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Traducir poesía a pesar de lo imposible

Traducir poesía a pesar de lo imposible

A viva voz y en su idioma original, varios poetas y traductores invitados al festival Las líneas de su mano nos enfrentan a la indescifrable manera en que la lengua toma forma como vínculo y frontera en la poesía.

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E
n el lanzamiento del Festival Las líneas de su mano XII, la homenajeada internacional, la rumana Ana Blandiana, leyó sobre el estrado una serie de poemas. Leía pausadamente, marcando los versos, los silencios que los separan. La música de su lengua llenaba el auditorio. Se alcanzaban a adivinar algunas palabras, raíces, fonemas que el rumano aún comparte con sus lenguas hermanas, las romances. El sonido era bellísimo y, sin embargo, al final de cada poema, el aplauso no llegaba. Entonces, Viorica Patea, su traductora al español, se acercaba al estrado.

De todos los sentidos solo queda el sueño táctil

De acariciar, sin asustarlo, las plumas de un ángel…

Solo después de la lectura de Patea se oía el aplauso. Y cada vez, ella, la traductora, daba un paso atrás. No se estaba celebrando su poema: esas palabras españolas no eran las suyas. Se celebraban los versos de Blandiana, aunque la celebración fuera imposible sin ella. De alguna manera los aplausos también le correspondían, por extensión. La ironía del oficio: acto necesario pero discreto, uno que apenas figura en letras más pequeñas debajo de los títulos de los libros.

“Poesía es todo aquello que se pierde en la traducción” me dice Nieves García Prados, una de las invitadas al Festival, recordando las palabras de Robert Frost. Sonríe. “Es una gran responsabilidad. Todo lo que se puede hacer es una aproximación. Eso es lo que intento: que suene a poema y no a traducción. ¿Lo consigo? No lo sé. Hay que tomarse el oficio con mucha humildad. Cuando yo traduzco autores como Simic, Mary Oliver o Natasha Trethewey, me siento abrumada…”. Vuelve a sonreír. Le pido que me lea una de sus traducciones de Simic. Escoge “1938”, que lleva por título el año de nacimiento del poeta.





Nieves es profesora del departamento de Español, Italiano y Portugués de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos. Nació en Granada, y está especializada en traducción literaria al español. Es la traductora autorizada de Mary Oliver, Natasha Trethewey, Juan Felipe Herrera y del gran Charles Simic. Todos poetas estadounidenses. Le pregunto qué es lo intraducible, lo imposible. Me dice: “un buen problema son las expresiones coloquiales. Y no es sólo que en inglés existan expresiones que no hay en español, sino que la equivalente puede no ser la misma si hablamos del español de España, de México o de Argentina”.

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[Nieves García Prados, traductora]

Cada lengua es una forma de mirar al mundo. Herta Müller, Premio Nobel de literatura de 2009, ha sido una de las escritoras que más ha reflexionado al respecto. Criada en el seno de una familia de habla alemana –de dialecto bánato-suabo– desde muy temprano se vio enfrentada a la imposibilidad de decir lo mismo en su lengua materna y en las lenguas que aprendía en el colegio: el alemán estándar, Hochdeutsch, y el rumano. En su dialecto materno, “el viento camina”, mientras que en el alemán estándar sopla y en rumano bate. Y ahí laten buena parte de los dolores de cabeza de los traductores. Nieves me cuenta que se encuentra con frecuencia la palabra weep. “Es llorar, pero llorar mucho y profundamente.” Le cuento que en francés esa palabra existe: sangloter. “Bueno y fíjate que en español no tenemos ese verbo. Tenemos sollozar que es más suave, pero no uno específico para llorar mucho y desde lo hondo. Será que en español no lloramos tan fuerte.” Se ríe. “Otra palabra que me ha costado mucho es thrall. Así se titula el poemario de Natasha Trethewey que traduje. En inglés es un sustantivo y puede ser usado a modo de hipérbole, de exageración, pero también se utiliza como verbo. Significa a la vez ser cautivado por algo, como la belleza, pero también estar cautivo. ¿Cómo traduces eso?” Me cuenta que una mañana, mientras leía en el periódico las notas sobre la muerte de Fidel Castro, dio con una traducción que la dejó satisfecha. “Decía que con su muerte el líder dejaba a Cuba in its thrall, en su cautiverio”. Uno de los poemas de ese libro se llama “Dr. Samuel Adolphus Cartwright on dissecting the white negro, 1851”. Hace parte de la serie de poemas The Americans y describe de modo poético la observación racista y científica con que dicho doctor habla del cuerpo de los negros esclavos, esos que intentan escapar del cautiverio y que él terminó por llamar enfermos inventando una patología para tal absurdo: buscar la libertad.





Sin embargo, los problemas de traducción pueden ser mucho más complicados, inyectarse esteroides. “Cuando estaba traduciendo un poema de Juan Gelman, me encontré con un juego de palabras que en español es muy claro: caballo y caballa. Pero en lituano no tengo esas dos palabras tan parecidas, una para el mamífero y otra para el pez. Y como en español, tenemos dos palabras: caballo y yegua. Así que opté por perder el sentido del pez y hacer una palabra nueva a partir de caballo en lituano, žirgas, con la terminación femenina: žirgė. Puede ser legítimo o criticado, pero fue lo que sentí que se acercaba mejor”, me dice Dovilė Kuzminskaitė, otra de las invitadas al Festival, organizado en el Gimnasio Moderno de Bogotá por el poeta colombiano y editor Federico Díaz-Granados y Santiago Espinosa, poeta colombiano y docente. “Para mí, lo intraducible de la poesía está incluso en cosas muy prácticas, la gramática misma. Hay cosas que una lengua tiene o hace que no puede hacer otra. En español, ustedes tienen los verbos ser, estar y haber. En lituano tenemos uno solo: būti. O por ejemplo, en lituano no tenemos subjuntivo, tenemos condicional. En lituano no tenemos ese grado de aproximación mayor y más impreciso a lo posible, a la posibilidad; es mucho más concreto: ‘si algo, entonces…’”.

Dovile Kuzminskaite

[Dovilė Kuzminskaitė, poeta y traductora]

Dovilė es poeta y profesora de español y literatura iberoamericana de la Universidad de Vilnius, Lituania. Nació allí mismo y recibió el premio Joven Artista (2018) del Ministerio de Cultura lituano. Traduce poesía en español al lituano y, en colaboración con otros, ha traducido poesía lituana al español para el portal Círculo de Poesía. Pero hay un rasgo de ella que me interesa aún más: escribe poemas en español. “Tengo poemas que traduje al lituano que escribí por primera vez en español, como Querido diario.” Le pido que lo lea.





Me sorprende la desenvoltura de su expresión en mi lengua. Le pregunto si traducirse a sí misma no la pone en riesgo de falsearse, de editarse y cambiar demasiado de una lengua a otra. “El riesgo siempre está ahí: terminar escribiendo dos poemas. Pero es que cada lengua soporta cosas diferentes. Hay cosas que puedo escribir en español que no suenan bien en lituano. En español puedo ser mucho más sentimental. En lituano, cuando por ejemplo traducimos a un latinoamericano o a un español para un festival, pasa que la gente te dice: ‘Eso suena demasiado cursi’. Y es en buena medida porque la poesía lituana contemporánea es muy oscura, depresiva, ¿sabes? Por eso es que me gusta jugar entre las dos lenguas, me permite una esquizofrenia, tener dos facetas. Hay poemas míos en español que sé que nunca tendrán una versión lituana. Y de todos modos hay textos que me llegan primero en español, me suenan mejor en español. No sé por qué. Y hacia el español hay cosas que no me atrevería a traducir yo misma. La rima por ejemplo. La métrica. Es difícil. Eso lo dejaría en manos de otro.” Le pido que me lea uno que haya sido escrito en lituano y luego su traducción.





Escribiendo este texto recordé mi propia experiencia: una vez intenté traducir un poema. Como decía Nieves, no sé si conseguí traducirlo bien. Era un poema sin título del francés Michel Houellebecq que encontré en una antología. La métrica era contundente: seis versos organizados en dos tercetos, cada uno con dos versos largos –de arte mayor, dice la tradición– y uno corto –de arte menor–. Más exactamente, dos alejandrinos y luego medio. Pequeña sutileza: el alejandrino tiene doce sílabas –o pies, dicen los poetas y entendidos– en francés y en español, catorce; por ende, los “medios-alejandrinos” serían de seis y siete sílabas. ¿Qué hacer? ¿Mantenerme en el número de sonidos que escucharíamos en francés o adaptar al verso español? Al final, opté por lo segundo. Me pareció que se escuchaba mejor. No sé por qué.





Seguro que se pueden escribir tratados sobre cómo se hace música con las palabras y se establecen ritmos con el número de sonidos y de silencios, con las pausas, sobre cómo incluso las estructuras métricas hablan de sociedades precisas, pero en el acto de traducir la libertad es norma y la elección, imperativa. Nieves me explica que “cuando tengo que traducir un poema con versos cortos, de siete pies por ejemplo, opto por los endecasílabos [versos de once sílabas]. En español las palabras son más largas que en inglés y si hay una métrica que respetar, prefiero adaptar porque son lenguas distintas”.

En todo caso, mi intento con Houellebecq me costó una tarde entera. Nadie me pagó, no se ha publicado en ninguna revista. Escasamente lo subí a Instagram, porque eso sí, estaba contento: lo quería compartir. “Traducir es un trabajo divulgativo. Quiero pensar que es importante decir en mi país ‘hey, existe un Juan Gelman’... Y es que no se hace por riqueza ni fama. Es solo por amor al arte”, dice Dovilė. Y lo creo como ella: se trata de un acto de afecto.

“Yo creo que lo más intraducible son los deleites materiales de cada lengua, la musicalidad específica. Pero eso no quiere decir que no se puede imitar el gesto en otra lengua para comunicar a pesar de esa imposibilidad. Es un reconocimiento,” me dice Andrea Cote, poeta colombiana invitada al Festival.

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[Andrea Cote / © Margarita Mejía]

“Es imposible, pero es un gesto político: hay otros, existen otros, que tienen su valor y ese valor no puede ser suplantado. Puede ser eso: reconocido.” Andrea, además de ser una reconocida poeta, es profesora en la maestría bilingüe en escritura creativa de la Universidad de Texas en El Paso, en Estados Unidos, y traductora, ella misma, de poetas afroamericanos contemporáneos como Jericho Brown y Tracy K. Smith. “De ella traduje un libro que se basa en buena parte en una investigación que hizo sobre las cartas que los soldados negros que le enviaban a Abraham Lincoln quejándose de sus condiciones. Para traducirla tuve que averiguar sobre ese archivo por un detalle: los muchos errores de ortografía que poblaban esas cartas transcritas en los poemas. ¿Cómo traduces los errores? Podrías corregirlos, pero la poeta no los corrigió en inglés. Después de investigarlo fue claro: Tracy K. Smith los conservó porque no eran errores, eran poesía, una lengua poética basada en la carencia. Vio belleza en esa forma. Y si no hubiera traducido el libro, no lo hubiera descubierto. A partir de ese hallazgo intenté la traducción.” Le pido que lea alguno de esos poemas.





Andrea Cote también ha sido traducida a varios idiomas: al alemán, catalán, italiano, portugués, macedonio, árabe, polaco, griego, chino y claro, al inglés. Le pregunto qué ha sentido cuando se lee en otra lengua, una que lee perfectamente, una en la que también enseña. “Es interesante. Al leerte en otra lengua descubres cosas que no sabías ni siquiera que habías hecho: el texto no es tuyo. Experimentas la desposesión de tu texto. Es un acto de negociación, homenaje y reconocimiento. Dejarse traducir es ponerse en manos del otro, dejarlo hablar por mí: traducir es todo lo contrario a la intolerancia. Insisto: es un acto político.”





Reconocimiento, intento imposible, acto político, esfuerzo por amor al arte, labor paradójica desprovista de reconocimiento. Sin embargo, la duda persiste: donde no hay manuales científicos, instrucciones de IKEA o cualquier otro rasero externo u objetivo para determinar si la tarea se ha realizado a cabalidad, ¿cuándo se sabe que se ha logrado, cuándo se puede estar satisfecho, cuándo se puede dejar de lado un poema y agarrar otro? Nieves, Dovilė y Andrea insisten en lo mismo, en una respuesta tan artesanal como críptica: se escucha. Misteriosa certeza, como las palabras de Viorica en el lanzamiento del festival Las líneas de su mano; palabras que sí eran las suyas y que quizás siguen siendo el mejor homenaje a Blandiana esa primera noche, todas las noches. Al final, la humilde tarea se resuelve en una cuestión musical: afinando el instrumento, la propia lengua. Como le dijo Charles Simic –él mismo traductor del serbio al inglés– a Nieves ante una duda: “Me da igual. Invéntatelo, pero que suene bien”.
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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

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