Entre las costuras del oficio de encuadernador

Israel Reyes se encontró con la encuadernación después de los treinta años, cuando creía que ya sabía cuál era su vocación.
Ahora habla a través de los hilos y el papel y le enseña a otros a hacerlo. 

Israel Reyes no tiene que examinar mucho una libreta para saber cómo está armada. Sabe por dónde entra y sale el hilo que sostiene todo, sabe por qué se arrugó el papel o por qué se ve raro el doblez, y sabe cómo solucionarlo, así la solución sea botar todo y volver a empezar.

También sabe enseñar. Por sus talleres de encuadernación han pasado unos 350 alumnos que han aprendido el oficio a través de lo que él llama “una disciplina casi militar”: es estricto con los horarios y deja que cada estudiante sufra un poco con sus propios enredos, pero puede responder a la misma pregunta cinco veces sin perder la paciencia.

Hace seis años no sabía que iba a ser encuadernador y mucho menos que se convertiría en un referente del oficio en México, su país natal. No se le pasaba por la cabeza que dedicarse a eso podría ser rentable y que algún día tendría que pensar en cómo montar una empresa para vender libros y agendas hechas a mano. Cuando llegó la hora, la nombró igual que a su perro, Appa, un Jack Russell Terrier que está en el logo de la empresa y durmiendo en una que otra foto de la página de Facebook de Appa Encuadernación.

Ahora que ejerce el oficio, los días de Israel giran en torno a producir libretas y planear los talleres que dicta en su casa, en la colonia Santa María la Rivera de Ciudad de México. Desde entonces ha tenido que olvidarse de las competencias de crossfit que lo mantenían en forma y ha subido diez kilos, pero algo de esa onda todavía se le ve: cuando da clase siempre está de pie, con la espalda derecha y las piernas separadas, y nunca se recuesta en la pared. Le gusta vestirse de negro, usa zapatos deportivos y a veces se dobla las mangas de la camiseta, como mostrando los brazos. Tiene dos expansiones pequeñas en las orejas y el pelo y las uñas cortadas a ras.

Aparte de Monocromía y Zodiaco —las únicas líneas de libretas que produce en serie—, todas las piezas que Israel hace son únicas. Es él quien decide el papel, el tamaño, el hilo, el material de las tapas y cómo es que todo esto tomará forma.

La técnica de encuadernación que más aplica es la de costuras expuestas: una libreta de tapa dura o rústica que deja ver en su lomo la costura que une todas las piezas. En una encuadernación tradicional las costuras están ocultas bajo el lomo, pero en aquí son un elemento estético más que se puede aprovechar en términos de hilos, colores y patrones de costura.

También es de las que más enseña y de las que más han cultivado su paciencia. No se trata de entrar y salir por perforaciones consecutivas, sino de pensar cómo atravesar tres cuadernillos con un hilo para formar un patrón de diamante, o de dónde a dónde tiene que atravesar el hilo para que todas las lazadas de una cadeneta triple se vean iguales.

El éxito de cada costura implica cálculos milimétricos que tiene que probar y revisar antes de coserla en una libreta o de enseñarla a sus alumnos. Las posibilidades son infinitas, pero todo depende de la capacidad que Israel tenga para visualizar y examinar una idea, y de que sepa dónde conseguir lo que necesita para ejecutarla.

Su plan de casi todos los días es recorrer el centro de Ciudad de México buscando algo  específico, y si ese algo está agotado, en su cabeza se enciende un chip que lo hace repetirse: “No me importa, lo tengo que encontrar”.

Para sus estudiantes ha armado una caja de 27 herramientas a la que ya quiere agregar cinco más. Incluye plegaderas de hueso, de teflón y de madera —porque es importante que sepan que la de hueso lustra el papel y que para fabricar la de teflón se desperdicia mucha agua— y todo lo demás que necesitan para trabajar sin mayor preocupación.

Cuando se trata de sus propias producciones es igual de meticuloso. A la hora de sentarse a trabajar, tiene que tener todo listo: los materiales cortados, las herramientas ordenadas, y una Coca-Cola a la mano. El chocolate que seguro se querrá comer a medianoche también tiene que estar ahí. El mundo puede acabarse si no.

Prefiere prender el televisor, poner algún episodio de Alf y reírse de los chistes de los que ya se ha reído mil veces, antes que poner música. Responde sin dudarlo que lo que menos le gusta de la encuadernación es él mismo, pero se conoce bien y sabe cómo llevar sus mañas.

Israel es la única mano detrás de Appa Encuadernación. Acepta (y pide) ayuda para venderlas porque no le gusta atender clientes y tener que contar el mismo cuento mil veces, pero hasta ahí.

Aprendió a encuadernar mientras trataba de salir de la crisis de los treinta que lo agarró cuando vivía en la playa, en Puerto Vallarta. Trabajaba como diseñador gráfico en una empresa de ecoturismo, donde siempre hacía lo mismo y no tenía libertad creativa. Para empezar de cero (un deseo que siempre ronda su cabeza), empacó maletas y se fue a Ciudad de México a estudiar una maestría en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México. Allí tomó un taller de encuadernación que estaba en el plan de estudios, y con mucho material de sobra y varias deudas por pagar hizo unas setenta libretas que sus amigos le compraron. “Todas estaban mal hechas y mal cobradas”.

Cuando terminó la maestría, en 2014, esperó hasta quedarse sin excusas para empezar a enseñar. El último empujón se lo dieron un par de amigos al ofrecerle su apartamento para que dictara los talleres. Después de un aviso en su perfil de Facebook, empezó la historia.

Israel estima que ha tenido poco más de 350 alumnos y que el 10 % de ellos vive de la encuadernación. Aunque todavía no puede detectar quiénes van a asumirlo como un trabajo serio y quiénes no, sí puede concluir que nadie toma sus talleres para aprender a encuadernar. “No es esa la motivación por la que vienen. Ninguno. Todos venimos cargando algo que queremos resolver a través del trabajo con nuestras manos”. Se ha negado a ver sus talleres como algo terapéutico, pero dice que poco a poco se comienza a rendir y a darse cuenta de que lo son.

Ahora que ve venir la crisis de los cuarenta, le inquieta volver a caer en la monotonía que le hizo mandar todo a volar la primera vez. Como cuando empezó, examina qué no hacen sus colegas para hacerlo él y revisa el estilo de su trabajo y el rumbo que está tomando.

En México, donde la competencia encuadernadora es mucho más reñida que en Colombia, él es de los que más costuras expuestas hace. Dice que no se ha inventado ninguna nueva, pero que no es difícil sacar variantes de las que ya sabe. Es sensible a las críticas y en alguna ocasión dejó de hacer las libretas como las estaba haciendo porque alguien le dijo que se veían muy cargadas, muy barrocas.

Su próxima tarea es “organizar la vida”. Tiene un cajón del futuro lleno de proyectos para más adelante y no se atreve a contestar cuando le pregunto si seguirá siendo encuadernador. Dice que no sabe qué va a estar haciendo en cinco o diez años, pero esta vez no responde con tanta seguridad. Que le guste empezar de cero puede ser ahora una verdad a medias.