Homenaje a Rodez
Ilustrador editorial, artista urbano, tallerista, un referente indispensable, Edgar Tito Rodríguez fue todo eso y más para tres generaciones de artistas colombianos. La edición 2021 del Salón Visual Bacánika rinde homenaje a esta poderosa figura que sigue viva en muros, libros y decenas de herederos de su talento y su fuerza.
os observadores y los muros intercambian miradas; de este lado hay curiosidad y desconcierto, del otro colores, texturas y múltiples ojos. Esas criaturas hacen parte de la fauna esencial que habita el gris bogotano pero también están presentes en Santiago, Medellín, Buenos Aires, Barcelona, Ciudad de México y un largo etcétera de ciudades que su creador visitó durante su vida viajera. Al lado de esa fauna delirante, que a veces desafía la condición efímera del arte urbano, se lee la firma de Rodez.
Aunque muchos conocen principalmente su trabajo como muralista, lo cierto es que esta faceta de su carrera surgió apenas a principios de la primera década de los 2000, cuando ya había acumulado una larga trayectoria y reconocimiento como ilustrador editorial.
Entre finales de los ochenta y mediados de los noventa, una generación dedicada principalmente a los libros infantiles dejó una extensa producción en las páginas de publicaciones como la revista Espantapájaros, y proyectos editoriales de Norma y del Convenio Andrés Bello. Entre ellos estaban Bernardo Rincón, Grosso, Diana Castellanos, Carlos Riaño y el mismo Rodez, o más precisamente, otro Rodez, creador de una fauna menos críptica y colorida, en un lenguaje visual más cercano a los niños, pero desplegando la misma precisión de detalles y riqueza técnica que marcarían su obra en todos los formatos.
El proceso de armar este video junto al equipo de Creative Makers –además de esta serie de animaciones de la mano de Productora Explica– como pequeño homenaje al artista bogotano supuso abrir los oídos a un coro muy diverso de voces y versiones sobre él: a medida que la lista de fuentes crecía, cada una de ellas revelaba capas de una genialidad versátil y de una personalidad expansiva, vital, una risa constante y enérgica que lo convirtió en cada momento de su trayectoria en el eje alrededor del cual orbitaban otros creadores, amigos, discípulos.
Algunos de ellos fueron sus alumnos en espacios académicos, como las aulas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, otros lo conocieron en una versión más espontánea y abierta en sus famosos talleres. El espacio académico le resultaba incómodo, en especial por su particular relación con el tiempo que lo llevaba a alternar entre periodos de gran intensidad y ocasionales ausencias. Un grupo de alumnos de la Tadeo se desesperó en un punto y recogieron firmas para pedir su salida: él se lo tomó con calma, ellos se arrepintieron pronto y pidieron su regreso. Esa mezcla de magnetismo, conocimiento y destreza era un privilegio que un estudiante no podía darse el lujo de perder.
Los talleres eran algo muy distinto: sesiones de conversación, acertadas referencias globales que muchos desconocían y generosos espacios de retroalimentación, risa y cerveza. Una vieja casa del barrio Teusaquillo, donde ahora opera un taller de impresión dirigido por varios de sus discípulos fue la sede de muchas de aquellas sesiones. Entre los muchos nombres, repartidos en tres generaciones, que conformaron su parche en estos espacios se encuentran Rubén Romero, María Fernanda Mantilla, Wilson Borja, Gustavo Ortega, Bonie Art y Jorge Lewis.
Pasados los años y gracias a la influencia de sus hijos Nómada y Malegría, Rodez encontró en los muros un nuevo sustrato para desarrollar su obra y en las calles un espacio ampliado para encontrarse con un parche aún más diverso: la experiencia de trabajar a cielo abierto, en medio de la dinámica urbana le resultó orgánica, fluida, natural. Cada esquina estaba llena de personajes e historias, el tránsito habitual abría un diálogo entre los transeúntes, los colores y su permanente curiosidad por todo y por todos.
Así lo vivió en muros de Latinoamérica y Europa que pobló con sus inconfundibles zoologías urbanas: una proyección de su universo interior en diálogo con las impredecibles faunas y paisajes de cada ciudad. Si aún no lo ha hecho, deténgase frente a los muros de la Plaza de la Concordia o en esa esquina frente a la Plaza de Mercado de la Perseverancia o ante ese cocodrilo gigante en el norte de Bogotá. Desde la distancia, verá siluetas coloridas e impactantes que le atraerán para acercarse, a pocos centímetros podrá ser testigo de la minuciosa destreza de Édgar Tito Rodríguez, prolijo en detalles, generoso en texturas, vital en el color, inventor de criaturas urbanas y reinventor constante de sí mismo.
Video: Creative Makers / Animación: de Federico Serna (Productora Explica)Suscríbase a nuestro boletín
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