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“Vi a las mejores mentes de mi generación…”

“Vi a las mejores mentes de mi generación…”

Ilustración

En los años 50, Allen Ginsberg se convirtió en un poeta de culto cuando con su “Aullido” retrató una generación norteamericana que luchaba contra la destrucción y que buscaba liberarse y encontrar una identidad.

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S
an Francisco. Octubre de 1955. La poesía se estaba tomando las librerías, las calles, los eventos culturales. La poesía sonaba a protesta. O al menos así sonaba “Aullido” cuando Allen Ginsberg lo leía en público. Y así se leía cuando la editorial norteamericana City Lights Books lo publicó en 1956 como parte de un pequeño libro de portada blanca y letras negras, Aullido y otros poemas.

El poema de Ginsberg es una de las obras más representativas de la generación beat y de la técnica de escritura automática, que relata no solo las andanzas y viajes de un grupo de poetas, sino una crítica al American way of life”, en ese entonces (tal vez ahora también) una promesa rota.

Hoy, 62 años después, cuando el mundo es otro, una generación de colombianos parece vivir angustias similares: la inestabilidad, el miedo, la locura, las drogas y la depresión. Para 2018, Jhonny Quintero escribió su propia versión de este aullido que sigue resonando.

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Para Federico, Esteban, Daniel, Isaías, Diana, Camilo, Patria, Mauricio
Manuel, Andrés, Edwin y para todo aquel se vea en él

Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura de la incertidumbre laboral, ansiosas histéricas desnudas,
arrastrándose por las ofertas laborales de Computrabajo al amanecer en busca de
una urgente cuenta de cobro,
hípsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con la máquina gigante de las EPS y una pensión casi inalcanzable,
que arrancados y malvestidos y ojerosos y drogados y borrachos pasaron la noche fumando en la oscuridad sobrenatural de apartaestudios y habitaciones en residencias estudiantiles flotando sobre las licoreras escuchando vallenatos y salsas,
que desnudaron sus cerebros ante el cielo bajo de la estación San Antonio y vieron ángeles testigos de Jehová tambaleándose sobre techos iluminados,
que pasaron por las universidades con radiantes ojos imperturbables alucinando Palomino y tragedia en la luz de Silva entre los maestros de la guerra,
que fueron echados de sus trabajos por no participar de las dinámicas de amor y amistad y por publicar tuits obscenos contra Recursos Humanos y sus jefes,
que se acurrucaron en ropa interior en cuartos sin afeitar, quemando sus cesantías en papeleras y escuchando al Terror a través de la pared,
que fueron llevados al CAI por sus barbas púbicas regresando de barrio Antioquia con una bolsita de 2CB
que comieron fuego en hoteles del centro o bebieron Clan MacGregor cerca del Hotel Nutibara, muerte, o sometieron sus torsos a un purgatorio noche tras noche,
con sueños, con drogas, con malos viajes, trago y vergas y chochos y bailes sin fin,
incomparables callejones de temblorosa nube y relámpago en la mente saltando hacia las lomas de Medellín y Cúcuta, iluminando todo el inmóvil mundo del intertiempo,
realidades de fincas de hongos, amaneceres de discoteca lúgubre y claustrofóbica, borrachera de vino de caja en los parques, barrios de vitrinas de bares drogados por luces de neón parpadeantes, vibraciones de sol, luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales del mirador de Las Palmas, desvaríos de cenicero y bondadosa liviandad reina de la mente,
que se encadenaron a los buses para el interminable viaje desde Ricaurte al Santa Fe en ketamina hasta que el ruido de ruedas y raperos los hizo caer temblando con la boca cajeteada y golpeados yermos de cerebro completamente drenados de brillo bajo la lúgubre luz del Jaime Duque
que se hundieron toda la noche en la submarina luz de paraderos de taxis salían flotando y se sentaban a lo largo de tardes de tinto aguado en Café Pasaje, escuchando el crujir del
Apocalipsis en la rocola pornográfica y atómica,
que hablaron sin parar por setenta horas del parque al apartaestudio al bar al San Juan de Dios a la DIAN al D1,
un batallón perdido de habladores platónicos saltando desde los puentes peatonales desde ventanas del Coltejer desde la luna,
hablando mierda gritando vomitando susurrando hechos y memorias y anécdotas y excitaciones del globo ocular y shocks de cuentas de cobro y pagos de recibos y limpiezas sociales,
intelectos enteros expulsados en recuerdo de todo por siete días y noches con ojos brillantes, carne para los negocios multinivel arrojados en los sofacamas,
que se desvanecieron en la nada Zen de Cundinamarca dejando un rastro de ambiguos pasajes a Cachipay,
sufriendo sudores de Casanare y crujidos de huesos del Amazonas y migrañas de la selva con síndrome de abstinencia en un pobremente amoblado cuarto de Villa de Leyva,
que vagaron por ahí y por ahí a medianoche en los terminales de buses preguntándose dónde ir, y se fueron, sin que nadie los extrañara,
que prendieron cigarros en camiones camiones camiones susurrando a través de la maleza hacia fincas solitarias en su abuelo la noche,
que estudiaron a Fernando González Barba Jacob Gonzalo Arango telepatía bop gnosis porque el cosmos instintivamente vibraba a sus pies en Pensilvania, que vagaron solos por las calles de Putumayo buscando visionarios ángeles inga que fueran ángeles ingas visionarios,
que tan solo pensaron que estaban locos cuando Cartagena refulgió en un éxtasis sobrenatural,
que releyeron con callo en su orgullo los comentarios y correos de rechazo de sus cuentos y poemas y artículos en revistas culturales,
que vagaron hambrientos y solitarios en la Guajira en busca de vallenato
o sexo o un hostal barato, y siguieron al mochilero para hablar sobre América y la Eternidad, una tarea inútil y así se embarcaron hacia Panamá,
que desaparecieron en los volcanes de Nariño y Tolima y Caldas no dejando atrás nada
sino la sombra de jeans y la lava y la ceniza de la poesía esparcida en la fogata de La Dorada,
Nueva-botella
que reaparecieron en Medellín investigando a la Sijín con barba y chores con grandes pacifistas ojos sensuales en su piel oscura compartiendo imágenes en Facebook,
que llenaron sus cuentas de Twitter protestando por la ceguera narcótica de la guerra,
que distribuyeron panfletos de la UP en el parque de los periodistas sollozando y empelotándose mientras las camionetas negras sin placas venían por ellos y rodaban por la Nacional y por la Universidad de Antioquia
que se derrumbaron llorando en salas de espera de EPS temblando ante la maquinaria de otros esqueletos,
que le tiraron piedras al ESMAD y berrearon con deleite en las patrullas de la policía por no cometer más crimen que su propia salvaje lujuria e intoxicación,
que aullaron de placer en los baños de bibliotecas y bares y eran arrastrados por las oficinas blandiendo hojas de vida y manuscritos,
que comieron y se dejaron comer por desconocidos que conocieron en Internet, y gritaban de gozo,
que mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, las webcammers,
caricias y amor universal,
que se masturbaron en las mañanas en cuartos
de cortinas blancas luces de colores abiertos al mundo
repartiendo por algunos tokens su lujuria falsa
a todo quien quisiera ver,
que hiparon interminablemente tratando de reír pero terminaron llorando
parados en un bus cuando el demonio vino a amenazarlos con una patecabra,
que perdieron a sus parejas por las tres viejas arpías del destino la arpía de la camioneta lujosa la arpía que quiere hijos y una vida familiar y la arpía que quiere a alguien con futuro,
que gastaron en una noche en cerveza guaro porro cigarros perico picadas domicilios lo que esperaron ganar en dos meses y el guayabo vino en forma de recuerdos a medias de muchachas y risas y bolsillos con a duras penas monedas y cuentas de ahorro rojas y negativas,
que salieron de putas por Lourdes dándoles billetes de dos mil por manosearlas,
en gavilla por una noche en Barrios Unidos,
Emilio, héroe secreto de este poema, desempleado total de Colombia –regocijémonos
con sus innumerables fiestas de música en YouTube y cunchos de varios
licores, con primíparas sin criterio en apartamentos cineclubes moteles andenes carros,
y especialmente secretos solipsismos de salón de billares de tres mil la hora en su ciudad natal,
que se desvanecieron en suspiros de incertidumbre, fueron cambiados en sueños, despertaron en apartamentos desconocidos y se levantaron en colchonetas con guayabos de despiadado Quinta Las Cabras y horrores de sueños de hierro de la calle 15 y se tambalearon hacia las oficinas de empleo del Sena,
que caminaron toda la noche con los zapatos llenos de ampollas sobre los andenes cubiertos de hostales de cartón para indigentes, esperando se abriera una puerta en alguna residencia hacia una pieza llena de vapor caliente de porro,
que armaron grandes dramas suicidas con manotados de pastillas antidepresivas
bajo el foco amarillo de la presión familiar
y sus cabezas serán coronadas de laurel y olvido,
que comieron lentejas repetidas o digirieron el atún en el mercurial fondo de las latas en promoción,
que lloraron ante las calles de noche con bolsas llenas de papas, cilantro y mala música,
que se sentaron sobre sillas Rimax respirando en la oscuridad bajo
las deudas del Icetex y se levantaron para crear blogs en apartaestudios arrendados,
que temblaron en terrazas de La Candelaria coronados de hielo bajo el cielo ansioso rodeados por guacales azules de teología,
que pensaron en ideas de emprendimiento toda la noche balanceándose y rodando sobre sublimes encantamientos que en el amarillo amanecer eran negocios fallidos,
que cocinaron glutamato monosódico material de cerdo embutido bofe y rompecamisa soñando con el almuerzo ideal,
que se arrojaron bajo la lista de fiados en un cuaderno por huevos y pan,
que tiraron sus relojes desde el techo para emitir su voto por una vida sin horarios, y cayeron despertadores y rutinas en sus cabezas cada día por toda la década siguiente,
que tomaron cantidades navegables de Trazodona tres veces sucesivamente sin éxito, se rindieron y fueron forzados a ser community managers y pensaron que estaban vendiéndose y lloraron,
que fueron quemados vivos en sus inocentes Adidas Superstar en la calle 85 entre explosiones de copys y el enlatado martilleo de los férreos regimientos de publicidad y los gritos de nitroglicerina de directores creativos y el gas lacrimógeno de inteligentes editores siniestros, o fueron atropellados por los taxis ebrios de la realidad absoluta,
que saltaron del puente de La Aguacatala esto realmente ocurrió y se alejaron desconocidos y olvidados dentro de la fantasmal nube de humo de los buses y taxis, ni siquiera una aromática gratis,
que cantaron desesperados desde sus ventanas, se cayeron por los huecos de los andenes, saltaron en la sucia quebrada La Presidenta, se abalanzaron sobre “venecos”, lloraron por toda la calle, bailaron descalzos sobre copitas aguardienteras rotas y vallenatos de la nueva ola, se acabaron el ron y vomitaron gimiendo en el baño sangriento, con lamentos en sus oídos y el escándalo de las motosierras en sus mentes,
que se lanzaron por las carreteras destapadas y llenas de Mareol hacia el puente festivo de una finca prestada buscando al antiguo merengue de sus infancias,
que pidieron prestado para reciclar una deuda y renovar un mes más la preocupación,
que se subieron en campo traviesa a un bus por más de una hora para ver si ya me habían pagado a mí, si ya te habían pagado a ti, o ya le habían pagado a él para conocer la finitud del fin de semana,
que en llamadas fugaces les dijeron a sus madres que todo estaba bien mientras forzaban una nota de tranquilidad,
que viajaron en Navidad a defender su feliz pobreza ante el juicio familiar e intentaron explicar su soltería su homosexualismo su vegetarianismo su trabajo incomprendido,
que cayeron de rodillas en desesperanzados centros Krishna rezando por un almuerzo gratis y la luz y las cuentas de cobro eternas, hasta que al alma se le iluminó el cabello por un segundo,
que se postularon y postularon y postularon y postularon a soñadas pasantías voluntariados becas diplomados residencias persiguiendo el esquivo escape del amanecer fotocopiado,
que se retiraron a Argentina a mendigar una beca o a Cachipay hacia el tierno Buda o Salento en busca de extranjeros en hostales,
que exigieron juicios de cordura acusando a los medios de alienados y fueron abandonados con su locura y sus manos ante el jurado burlón y esquizofrénico de las redes sociales,
que se burlaron de los intelectuales “liberales” columnistas de pelo y barba blanca y subsiguientemente se presentan en la recepción de urgencias con las pupilas dilatadas y la mente amenazando con explotar, exigiendo Rivotril o Litio con afán,
y recibieron a cambio el concreto vacío de la Fluoxetina, gotas de valeriana recomendaciones a ser más alegres visitar a un sacerdote o a aprovechar su juventud, distracción,
que en una protesta sin humor siguieron asistiendo a la máquina de producción en masa de sus días sonriendo neuróticos ante el público de sus vidas y llorando en la secreta calma de las duchas de la mañana o el silencio en las oscuridad de sus camas en las noches,
viviendo años después realmente ojerosos vestidos de deudas y de resentimientos y conciencias limpias, en la visible condenación del loco asechado por la apariencia y el consumo frenético para alimentar los egos mutuamente,
discutiendo con los ecos del alma, discutiendo por todo y con todos en el espejo negro de la soledad de Internet, sueño de la vida una pesadilla, cuerpos convertidos autopistas neuróticas por el vaivén de las preocupaciones,
con la mamá ya******, y la última cuenta de cobro radicada esperando a ser efectiva, y el último recibo ya vencido y el último grito contra la almohada en protesta y el último cuarto amoblado vaciado hasta la última pieza de mueblería mental, una caja con ropa y libros espera a ser enviada de vuelta a la casa materna, llena de frustración y fracaso esperanzado un poco de alucinación—
ah, amigos, mientras no estén a salvo yo no voy a estar a salvo, y ahora estamos realmente en la total olla animal de presión—
y que por lo tanto corrimos a través de las noches obsesionados con una súbita inspiración sobre la alquimia del uso de la elipse el catálogo del medidor y el plano vibratorio,
mentes que soñaron e hicieron aberturas encarnadas en el tiempo y el espacio a través de blogs desconocidos, dibujos mal hechos, fanzines anónimos libros autopublicados cortometrajes ciegos y bandas sordas al mundo pero siempre con una sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus,
para recrear el ritmo y decadencia de la pobre prosa humana y pararse frente a ti mudos e inteligentes y temblorosos de vergüenza, rechazados y no obstante confesando el alma para conformarse al ritmo del pensamiento en su desnuda cabeza sin fin,
el freelance desesperado y el oficinista triste en el tiempo, desconocido, y no obstante escribiendo aquí lo que podría quedar por decir en el tiempo después de la muerte, ansiando la inmortalidad negada
y revivieron en otras almas frescas inquietas exasperadas en la sombra de una guitarra o de un lápiz y mostraron el sufrimiento de la mente desnuda de Colombia por el amor en un llanto de guitarra o de versos eli eli lamma lamma sabacthani que estremeció las ciudades hasta la última radio
con el absoluto corazón del poema sanguinariamente arrancado de sus cuerpos bueno para alimentarse mil años.

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Jhonny R. Quintero
Periodista, escritor amateur, amo de casa, hijo menor.

Twitter / Instagram
Periodista, escritor amateur, amo de casa, hijo menor.

Twitter / Instagram

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