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Billar

Las mejores carambolas del mundo: breve recuento de una pasión

Ilustración

¿Qué hace falta para ganar una copa del mundo de billar a tres bandas como la que se disputó en Bogotá hace unas semanas? ¿Qué hace de este juego algo tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo? El autor de este texto, reportero y tresbandero, nos cuenta en este recorrido por la genialidad y el embrujo que crea las carambolas en la mesa.

UNO

La última vez que me preguntaron: “¿En qué consiste el billar a tres bandas?”, pude arrojar la respuesta que tenía pendiente en la punta de la lengua y que me parece perfecta porque encierra la sencillez y complejidad del juego mismo. “Con una bola hay que pegarle a las otras dos”, dije. “Antes de eso, esa bola debe tocar mínimo tres costados de la mesa”.

Las tres bandas, como le decimos entre apasionados, es una de las tantas disciplinas que integran el enorme mundo del billar. No es su modalidad más popular. Al contrario, cede en atracción y colorido ante las varias versiones del billar pool. Cede, también, en patrocinios, volumen de torneos y tamaño de los premios. Cede, por supuesto, en número de jugadores amateur y profesionales. Y sin embargo, quienes llegan a conocer las tres bandas desde adentro, esto es, desde la comprensión de su plasticidad y dificultad, quedan absolutamente prendados y rápidamente pasan a ser obsesivos practicantes.

O esto me sucedió a mí y a mis compañeros de competencia. Mis primeras veces en el billar fueron los huecos en la universidad. Recuerdo que los viernes tenía un espacio de seis horas entre clase y clase, y algún amigo me invitó a jugar. De entrada, no le cogí mayor gusto. Pero un viernes tras otro se me fueron abriendo los secretos y fui comprendiendo la belleza de los movimientos y lo difícil que resultaba obtener un íngrimo punto y cuando menos imaginé ya había conseguido taco propio. Desde entonces, las tres bandas han sido para mí la manera perfecta de sobreaguar la soledad y un método emocionante para desarrollar concentración y disciplina.

En un inventario de destrezas necesarias para jugar bien tres bandas habría que incluir un aguzado sentido del espacio, alta sensibilidad en la motricidad fina así como un sobrado conocimiento técnico y táctico.

Con lo primero, los jugadores logran hacerse un mapa mental de la mesa, sus recovecos y los secretos de las esquinas, las áreas del rectángulo en las que el juego se hace más complicado o más sencillo. Un billarista —un tresbandero— que desarrolla su propio mapa del espacio puede anticipar los recorridos necesarios para que las tres bolas se muevan en función de hacer el punto y facilitar la consecución del siguiente.

Con lo segundo, una alta sensibilidad en la motricidad fina, un tresbandero puede precisar las tres magnitudes obligadas para dirigir la bola tacadora, que son: la cantidad de efecto, la aceleración del golpe y el tome de la segunda bola o bola recibidora que viene siendo la proporción exacta de impacto para lograr el recorrido. Y no sobra decir que nada de lo anterior sería suficiente si el jugador desconoce los movimientos técnicos de las bolas y la estrategia que deba aplicar según lo exija el instante de la partida.

DOS

Entre el 24 de febrero y el 2 de marzo se llevó a cabo en Bogotá la primera Copa Mundo de billar a tres bandas del calendario 2025 de la Unión Mundial de Billar, máxima autoridad global. Alrededor de ciento cincuenta tresbanderos provenientes de distintos países se encontraron en el escenario en el Palacio de los Deportes —ocho mesas, iluminación, sonido, palcos— para disputar el campeonato. A la histórica presencia de los legendarios competidores europeos se sumó la avanzada asiática, la euroasiática —Turquía— y la latinoamericana, más un puñado de gringos y alguno que otro africano. Veintiocho países en total.

Era la segunda vez que Bogotá organizaba un torneo de esta importancia en el último tiempo. Ya lo había llevado con éxito en 2024, también entre febrero y marzo, y en un escenario de la misma zona de la ciudad, pero más amplio: el Coliseo Cubierto El Salitre. Ambas versiones, en todo caso, pueden ser consideradas como una precuela aplazada por más de veinte años, luego de que la capital hubiera sido la sede de cuatro campeonatos orbitales realizados de manera consecutiva entre 1998 y 2001. Los primeros tres tuvieron lugar en el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, al pie del hotel Tequendama. El último, el de 2001, fue en uno de los pabellones de Corferias.

Recuerdo que la emoción de los billaristas colombianos por la visita de los grandes del mundo podía palparse entre las mesas de los clubes. Las colas para ingresar al Centro de Convenciones le daban la vuelta a la manzana y todos queríamos una foto junto a los ídolos. Cuando no podíamos asistir al escenario, veíamos las partidas en televisión, comentábamos las jugadas, nos sorprendíamos con la facilidad que esos tresbanderos exponían en su juego.

Había algo, sin embargo, que destacaba por encima de todo lo demás: el billar a tres bandas visto así era una actividad glamurosa y dotada de estatus. Todo lo opuesto al entorno en que jugábamos aquí: siempre en salas añosas situadas en esquinas de miedo, habitadas por oportunistas rebuscadores y decoradas con almanaques casi porno.

Mientras en una copa del mundo los competidores vestían atuendo de chaleco, corbatín y camisa blanca de puño, en nuestros clubes jugábamos sin ninguna elegancia; mientras en las copas del mundo el público reconocía con aplausos y venias los puntos realizados con alta destreza, en nuestros clubes acaso alguien se daba cuenta para felicitar a un compañero por un corrido de repetición o un retro de mesa entera. Mientras que los campeones europeos podían expresarse en varios idiomas, como el políglota Torbjorn Blomdahl —ocho idiomas, incluido japonés además de sueco nativo—, acá nos tratábamos en un parlache de hijueputazos.

Quizás porque el origen del billar de carambola sea francés, los jugadores de Europa central fueron los dominantes solitarios del ranking de tres bandas desde el siglo XX hasta la primera década del XXI. Pero luego los asiáticos, sobre todo coreanos y vietnamitas, han sabido incrustarse en los lugares de privilegio y alterar la fotografía que había sido ese ranking. Y aunque el actual número uno sea —siga siendo— el veterano holandés Dick Jaspers, el campeón mundial vigente es Myung Woo Cho, un coreano de 26 años. Y quien venció en la final acá en Bogotá, llevada a cabo en la noche del domingo 2 de marzo, es un vietnamita treintañero llamado Thanc Luc Tran.

A lo largo de sus años de hegemonía, los tresbanderos europeos se han caracterizado por una gran riqueza técnica, por la creatividad para imaginar soluciones a las posiciones más difíciles y por haber modernizado el juego ideando una variada manera de anticipar los trayectos de la bola tacadora usando mediciones aritméticas. Es posible decir que casi todos los grandes tresbanderos europeos han sido los pioneros del estilo contemporáneo y los inspiradores del resto de billaristas del mundo. Sin duda, una de sus ventajas ha sido la formación en el juego corto. Es decir, muchos de los grandes nombres del top veinte de las tres bandas primero fueron virtuosos practicantes de carambola libre y otras modalidades como el cuadro y a una banda.

Desde la irrupción de los asiáticos, el billar a tres bandas ha ganado en todos los aspectos: en tecnología y nuevos materiales para implementos de juego, en novedosas y sencillas fórmulas para anticipar recorridos, y en la certeza de la disciplina ligada a la metodología como forma de entrenamiento: rutinas de ocho a doce horas diarias. Los coreanos, además, han sabido vincular a la empresa privada como financiadores de grandes competencias y de una liga profesional interna que desde su reciente origen ha pagado premios más altos que los acostumbrados en los torneos mundiales.

TRES

Hasta hace unos años se jugaba por sets, como en el tenis. En torneos de pequeña envergadura: dos de tres sets corridos a quince puntos. Y en los grandes: tres de cinco sets corridos también a quince puntos. Este sistema había reemplazado la forma usual hasta los años ochenta que era la de jugar partidas a cincuenta o sesenta puntos.

Acá en Colombia se hizo popular el rumor de que los sets habían reemplazado las partidas a larga distancia para atajar al tresbandero que en ese tiempo parecía invencible, el belga Raymond Ceulemans, y quien hasta hoy sigue gozando del juicio unánime de ser el mejor de todos los tiempos.

Lo cierto es que la innovación de partidas a sets tuvo como fin elevar la espectacularidad: mayor rapidez en resultados decisivos y más tensión en momentos finales del juego. Las directivas del billar a tres bandas aspiraban a que estos cambios sedujeran a una audiencia cada vez más numerosa y la televisión encontrara en este juego un pulposo atractivo para la publicidad. Lo que redundaría en mayor flujo de caja para todo el ecosistema.

Y algo hubo. Pero no todo lo esperado.

Vino, entonces, la eclosión de los canales y plataformas en Internet y los jugadores y un sector del público especializado reclamaron el viejo sistema de competencias: partidas a larga distancia, pero con un estricto tiempo de ataque: en adelante cada jugador contaba con cincuenta segundos —ahora va en cuarenta— para ejecutar la tacada, lo que ha agilizado el movimiento de las bolas y evitado adormecer a la audiencia. Además, los jugadores de alto nivel sienten que un juego a cuarenta o cincuenta puntos protege a los mejores porque les da espacio para exponer todas sus capacidades y evitar que súbitos puntos de suerte inclinen el resultado a favor de un tresbandero de menor nivel en una partida corta. En las copas del mundo, como la realizada en Bogotá, la distancia de las partidas va creciendo en la medida que van avanzando las rondas. En las varias tandas de Qualy se juega a treinta, treintaicinco y cuarenta puntos. En la primera ronda del cuadro principal van a cuarenta. Y en las rondas de eliminación directa hasta llegar a la final van a cincuenta. A esta distancia, una partida tarda dos horas o más.

Si hubiera que añadir otra virtud en la lista de requisitos para ser uno de los grandes jugadores del mundo habría que citar, por supuesto, la capacidad de concentración y fuerza mental para sostener el enfoque competitivo a lo largo de esas dos horas y durante todas las partidas de una copa mundo. También, para sostener la efectividad en el juego a pesar de las adversidades que impone el rival y los imponderables de las bolas, y no decaer o saber levantarse cuando el resultado sea adverso.

CUATRO

Guardadas las proporciones, algo así sucede en Colombia. Las tres bandas se han vuelto la modalidad dominante en los juegos de salón del país y el nivel ha ido en aumento. Cada vez abren más salas con mejores implementos y donde uno menos lo piensa brotan aguerridos tresbanderos.

No es exagerado afirmar que en este lado del mundo, Colombia es el país con el más alto rendimiento y con mayor cantidad de competidores instruidos. Puesta en el escenario mundial, sin embargo, Colombia sigue siendo de nivel intermedio y le cuesta lo indecible clasificar un jugador a una final de copa del mundo. Ni hablar de ganarla.

Un análisis juicioso sobre las carencias del billar a tres bandas colombiano requeriría un artículo aparte. En este me limitaré a señalar los más evidentes: escasos resultados en la gestión de las directivas a la hora de vincular a la empresa privada, lo cual redunda en muy pocos recursos para patrocinar jugadores que vayan a competir al extranjero; un precario panorama de escuelas para niños y principiantes, ligado a unas competencias locales y nacionales de frecuencia irregular, sin estímulos reales y premiaciones de risa. Por debajo, como el prejuicio que habita la mirada de la sociedad, sigue existiendo la creencia de que el billar es vagancia, bohemia y licor, cosa que cierra el círculo porque esto aleja inexorablemente a la empresa privada.

A los que practicamos las tres bandas con determinación y orgullo nos queda la certeza de que es uno de los juegos de mayor dificultad e integra una buena cantidad de méritos y retos que solo la constancia y la disciplina, y no la bohemia y el licor, ayudan a vencer. Hay, además, una creciente cantidad de mujeres que vienen practicándolo y participando en torneos sobreponiéndose al otro prejuicio histórico de que el billar en general es un medio exclusivo machirulo. Esperemos que la tercera copa del mundo destinada para Colombia en el próximo 2026 siga siendo la perfecta excusa para el encuentro y la celebración de las mejores carambolas del mundo.

Juan Miguel Álvarez

Juan Miguel Álvarez (Bogotá, 1977). Periodista independiente enfocado en temas de cultura y Derechos Humanos. Es frecuente colaborador de El Malpensante y ediciones especiales de Semana. Publica una columna quincenal en revista Vice llamada "Fotografías Verbales". En este momento prepara la publicación de su tercer libro con Rey Naranjo Editores que lleva por título Verde tierra calcinada. En su tiempo libre practica billar a tres bandas.

Juan Miguel Álvarez (Bogotá, 1977). Periodista independiente enfocado en temas de cultura y Derechos Humanos. Es frecuente colaborador de El Malpensante y ediciones especiales de Semana. Publica una columna quincenal en revista Vice llamada "Fotografías Verbales". En este momento prepara la publicación de su tercer libro con Rey Naranjo Editores que lleva por título Verde tierra calcinada. En su tiempo libre practica billar a tres bandas.

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