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Galerías: el barrio más navideño de Colombia

Galerías: el barrio más navideño de Colombia

Aunque su nombre podría hacer pensar en un sofisticado circuito artístico, este barrio bogotano –enmarcado entre el Campín, la Universidad Nacional y la Navidad eterna– está sobrecargado de una pintoresca estética de fomi y madera country. Conozca Galerías.separador

Al principio, la idea me intrigaba y no me convencía del todo. Desde el punto de vista más optimista, vivir en Galerías me parecía una especie de aventurilla urbana en Bogotá, y así lo quería ver para no aceptar que en realidad era un paso que me tocaba dar si quería seguir viviendo en la ciudad y no sufrir por ese temor de “estar lejos de todo”, que es una de las primeras claves de supervivencia que uno aprende como foráneo al llegar a la capital. 

Como cualquiera que apenas había pasado por el barrio, conocía lo obvio y muy por encima: el Falabella –que antes era la única sede de la cadena gringa Sears en Colombia– con ese centro comercial de pasillos laberínticos y vitrinas que parecen estancadas en los noventa; las tienduchas para tomar pola relajado atrás del Campín antes y después de cada partido; la carrera 26 con sus rumbeaderos llenos de primíparos y oficinistas que son un amague de Cuadra Picha, y la 53 con su boulevard de tiendas de decoración para primeras comuniones, halloween, bautizos, quinces y toda celebración digna de nuestra clase media, donde reina absolutamente, sin duda ni cuestionamientos, la navidad como un telón de fondo durante todo el año sin importar cuál sea la temporada.

En el mejor de los casos, el barrio me parecía lo que todavía me parece que es: una gigantesca miscelánea con vida propia, un enorme distrito de mirella, globos, celofán e icopor, lleno de serpentinas, donde siempre se vive esperando a diciembre y se cruzan por igual las quinceañeras con sus abuelas, los barras bravas de Millonarios y los tibios de Santa Fe, los fabricantes de pesebres y árboles de navidad, los comerciantes de cachivaches y los borrachos de todos los ritmos musicales en busca de más rumba. Es decir, me parecía de todo, menos una zona residencial. Y aún así, allá me fui a vivir. 

Cuando recién me mudé y recibí las primeras visitas de amigos, hacía chistes al respecto y decía que en mis tiempos libres tomaba cursos de arte country y porcelanicrón. El chiste nunca se transformó en realidad, aunque nunca lo he descartado del todo, porque Galerías es el lugar perfecto para hacerse experto en manualidades y explorar el lado más cursi de la creatividad. Sin embargo, lo que sí empecé a hacer con el tiempo libre, fueron largas caminatas por el barrio, hasta sus difusas fronteras. 

Todo el mundo en Bogotá entiende a qué se refiere uno cuando dice “Galerías”, pero sus límites territoriales son un punto sin acordar oficialmente. Existe la UPZ número 100 de Bogotá, llamada Galerías, pero esa demarcación es administrativa y no corresponde estrictamente a lo que viene a la cabeza cuando nombramos este barrio. 

Lo que hoy conocemos como Galerías nació hace más de cien años, en 1910, y arrancó con lo que en rigor es el barrio Quesada, un puñado de casas de estilo inglés, que aún existen, al occidente de lo que hoy son las estaciones Calle 57 y Marly de Transmilenio, y que por entonces eran las inmediaciones de la estación de Chapinero del Tren de la Sabana. Con el tiempo aparecieron otros barrios, unos más obreros y otros más arribistas, como Alfonso López, Banco Central, Belalcázar, Campín y, por supuesto, el Sears, que tomaba su nombre del centro comercial que ahora es Galerías y que, en consecuencia, también cambió de rótulo con la nueva franquicia. Así pues, para la finalidad de este texto, llamaremos Galerías a todo lo que está entre la Caracas (por el oriente), la calle 48 (por el sur), la Avenida NQS (por el occidente) y la calle 57 (por el norte). Antes y después de este texto, recorrí cada una de esas cuadras hasta enamorarme del barrio. Hoy puedo enumerar, fácil y de memoria, más de cien lugares por los cuales me gusta vivir aquí. 

Me gustan las tiendas de barrio, que sí son de barrio, como El Ramayal y Los recuerdos de ella, donde el tendero aún dice ‘veci’, se puede conseguir cualquier producto de la canasta familiar a precio razonable y, al mismo tiempo, ver fútbol tomando pola al lado de los carpinteros de la 16 y los taxistas de la 21. Me gustan las cuadras señoriales, como la 54 bis, la 15 A o la 16 A, con casas antiguas de patio y antejardín, seis habitaciones y siete décadas que aún resisten al comercio y a la voracidad de la propiedad horizontal. Me gusta terminar embobado mirando la infinidad de cosas brillantes y rimbombantes que hay en esos palacios de la bisutería que son La Pedrera, El Monasterio y otros de su estilo en la 53. Me gusta la 57 con su separador de palmeras gigantes y sus andenes amplios con sauces a cada lado de la avenida que van a estrellarse contra el estadio. Me gustan las hordas de fieles que llenan la parroquia de Santa Marta cada martes desde las ocho de la mañana hasta las 10 de la noche para hacer promesas a su patrona. Me gustan los quinientazos de turcos que cada vez se toman más locales, las academias de billar y las de baile que se disputan los segundos pisos de largos ventanales, los corrientazos de pescado frito de todas partes del pacífico que tienen fotos del menú en la entrada; los asaderos de carnes mamona y chigüiro con parrillas llaneras cómo vitrinas; los yerbateros que llegan a primera hora a vender remedios caseros en sus Renault 4; los chuzos de comida rápida que devoran los estudiantes de la ECCI cada noche entre semana y la innumerable cantidad de negocios especializados en cosas que solo aquí se pueden conseguir al por mayor, como velas aromáticas, repuestos y reparación de maletas, equipos para escalar, monturas de gafas, cuarzos y cristales de la buena suerte, marqueterías y cajas de madera de todos los tamaños, medicina bioenergética, esencias de perfumería, y en los que nunca, nunca, he comprado ni un alfiler.

Por supuesto, también hay cosas –muchas– que no me gustan y que también puedo enumerar de memoria porque son mi neura diaria de ciudadano, como la inexistencia de árboles en casi todas las cuadras entre la 53 y la 48; las vías y andenes rotos por todos los rincones del barrio, y el exceso de ruido, cables y basuras que manchan cualquier brote de tranquilidad medianamente bien logrado. Pero, como cualquier habitante de Bogotá, tengo claro que esas falencias son padecimientos que vive toda la ciudad, más por la falta de gestión de sus administraciones que por la voluntad de su gente.

Para aquellos a quienes aún les gusta encontrar joyas empolvadas en los barrios de la capital, y temiendo que con esto contribuya a una temida gentrificación del sector, dejo esta lista de lugares imperdibles en medio del hermoso caos navideño de Galerías:

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1. Pecas y fresas
Lo más cercano a una casa de muñecas de fantasía o a un café señoritero. Tiene dos sedes: la principal, sobre la carrera 21, es una casa estrecha, rústica, acogedora y muy rosada, que parece como si Barbie se hubiera tomado la casa de Stuart Little. La segunda sede, sobre la carrera 17, es un primer piso amplio detrás de un vivero,  decorado con una una enorme colección de objetos kitsch con una nostalgia muy afrancesada o de película navideña gringa: desde cajas de galletas, teléfonos y lámparas de diferentes décadas del siglo XX, hasta juegos completos de ferrocarriles, muñecos de acción y hasta un teatrino. Sin duda, lo que más llama la atención, es el jardín del fondo, con un kiosko incluido y un sistema de regado donde se ocultan esculturas de estilo griego o figuras de animales y personajes de cuentos de hadas. Sin embargo, la especialidad del lugar no es solo su decoración: la carta ofrece una variedad de opciones de repostería francesa –no podría ser otra–, cafés,  tés y algunas opciones de almuerzo que varían cada día. Por si hace falta aclararlo, el lugar no tiene wifi por una simple razón: la idea es desconectarse del bullicio de afuera y entrar a un lugar completamente inesperado. La verdad, logra su objetivo.

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2. Fonda Mexicana

El mero mero restaurante mexicano. Lejos del reguero de taquerías hipsters y especuladoras que brotan como maleza por todo Bogotá, Fonda Mexicana tiene lo que las demás no logran a pesar de sus esfuerzos: autenticidad. Nació en octubre de 2012 y su fundador, Eduardo Ramírez, es un ingeniero industrial de CDMX que llegó a Bogotá por amor y acá se quedó. Como nunca consiguió empleo en su profesión, decidió jugársela y abrir este restaurante, con recetas dictadas y supervisadas  por su madre a la distancia. El menú es  México puro  y todas las opciones, desde las sopas, las flautas, los tacos, las tortillas, los chiles y hasta las aguas frescas y la horchata parecen hechas en una plaza de mercado mexicana. Su decoración también es ganadora: toda hecha en casa, tiene piezas aportadas por la espontaneidad de los vecinos, entre la que se destaca un stencil hecho por el legendario muralista bogotano Rodez.

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3. Mercacrespos

Única peluquería en kilómetros a la redonda especializada en peinados y productos para cabellos crespos, rizados, ondulados y su basto universo casi inexplorado. El negocio nació en 2020 producto de la pandemia y del empoderamiento de Eliana, que durante esos días tuvo el conocimiento y el tiempo para dejar atrás la queratina y las ideas de belleza impuestas que le decían desde niña que su pelo era pelo malo. Sus publicaciones en redes fueron un hit y vio ahí una oportunidad para hacer negocio y ayudar a otras personas que querían dejarse el afro. El lugar es un verdadero palacio para los crespos, que comprende una breve capacitación sobre los diferentes tipos de cabello, venta de todo tipo de productos capilares especializados hechos en Colombia, Estados Unidos, Brasil, Panamá y Las Antillas y, por supuesto, zona de peluquería para adultos y niños.

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4. Café Tesla

De lejos, el mejor lugar para tomar un buen café en Galerías. Comenzó en 2015 como un emprendimiento de ingenieros que querían hacer a manera de negocio propio, como una inversión más, y por eso pensaron inicialmente en un bar, una cafetería o algo por el estilo. Pero en su búsqueda se encontraron con el boom del barismo y notaron que hacía falta un lugar especializado en esta bebida que, para ellos, también era un universo por explorar. El lugar es una especie de antigua bodega, amplio, con un aspecto medio industrial, donde se puede tomar café de origen en diferentes métodos de filtrado, tertuliar, trabajar o iniciarse en el barismo, ya que también se puede ver la maquinaria cafetera sin adornos y se ofrecen talleres básicos de apreciación y preparación del café. Recientemente, han extendido su oferta a una amplia variedad de té, sobre los cuales han empezado a dictar algunos talleres.

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5. Zuwena 

¿Se acuerda de la polémica sin sentido por los vestidos que usó Francia Márquez durante la campaña presidencial? De todo lo que se dijo en ese momento, nadie recalcó que algunas de las telas para esos diseños salieron de este local en Galerías, especializado en la venta de telas africanas traídas desde Gana. El cerebro detrás de todo es Kevin, un joven contador de Nairobi que llegó a Colombia en un programa de intercambio para enseñar inglés y decidió quedarse en el país. Después de juntar unos ahorros, abrió el negocio en 2019, primero por medio de ventas online, y luego en este espacio único en la ciudad. Su nombre, Zuwena, es la palabra en Suajili que significa 'algo bonito' y su idea ha sido siempre  acercar un poco más la cultura de su África natal con la afrocolombianidad. El catálogo es una impresionante variedad de colores y formas que difícilmente podría encontrarse en otra parte de Bogotá.

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6. K-li es K-li

Un auténtico rincón caleño en el barrio, lejos de las pretensiones de la mayoría de restaurantes vallunos que hay en Bogotá. El lugar es sencillo, pequeño y esmerado, medio rústico y decorado con fotos de todos los íconos de la salsa y ambientado día y noche con la emisora El Sol. Pero, más allá del espacio, está la comida: empanadas vallunas, marranitas, aborrajados, chuleta, champús y lulada siempre a la orden, hechas como solo saben hacerlas en el Valle. Sin embargo, el plato campeón es el sancocho valluno que, no se explica uno por qué, solo lo sirven los sábados. Tiene ese sabor medio ahumado y lleno de especias que difícilmente se logra fuera de pueblos como Ginebra, Valle. Si hubiera un sancocho Master en la ciudad, sin duda el de K-li es K-li sería campeón.

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7. Gran Pared

El muro de escalada más grande de Bogotá y el segundo más grande de Colombia (el primero está en Cali y es de carácter público, porque lo hicieron para los World Games 2013). El lugar nació en 2004 como una iniciativa de un grupo de amigos aficionados a escalar que no encontraban un sitio para entrenar dentro de la ciudad, entonces se asociaron y emprendieron. Empezaron en Chapinero, sobre la Séptima con 51, y en 2017 llegaron a Galerías. El piso tiene un área de 270 metros cuadrados y las paredes alcanzan los 12 metros de altura, lo que da como resultado un área escalable de 550 metros, con 29 líneas de escaladas y 60 rutas diferentes, que varían cada dos semanas. Si no sabe escalar, no hay lío: ofrecen la opción de acompañamiento de belay y también dictan cursos para niños y adultos.

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8. El Arcano
Cuando en Colombia todo lo que no fuera catolicismo era visto como herejía o brujería, la contadora Nubia Pedraza y su socio ingeniero y cabalista decidieron abrir un espacio que pudiera servir de refugio a los interesados en el ocultismo, los conocimientos esotéricos y las alternativas espirituales. Así nació la librería El Arcano, en 1988, la primera en traer por grandes cantidades y ordenadamente, todo tipo de publicaciones y productos relacionados con esas temáticas. Lo que empezó como un primer piso que visitaban curiosos selectos, hoy es una enorme casa de estilo inglés del barrio Quesada, sin duda una de las más bellas del sector, con una programación continua de actividades que van más allá de los libros: desde cursos espirituales, pasando por consultorios terapéuticos, hasta un café y una sala de eventos donde se dictan conferencias y talleres.

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9. La Libélula Dorada 

Un indiscutible patrimonio cultural de Bogotá y de Colombia. Cualquiera que medio busque o se interese en la historia de las artes escénicas del país tendría que encontrarse obligatoriamente con este lugar que, sin duda, es uno de los mejores referentes del teatro de títeres de Latinoamérica. Los hermanos César e Iván Darío Álvarez, que quedaron flechados por los títeres cuando los vieron por primera vez en la década del 70, llegaron a esta casa del barrio Alfonso López a finales de los 80 y ahí han dado vida a un repertorio de 28 obras propias para niños y adultos, además de eventos culturales que ya son tradición en la movida cultural de la ciudad.

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10. La Gran Esquina de los Chorizos

Cualquiera que haya pasado cerca al Parque Santa Marta ha notado el gentío a toda hora alrededor de un húmero en la esquina de la carrera 21 con calle 52. La razón es sencilla: Aquí se asan los que podrían ser, fácilmente, los mejores chorizos de Bogotá. El negocio, atendido por doña Cenaida Díazy sus dos hijos, lleva más de 15 años en la zona y vende una muestra amplia de delicias cindiboyacences: papas rellenas, pasteles de yuca, caldo de costilla, entre otros. Pero, de lejos, los reyes son los chorizos. De res y de cerdo, artesanales, acompañados de arepa, acompañados y un ají que es candela pura, sontan sencillos como deliciosos y es muy difícil solo comerse uno.

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11. Pastelería Don Quijote

Se llama así porque a su fundador, don Agustín Álvarez, un español con más de 30 años en Colombia, le parecía una quijotada meterse en un negocio de tortas y pasteles, pero eso es justo lo que quería hacer. Y también porque le gusta el Quijote. Fuere o no una aventura sin sentido, lo cierto es que abrieron en diciembre del 89 y desde entonces hacen las mejores milhojas y la mejor leche asada que se pueda encontrar en el barrio y varios kilómetros a la redonda. Sin embargo, el fuerte del lugar son las tortas para celebraciones, de hasta 120 porciones o más, que siempre se decoran al momento de ordenarlas para que se sirvan con la crema siempre fresca. El lugar, por lo demás, es una estampilla de los años noventa con toda la nostalgia kitsch de la década –que muchos todavía no superamos–.

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12. La Bohemia Casa Cultural

Frente al Parque Santa Marta, al costado occidental, se encuentra este café pequeño, con una selección variada de bebidas calientes y pola artesanal, que al final tiene una sorpresa medio inesperada: una sala de teatro. Entre tertuliadas, presentaciones de obras emergentes, lanzamientos de libros independientes, pequeños recitales y talleres de teatro, cada día hay un parche diferente en qué es perfecto para pasar un rato sin afanes. En otras palabras, un centro cultural de barrio, pero no cualquier centro cultural de barrio.

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13. Donde Yiya

De todas las opciones de comida costeña de Galerías -y hay que ver que en el barrio hay nivel por la variada oferta- sin duda esta es la más exquisita. El restaurante es una casona enorme del barrio Quesada, dispuesto para servir a varios comensales a la vez en mesas amplias. Pero, lo realmente importante, es el menú: la carta va desde las infaltables carimañolas y todo tipo de pescados fritos (como bocachico, sierra y róbalo), hasta especialidades como el chivo asado, el osobuco de res y el mote de queso. Para rematar, más opciones costeñísimas como jugos de zapote, níspero  o corozo, y postres como enyucado y dulce de coco. Mejor dicho, como en la costa, pero en Galerías.

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14. L’Explose

Un espacio único en Colombia: se trata de uno de los mayores referentes de la danza contemporánea en Colombia. Nació como una idea del coreógrafo español Tito Fernández en París, en 1991, y llegó a Bogotá a inicios de los años 2000, donde se juntó con Juliana Reyes, dramaturga que actualmente es su directora artística. Su repertorio de obras le ha dado la vuelta al mundo y ha recorrido festivales y escenarios de América Latina, Norteamérica, Europa y Asia. Pero lo mejor es que todo se puede ver en esta sala de Galerías llamada La Factoría, inaugurada en 2008, única de su tipo en el país. El lugar es acogedor y abierto a toda experimentación artística y creativa. Es decir,  teatro puro. La programación siempre sorprende con obras que escasamente se podrían ver en otro lugar del país. Más allá de la programación, también ofrece talleres y cursos permanentes para los interesados en la materia.

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Adrián Atehortúa

Periodista

"Adrián Atehortúa. Periodista. Lee. Escribe como puede"

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