extraño: no entiendo cómo a alguien le puede excitar una vagina sin ni un pelo, como la de una niña. Pero el porno, que le da a la gente lo que busca, demuestra que es algo bien popular, que además parece haber influido en la normalización de este fenómeno. En fin.

Sí hubo un momento en que la depilación aumentó y conquistó lugares nuevos en el cuerpo. En la medida en que las faldas se fueron acortando conforme avanzaba el siglo veinte, las mujeres empezaron a depilarse más arriba las piernas. Para esa época Gillete lanzó su primera cuchilla desechable (en el siglo XVIII un francés se la había inventado) y la publicidad empezó a apuntarles a “los pelos corporales feos y molestos”. Y adivinen: esa publicidad, que era todo menos correcta, estaba dirigida a las mujeres. Los pelos corporales de los hombres no importaban, solo la barba.

Es así como máquinas de afeitar y depilar, cera fría, hilos, cremas, incluso rayos láser que queman el folículo debajo de la piel, entraron a ser parte del negocio millonario del “cuidado femenino”. Y es que es un negocio rentable (y no para las mujeres que lo consumen, evidentemente): en promedio, una mujer que se hace la cera de piernas, bikini y axilas en una peluquería una vez al mes en Bogotá, gasta $300.000 al año. Una cuchilla de afeitar puede costar hasta $30.000 y se debería cambiar cada vez que se usa. Un tubo de crema depilatoria cuesta alrededor de $10.000 (alcanzará para depilar las piernas dos o tres veces) y las láminas de cera fría, $18.000. Las máquinas depiladoras (las de la tortura) van desde $120.000 hasta $650.000. Las sesiones de depilación láser con un dermatólogo no bajan de $250.000, y se necesitan al menos diez para que dure algunos años. Hay viajes chéveres que se pueden hacer con esa plata.

¿Entonces necesitamos gastar ese dinero y mucho tiempo, necesitamos sufrir un poco, para que nos consideren verdaderamente femeninas? Hace poco una chica me dijo que si no se depilaba no se sentía una mujer de verdad. Ay, dios. No solo es problemático decir “de verdad”, sino que nuestro valor como personas no se puede medir por algo tan pequeño, natural y en últimas tan superficial como los pelos. Ya es suficiente la presión que tenemos de ser bellas, delgadas, blancas.  Me alivia que no todas las mujeres que conozco salen con esas joyas. L, una compañera de trabajo, empezó a pelearse (así me dijo y me relaciona completamente) con la depilación a los diecinueve años y desde entonces tiene épocas largas en que no se depila: “Yo me siento muy guapa y sexy con los pelos de mis axilas (me siento fea sin ellos), pero en cambio no me siento tan bien con los de las piernas. Sin embargo, me obligo a dejármelos... peleas políticas de uno”.

Al final, estoy convencida de que somos mujeres “de verdad” cuando somos libres. De eso se trata todo esto.

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Salomé Cohen Monroy
Nació en Bogotá en 1992. Es la editora de literatura contemporánea en Laguna Libros y escribe ocasionalmente para revistas y periódicos, como Bacánika, El Espectador y Cartel Urbano. Estudió Ciencia Política y ha tomado varios talleres de escritura creativa con autores como Fernanda Trías y Alberto Salcedo Ramos. Tradujo del francés la novela gráfica Irene y los clochards y dirige clubes de lectura y talleres de escritura creativa. Le gusta viajar y tomar fotos.La Parada con sus amigos y también fue mesera.
Nació en Bogotá en 1992. Es la editora de literatura contemporánea en Laguna Libros y escribe ocasionalmente para revistas y periódicos, como Bacánika, El Espectador y Cartel Urbano. Estudió Ciencia Política y ha tomado varios talleres de escritura creativa con autores como Fernanda Trías y Alberto Salcedo Ramos. Tradujo del francés la novela gráfica Irene y los clochards y dirige clubes de lectura y talleres de escritura creativa. Le gusta viajar y tomar fotos.La Parada con sus amigos y también fue mesera.

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