Una visita al templo de las ratas
Nuestro amigo, el fotógrafo Emilio Aparicio, aterrizó hace un par de semanas en la India. Sus aventuras han sido muchas, pero, como siempre, guardó la más especial para Bacánika: su paso por el templo de Karni Mata.
ndia es uno de los países más sorprendentes que alguien pueda llegar a visitar, no solo por los colores de su cultura o su diversidad geográfica, que va desde los desiertos de Rajastán y las montañas del Himalaya, hasta las playas de Goa y ciudades atestadas de personas como Delhi o Mumbai (Bombay). Es imposible dejar de lado la riqueza gastronómica y los miles de sabores que se pueden encontrar en cada plato, pero lo que más atrae mi atención, sin duda, es todo lo que va más allá de nuestro mundo y trasciende a la espiritualidad del ser humano y sus dioses.
Ir al templo de Karni Mata en Deshnoke, a 30 kilómetros de Bikaner, al noroeste de la India, puede llegar a ser una de las experiencias más aterradoras para cualquier mortal, pues aunque desde afuera se ve como un lugar de culto común y corriente, dentro es posible encontrar cerca de 25.000 roedores corriendo por pasillos, ocultándose entre agujeros en las paredes o bebiendo leche mientras algunos visitantes las consienten.
El templo de las ratas es un lugar de adoración a la diosa Karni Mata, a quien los locales piden por la reencarnación de sus seres queridos y también por la buena suerte. La tradición para muchos locales consiste en visitar el templo completamente descalzos y hacer una fila hasta el interior del recinto principal para ofrecer alimentos, flores y dulces a una estatua rodeada de ratas. Algunos se arrodillan para orar y agradecer, otros acercan su frente a las paredes, tocan campanas para despertar a la diosa, y absolutamente todos se hacen una marca color naranja en la frente llamada Tika, que trae buena fortuna.
El templo tiene espacios de adoración pequeños y cerrados, pero el gran patio principal está completamente abierto para permitir la entrada de luz y facilitar la circulación de las personas en su interior. Sin embargo, hay una enorme malla metálica que cubre toda la parte superior del templo para evitar que los animales sean atacados por halcones o cuervos, pues cada rata es sagrada. Nadie puede matarlas, pero si alguien lo hace, deberá reemplazarla por otra rata, a menos que done algo de plata u oro.
Los miles de roedores se han acostumbrado a la presencia de seres humanos dentro del lugar. Que ambas especies compartan el espacio no implica un riesgo para nadie y, aunque hay que evitar los orines, heces o charcos de leche que se riegan de los enormes platones donde las ratas beben, es posible caminar tranquilamente por el lugar.
Los locales son capaces de alimentarlas con sus propias manos, o riegan semillas, arroces y granos por el lugar para llamar su atención. Comer alimentos que han sido mordidos por las ratas se considera un “alto honor”, pero realmente todos los visitantes esperan poder ver, encontrar o alimentar a un par de ratas de color blanco: los animales más adorados del templo de Karni Mata. Hallarlos no es nada fácil, pues es posible que durante la visita, estos dos animales estén durmiendo, o escondidos entre tuberías, huecos o rincones del templo.
También trae buena suerte visitar el lugar después de haberse casado. Todos los días entran muchas parejas vestidas con increíbles atuendos coloridos, que ofrecen y piden a la diosa lo mejor para su relación de pareja que apenas comienza. Una manera bastante curiosa de terminar una importantísima celebración que puede durar varios días en la India.
Miles de ratas saltan, corren y hasta se enfrentan en dos patas mientras los visitantes hacen su visita a uno de los lugares más curiosos de todo el país. La entrada no tiene ningún costo, pero durante los últimos años este particular templo en el estado de Rajastán se ha vuelto turístico y para poder ingresar cámaras o teléfonos móviles, hay que pagar una suma de 30 rupias indias, algo así como 1350 pesos colombianos.
La leyenda cuenta que el hijo de Karni Mata fue a buscar agua para beber de un pozo, pero se cayó y se ahogó. La diosa imploró a Yama (el dios de la muerte) que lo devolviera a la vida, pero este se opuso en repetidas ocasiones. Después de mucha insistencia por parte de la madre, Yama accedió y se lo regresó reencarnado en una rata.
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