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Nueva York en dos ruedas

Nueva York en dos ruedas

Los rascacielos de Nueva York se asomaban a lo lejos.
La ciudad se veía discreta posada en esa pequeña isla, tan familiar, tan de película.

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© Fotografía: Julián Mora Oberlander | Agradecimiento: Juliana Muñoz.

Pero conforme mi bus se iba adentrando en el tráfico, las calles se hacían más grandes y desconocidas. Ese hombre tocando el saxofón en una esquina, aquella latina vendiendo maní azucarado, una tienda de juguetes, un bar, un restaurante… y podría seguir infinitamente. No sabía nada de la Gran Manzana.Entonces me propuse conocerla decentemente. Es decir, nada de City Tours, ni de taxis costosos. Quería saber de qué se trataba el “espíritu neoyorkino”, cómo vivían los locales y no los turistas, quería darle la mano a la ciudad. Sabía que para eso necesitaba una bicicleta, un mapa y una brújula. También ayudó mucho tener una amiga que vive allá desde hace años y un acompañante con buen sentido de la orientación.

El metro funcionaba bien: fácil de entender, buena cobertura y, lo mejor, se puede subir la bici. Pero me iba a perder de todo el paisaje. Andar en dos ruedas era más que acariciar la ciudad desde arriba, era la libertad de llegar a donde no lo hace el transporte público, la aventura de descubrir lo que no está en las guías y dejarse sorprender, encantar.No solo era una idea romántica, también factible. Nueva York tiene habilitados cerca de mil kilómetros de senderos para bicicletas por fuera de las calzadas, carriles exclusivos en las calles y otros compartidos con los carros. Además, se acaba de lanzar el sistema de alquiler en 600 estaciones, con la opción de recoger la bicicleta en un quiosco y devolverla en otro al final del recorrido.

DÍA DE PARQUES

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© Fotografía: Julián Mora Oberlander | Agradecimiento: Juliana Muñoz.

Sentí el aleteo del viento. Respiré y nada me molestó. Aroma de árboles desconocidos, rumores de niños que jugaban a lo lejos. Hacía apenas unos minutos, antes de llegar al Central Park, tenía encima toda la algarabía de la ciudad. Rodé por la pista que lo circunda y me detuve en los lugares que me llamaron la atención: Great Lawn, donde había un concierto gratuito ese día; Bethesda Terrace, con su fuente de agua, lago y pasaje artístico; las estatuas de Alicia, Lewis Carrol y Shakespeare; y donde fuera que se posaran las ardillas del parque.Los demás parques de Nueva York tienen su propia personalidad. Son espacios que combinan la naturaleza con un café, una librería y algún edificio legendario. En algunos, como el Prospect Park, la gente lleva un mantel para hacer picnic y de paso disfrutar de un concierto. Gracias a la bicicleta pude conocer varias de estas zonas verdes en un solo día.En la mañana comencé en East River Park, en Brooklyn, con vista al río y a Manhattan, y muy cerca del barrio polaco, donde desayuné donas en Peter Pan, a primera vista el preferido de los patrulleros de Policía. Seguí con Brooklyn Heights Promenade, un paseo rodeado de casas tradicionales y árboles. Una mujer caminaba con su bebé, buscó un asiento y se quedó, sin mirar el tiempo, de cara a la mejor vista de Manhattan.

Crucé el Puente de Brooklyn, el imponente, el gótico. Entre todos los puentes, este tiene la ventaja de que la vía, compartida por peatones y ciclistas, está por encima de los carros. Así que el panorama es limpio, envolvente. Un hombre, tal vez de origen árabe, cruzaba por allí en su bicicleta, envuelto por una manta de algodón que le cubría su cabeza y medio rostro. La diversidad cultural era una escena frecuente. Cinco minutos después llegué a Washington Square Park. Niños jugando en la fuente, turistas tomándose fotos bajo el arco, músicos recogiendo dinero en un sombrero.

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© Fotografía: Julián Mora Oberlander | Agradecimiento: Juliana Muñoz.

Hacia el norte, diez minutos más, encontré al Madison Square Park. En una esquina se levanta el Flatiron Building, un edificio que visto de lado es asombrosamente delgado. Hora de comer. Los recomendados eran Shacke Shak Burgers y el barrio italiano. Continué con Union Square, donde varias veces a la semana se instala una plaza de mercado orgánico.

FLATRION© Fotografía: Julián Mora Oberlander | Agradecimiento: Juliana Muñoz.

La siguiente pausa fue Bryant Park. No había donde parquear, pero no importó. Los neoyorkinos dejan sus bicicletas aseguradas en cualquier poste o señal de tránsito, donde no molesten el paso de los peatones. Me advirtieron del robo de bicicletas y sus partes, así que encadené también la llanta delantera y me llevé el sillín. Descansé en el pasto. Cerca, unos jóvenes jugaban a meter una esfera por entre un arco y varias personas entraban y salían de la Biblioteca Pública de NY, recordé a Los Cazafantasmas.

EL ESPÍRITU NEOYORKINO

El Río Hudson baña perímetro oeste de Manhattan. Agua y tierra están separadas por un sendero para ciclistas, patinadores y atletas. De sur a norte, la ruta no descansa con semáforos o paso de automóviles. Tardé cerca de tres horas en recorrerla, concediéndome los permisos necesarios para detenerme en un mirador, muelle, mercado o en una banca para ver al niño que jugaba con su perro en el agua. También aproveché la cercanía de la vía verde para conocer el High Line Park, un antiguo sendero del tren, donde ahora se puede caminar para ver desde lo alto a un barrio pintoresco y varias intervenciones artísticas que juegan con el lugar: El famoso beso del marinero y la enfermera replicado en un mural, un dibujo realista de un hombre que saluda desnudo desde la ventana, un zoológico de papel…

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DESNUDO

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© Fotografía: Julián Mora Oberlander | Agradecimiento: Juliana Muñoz.

Al final del camino, algo más al norte del Puente George Washington, llegué a The Cloisters, o Los Claustros, un museo que hace parte del Metropolitan Museum con piezas de la Edad Media y un jardín sembrado con plantas de la época. La mejor descripción de este lugar la hizo Jorge Luis Borges cuando escribió: “Siento un poco de vértigo. No estoy acostumbrado a la eternidad”.

En otras jornadas sobre dos ruedas encontré vistas inolvidables, como los vestigios de unos antiguos edificios, ahora cubiertos de árboles y maleza. Era como una ciudad perdida en una calle cualquiera de Brooklyn. Me deslicé fácil de calle en calle, gracias a las ciclorrutas y a conductores respetuosos. Eran pocos los lugares donde montar en bicicleta era ineficiente y estresante, como en Times Square y Chinatown. De resto, solo había que tener cuidado con que nadie abriera de repente la puerta de su carro estacionado, uno de los accidentes más frecuentes de los ciclistas en esta ciudad. Finalmente, Nueva York me estaba dando la mano con tantos detalles, tantas escenas. No vi a los mensajeros en bicicletas, inmortalizados en películas como Ride like hell y Quicksilver. Los que pedaleaban a mi lado eran, en su mayoría, locales que iban al trabajo -sin tener que enfrentar los trancones- o a tomarse un café helado en aquellas tardes veraniegas.

ENLACES ÚTILES

  • Mapas de la ciudad y de sus rutas para las bicicletas.
  • New York Cycle Club es el club más grande de la ciudad de ciclistas. Promueve paseos de fin de semana y otros eventos, como las carreras en bicicleta que a lo largo del año se encuentran en NY, como New York Bike Racing, Tour de Brooklyn, New York’s Five Boro Bike Tour y más.
  • Tips, eventos y ofertas ofrecidas por los ciclistas de Nueva York.
  • Redes, normas, directorio de negocios amigables con la bicicleta y más información oficial de Alternativas de Transporte.
  • Diarios de bicicleta: libro del músico y artista David Byrne, quien cuenta su experiencia sobre dos ruedas en varias ciudades del mundo, incluyendo NY.

NY

Juliana Muñoz Toro
Escritora bogotana (1988).  Es periodista de la Pontificia Universidad Javeriana y Máster en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York. 

En 2016 ganó el concurso internacional de Literatura infantil y juvenil de Tragaluz con la novela 24 señales para descubrir a un alien. Este libro fue seleccionado para el catálogo The White Raven como uno de los mejores en Literatura Infantil y Juvenil del 2017. También ha escrito Mi hermana Juana y las ballenas del fin del mundo (2017) y Los últimos días del hambre (Planeta, 2018). 

Es profesora de la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central, dicta talleres de escritura y escribe la columna de libros del diario El Espectador.

@julianadelaurel
Escritora bogotana (1988).  Es periodista de la Pontificia Universidad Javeriana y Máster en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York. 

En 2016 ganó el concurso internacional de Literatura infantil y juvenil de Tragaluz con la novela 24 señales para descubrir a un alien. Este libro fue seleccionado para el catálogo The White Raven como uno de los mejores en Literatura Infantil y Juvenil del 2017. También ha escrito Mi hermana Juana y las ballenas del fin del mundo (2017) y Los últimos días del hambre (Planeta, 2018). 

Es profesora de la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central, dicta talleres de escritura y escribe la columna de libros del diario El Espectador.

@julianadelaurel

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