Conserve el cambio
erminator 2 estaba casi siempre en los televisores los fines de semana, era como un ritual. Yo tenía 10 años, tal vez 11, no lo puedo precisar, lo único que tengo claro es ese momento en el que mi papá definía el plan del fin de semana con dos posibles destinos: el extinto Betatonio o el San Andresito de la 38; en ese entonces los distribuidores casi únicos de los estrenos de cartelera ochenteros.
Y así comienza esta historia. Momentos más tarde me veía inmerso en un sin fin de estanterías de madera abarrotadas de Rambos, Depredadores, de un tal señor Balboa, Indias Marías, Beethoven -de la 1 a la 100-, Querida encogí a los niños y porqué no mi favorita: ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Cajas y cajas de películas descoloridas, manoseadas a no más dar, eran la muestra perfecta de lo que implicaba rentar una película en los años 80. Fui bombardeado, cual Rambo 2, por estos poco profundos contenidos norteamericanos, tanto así que afectaron mi cerebro, lo admito, con gran fascinación.
Ver películas se volvió mi plan familiar por excelencia; nos reuníamos con mis primos a verlas y después no podíamos dejar de pensar en esas películas; reconstruíamos los diálogos y emulábamos de forma precaria las patadas de Jackie Chan o tal vez las de Jean-Claude Van Damme. De grande quería ser como Schwarzenegger, como Marty Mcfly –de Volver al futuro- o tal vez me hubiera conformado con ser Micky McPhantom –“sí, el del Festival del humor argentino”–; pero bueno, ahora soy diseñador gráfico.
Esa complicación de frases y escenas de película rondan mi cabeza y hago reír a uno que otro de mis amigos recordándolas en el momento menos pensado. Un día llegó a mí la visión de cómo sería la vida si esas escenas y frases sucedieran en la vida real y mucho mejor en nuestro país:
Caso de estudio número uno: “Taxi, siga a ese auto”.
Es un caso de espionaje o de persecución que por lo general sucede a las afueras de un hotel. El personaje sale a las calles de Nueva York y, allá, en las películas, a diferencia de acá, abundan los taxis vacíos y dispuestos a ir a donde sea. Nunca se escucha en los diálogos frases como “Es que ya voy a entregar”, “No me queda en el camino para la casa”, “Me confirma el móvil” o “No, por allá yo no voy”. Siempre los recogen sin preguntar y lo paradigmático del asunto, en las películas, es que atrás siempre hay otro taxi dispuesto a llevar, en este caso, a la persona que va hacer la persecución.
Es allí donde sale esa famosa frase para el taxista: “Siga a ese auto”. Yo no me imagino la misma escena por la Carrera Séptima en Bogotá o por cualquier otra vía de nuestro país; seguir a ese otro auto sería hacérsele detrás en el trancón, esquivar las motos, atropellar a un viejito aventado. O para poder coger los dos taxis a la vez habría que ponerse de acuerdo con la persona a perseguir para llamar a la misma empresa y que manden dos móviles.
Caso de estudio número dos: “Conserve el cambio”.
Después de una fantástica persecución en taxi –violenta o de amor- por las calles de Nueva York, el protagonista se baja rápido diciéndole al taxista: “Conserve el cambio”. Acá uno le llega a decir eso a un taxista y ahí mismo coge el radio teléfono y dice alguna clave (“5P$6*ª=, que solo ellos entienden) anunciando que lo van a robar. Regalar no es muy popular. Cuando uno va en un taxi, por lo general, la frase que se escucha es la del taxista: “No tengo vueltas, le quedo debiendo los 900 pesos; es que acabo de salir”.
Caso de estudio número tres: “Mamá no alcanzo a desayunar, llegó la ruta”.
Era el caso del típico protagonista, estudiante de secundaria, que, en un un día normal de escuela, se levanta tarde, pasa a desayunar y su mamá le tiene preparado toda una serie de manjares matutinos: pancakes con miel, café, huevos con tocineta y jugo de naranja. Él siempre decía que iba tarde para la escuela y apenas le daba un sorbo al jugo de naranja, despidiéndose de su mamá. Si esto nos hubiera pasado a nosotros, nuestra mamá nos hubiera hecho sentar a tomar la changua, los huevos pericos, la arepa y el chocolate, así nos dejara la ruta, con regaño incluido de “quien lo manda a levantarse tarde.”
Caso de estudio número cuatro: La perfecta caja de arroz chino.
El protagonista llega a su apartemento abre la nevera y lo primero que saca es una caja de leche que está dañada; toma un sorbo y la escupe en el fregadero: estaba cortada. Error número uno del caso, a nosotros no se nos corta la leche, siempre se acaba antes de la fecha en un cafecito con leche o en un arroz con leche. Entonces el personaje opta por sacar una caja de arroz chino en un formato encantador: decorada con kanjis orientales en rojo, en un tamaño ideal y para una sola persona, es de papel y casi simpre trae consigo los palillos.
En conclusión un formato inexistente en nuestro país; acá nos llega el arroz chino en una caja inmunda de icopor gigante y los palillos chinos no se ven ni por las curvas; se remplazan por papas a la francesa, un ala de pollo o, en el mejor de los casos, con una salsa rosada fluorescente.
Caso de estudio número cinco: “¿Deseas más café?”.
Desde un comienzo les conté que soy diseñador gráfico: por defecto un amante de la cafeína. El siguiente escenario de película me produce bastante curiosidad. La escena comienza con un primer plano de unos huevos fritos en una plancha. Ocurre cuando los personajes paran a desayunar a orillas de la carretera y la mesera de turno, en este caso “Tracy”, bastante coqueta, ofrece más café al actor y él dice que no sonriendo. Si fuera acá todas las cafeterías habrían quebrado hace años… me imagino a todo el mundo diciendo “vamos a echar tinto… allá se compra uno y le dicen que si quiere más. Además la mesera está re buena”. Confieso que yo también lo haría.
Caso de estudio número seis: “La primera cita”.
Las películas norteamericanas crearon todo un ritual en torno a la primera cita que en nuestro país se ve lejos: es un concepto que nosotros no tenemos tan institucionalizado.
Una primera cita puede ser cuando se “rumbearon” por primera vez, en cualquier esquina, bajo el estado que sea y ya. Ocurre que en las películas gringas hay toda una serie de preparativos: el sitio perfecto, el traje ideal, las palabras precisas, la comida, las preguntas ¿sexo o no sexo en la primera cita?, en fin.
En esas películas también ocurre que personas exitosas y bonitas van a algún evento en donde cada quince minutos se cambian de mesa para conocer múltiples personas y ver si encuentran el amor de su vida. Las mesas tienen manteles de cuadros y el escenario siempre es pálido y desabrido. No me imagino este tipo de citas en Colombia –posiblemente las haya, pero estilo fiesta swinger– en el que unas mamacitas se sienten frente a un tipo panzón y grasoso a hablar con él quince minutos y después pasan a otro con cara de sicópata (o mantenido por los papás a los 40) que le diga “mami camine la invito a una pola”. Por supuesto, el vallenato a todo volumen de fondo y una luz tenue para “ambientar”. Creo que este tipo de citas no serían tan exitosas en el país, pero me encantaría ver cómo las llegarían a implementar.
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