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Cuando calienta el sol: así envejece la piel con la exposición solar

Ilustración

Todos hemos oído hablar de la importancia del protector solar para prevenir quemaduras solares, pero ¿qué rayos es lo que le pasa a nuestras células cuando nos calienta el sol? La autora nos lo explica con lujo de detalles a través de las edades de la mano de un especialista.

No es un vano truco del capitalismo que el protector solar sea el producto más importante para el cuidado de la piel. Si bien el sol es clave en procesos fundamentales para la vida animal y vegetal como la fotosíntesis en las plantas y la producción de vitamina D para la absorción del calcio, nuestra estrella siempre ha representado una potencial amenaza para todas las criaturas aquí abajo en la tierra, pudiendo producir desde quemaduras hasta cáncer en el órgano más grande del cuerpo humano, la piel. 

Y aunque intuyamos que no podemos vivir sin él y algo sepamos sobre los efectos de sus rayos en el cuerpo, no es algo que sea muy claro para todos. Al fin y al cabo, ¿cómo nos envejece la radiación solar? ¿Cómo es el proceso de este deterioro a lo largo de nuestra vida y qué podemos hacer para remediarlo o mitigar su riesgo?

Los cambios más evidentes suelen notarse tras horas o incluso minutos de exposición solar, a través de quemaduras o bronceados, según el fototipo de piel. Lo fascinante es que estos cambios son un juego contra el tiempo desde la niñez.

Así lo explica Arturo Argote, dermatólogo adscrito a Colsanitas: “El fotodaño o el fotoenvejecimiento está relacionado directamente con la exposición solar desde la infancia. Se dice que aproximadamente del 70 al 80% del envejecimiento cutáneo tiene que ver con la exposición solar —extrínseca o exterior— y ocurre antes de los 20 años. ¿Por qué? Porque es el tiempo en que las personas son más activas, están niños, van a piscinas, hacen deporte, etcétera”.
Con los años, los factores intrínsecos –es decir, los factores internos como las hormonas y la genética– son los responsables de este envejecimiento. A estos se suman otros agentes como la disminución de colágeno, el deterioro cutáneo y la disminución en el recambio de la piel, pues las células comienzan a reproducirse más lento y en menor cantidad.

La radiación: más que simples rayos solares

Las radiaciones solares tienen categorías. Esas siglas que oscilan entre la U, la B y la V, las cuales vemos en los diferentes protectores solares, tienen un porqué: según el tipo, pueden originar quemaduras solares, manchas, alergias, arrugas o cáncer de piel. 

La radiación solar llega a la Tierra de forma directa, difusa y reflejada, y aunque el sol emite seis tipos de radiación, solo cuatro logran atravesar la capa de ozono: los rayos ultravioleta A (UVA), los rayos ultravioleta B (UVB), la radiación visible y la radiación infrarroja.

Según Arturo Argote, “los rayos del sol UVB —ultravioleta B—, que son de longitud de onda más corta y con más energía, producen quemadura solar, lo que lleva a una situación conocida como célula de quemadura solar, es decir [que] se daña la célula y la radiación ultravioleta a largo plazo va dañando el ADN de las células epidérmicas”.

La piel se divide en tres capas principales: la epidermis, la dermis y la hipodermis. Esta última es la más profunda. Los rayos ultravioleta B (UVB) penetran en la epidermis hasta la dermis y son los causantes de las quemaduras solares y el principal responsable del cáncer cutáneo. Los rayos ultravioleta A (UVA) llegan hasta la segunda capa de la piel, la dermis. Pueden generar oxidación celular, es decir, broncear la piel, además de contribuir al fotoenvejecimiento con arrugas, manchas y flacidez en la piel. 

Según el estudio “¿El cambio climático afectará a la piel?”, realizado por Federico Palomar, Coordinador de Unidad de Enfermería Dermatológica, Úlceras y Heridas del Hospital General Universitario de Valencia, la radiación UVA es 1.600 veces menos nociva que la radiación UVB. Sin embargo, está presente en la mayor parte de la Tierra durante todo el año.

Por su parte la radiación visible es la "mamá" de las plantas, pues es la responsable de la fotosíntesis y constituye el 40% de la radiación en la Tierra. Puede afectar la piel en un nivel parecido a los rayos ultravioleta A (UVA). Por último, está la radiación infrarroja, causante del bochorno, pues mantiene la Tierra caliente; a esta radiación le debemos los golpes de calor y las insolaciones cutáneas.

El fotoenvejecimiento de la niñez a los 30

Además de las cicatrices, manchas, acné y otras afecciones cutáneas propias de la adolescencia, la adultez y la vejez, la exposición solar suele incrementar o empeorar el estado de estas imperfecciones. Pero eso sí, no todo se aborda igual: cada etapa de la vida tiene sus propias necesidades según los cambios internos y el cuidado que se brinde para evitar el deterioro temprano.

En los primeros meses de vida, las capas de la piel son delgadas, extremadamente delicadas. Aunque los niveles de colágeno son altos, la piel de los bebés requiere hidratación profunda debido a la debilidad del manto ácido que protege nuestra piel. Los bebés deben estar aún más protegidos de los rayos UVB y UVA, ya que la baja pigmentación y el desarrollo apenas incipiente de los melanocitos —las células que producen la melanina— los hacen más propensos a quemaduras e insolación. En la niñez, la piel ha desarrollado más resistencia, pero sus capas siguen siendo delgadas y sensibles. No es hasta los 12 años que la piel adquiere una rugosidad parecida a la piel de los adultos, con una mayor resistencia a los rayos UVB y UVA.

Durante la adolescencia comienzan a notarse los primeros cambios en la piel debido a la oleada hormonal propia de la pubertad y la producción de sebo; el acné se hace presente en la cara y otras zonas de la piel como hombros, brazos y espalda. Estas imperfecciones desaparecen al comenzar la adultez, una vez se regulan las hormonas, aunque algunas personas pueden tener acné incluso hasta la vejez, principalmente las mujeres. En esta etapa de la vida, además de tratamientos dermatológicos, es esencial cuidar la piel de la radiación solar, ya que las imperfecciones expuestas a los rayos solares pueden generar manchas y cicatrices.

En la adultez temprana, entre los 20 y los 30 años, se dan las primeras dos caídas de colágeno; la elasticidad de la piel se debilita y se generan las primeras líneas de expresión. A estos signos de envejecimiento temprano se le suma el adelgazamiento paulatino de las capas de la piel, lo que la hace más propensa a quemaduras por los rayos UVB y UVA.

Además de las primeras arrugas, es elemental cuidar la piel del sol con buenos bloqueadores y aumentar la humectación de la piel con una rutina de cuidado que incluya limpieza e hidratación para la piel del rostro y cuerpo.

El fotoenvejecimiento después los 30 

Después de los treinta, la calidad de la piel decrece y aparecen anomalías propias de la edad. Así lo explica Argote: “En la medida que pasan los años y las personas tienen más de 40 años, la replicación celular se va dañando, ese ADN no va a funcionar igual de bien y pueden empezar a aparecer daños en la piel asociados al precáncer y cáncer cutáneo. La piel del paciente también se afecta cuando recibe sol; esta radiación ultravioleta impacta directamente en la dermis donde está el colágeno y este se va deteriorando”.
La piel madura tiene una estructura débil y una reposición celular lenta, lo que la hace más frágil y áspera. En esta etapa, la piel es más propensa a la hiperpigmentación, generando manchas seniles o lentigos, además de pecas en las zonas expuestas al sol como los dorsos de las manos, los brazos, los hombros, el escote y el cuello.

Al tener una piel menos firme debido a la pérdida de grasa y volumen, aumenta la necesidad de hidratación y nutrición. Por eso, entre los 40 y 50 años, los tratamientos dermatológicos tienen un enfoque en sueros y vitaminas más densos para combatir la resequedad, ralentizar la aparición de arrugas y manchas, y proporcionar brillo.

A partir de los 60 años, las glándulas sebáceas producen menos grasa, aumentando la sequedad, deshidratación y la aparición de nuevas arrugas. La renovación celular es lenta, por lo que la recuperación de cicatrices y nuevas afecciones es aún más compleja. Además, la piel tiene una tendencia mayor a alergias e infecciones debido a la vulnerabilidad y delgadez de sus capas

Otras afecciones propias de la edad son los hematomas, que surgen por la fragilidad de los vasos sanguíneos, provocando sangrados por debajo de la piel; estos también se conocen como púrpura senil. También es común la aparición de papilomas cutáneos, verrugas y manchas como queratosis, que expuestas al sol pueden convertirse en cáncer de piel.

Dime qué fototipo tienes y te diré qué tan sensible eres

Además de los cambios a lo largo de los años, hay varios factores primordiales para comprender el fotoenvejecimiento. El primero es el fototipo de piel y el segundo es el tiempo de exposición y la altura sobre el nivel del mar en la que estamos. Sobre el primero, existe una escala conocida como la clasificación del fototipo de piel según Fitzpatrick.

La escala de Fitzpatrick está dividida en seis fototipos, organizados según la pigmentación melánica o color de la piel, siendo Fitzpatrick I el paciente de piel muy clara que se quema con facilidad y Fitzpatrick VI el paciente de piel negra que puede permanecer mucho tiempo bajo el sol sin quemarse. Esta clasificación permite a los dermatólogos determinar aspectos de los pacientes como la sensibilidad a la radiación UVB, quemaduras, pigmentación inmediata y bronceado.
El clima y la altura sobre el nivel del mar son igual de importantes en el fotoenvejecimiento cutáneo. Según Arturo Argote, dermatólogo adscrito a Colsanitas: “Las personas que están en los altiplanos, por ejemplo el altiplano cundiboyacense y demás, tienen un daño solar mucho más intenso, con una radiación mucho más severa, o aquellas personas que les gusta el montañismo y demás que sean blancas, se van a quemar mucho más rápidamente. (...) El clima con mucha resequedad, como en los países con estaciones, tiene tendencia a resecar mucho la piel. En los países que están a nivel del mar y en el trópico, la piel tiene tendencia a humectarse mejor de manera fisiológica”.

Mejor prevenir que lamentar: cuidados cutáneos frente a la radiación solar

La mejor manera de cuidar la piel, además de la alimentación y el uso de fotoprotectores, también radica en las precauciones que tomamos desde una edad temprana, como evitar el daño acumulativo de quemaduras, cicatrices y manchas en la infancia y adolescencia. Por otro lado, a veces hay que buscar información adicional para tomar mejores medidas. Según el estudio que citamos antes, “¿El cambio climático afectará a la piel?”, realizado por Federico Palomar, “hay fármacos que son especialmente fotosensibilizantes, como pueden ser antibióticos, antiinflamatorios, etc. En general, se debe ser precavido en cuanto a la exposición solar ante la administración de cualquier medicamento por vía general o en cremas”.

No hay que satanizar la radiación solar, pues también necesitamos de los múltiples beneficios del sol para nuestro sistema inmunológico y estado anímico. Lo clave es entender que, si estaremos expuestos a radiación solar, es importante no utilizar colonias, desodorantes u otros productos sobre la piel que contengan alcoholes, pues pueden ser fitotóxicos. Y que más vale tener protección solar.

Un detalle del que poco se habla es la falsa creencia del resguardo del sol bajo la sombra de las nubes; estas solo retienen un 10% de la radiación. Estas exposiciones son aún más peligrosas, pues pueden ser más prolongadas en tiempo, ya que al no ver el sol, se tiene la sensación de menos calor. Otros ambientes en los que no percibimos la radiación solar directa es en la playa, donde la arena refleja los rayos en un 45%. También, cuando estamos nadando, debido a la frescura bajo el agua, no notamos que los rayos atraviesan hasta 50 centímetros de profundidad del agua, exponiéndonos a un 40% de radiación.

Así que ya sabe: no basta ir por la sombrita.

Mariana Martínez Ochoa

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

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