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Vivir con Trastorno Afectivo Bipolar

El malestar de la luna: vivir con Trastorno Afectivo Bipolar

Ilustración

El Trastorno Afectivo Bipolar (TAB) es un vaivén entre la aceleración y la pausa obligada, entre el brillo del impulso y la sombra del agotamiento. Aquí el autor nos ofrece un perfil de la vida entre esos ciclos que pueden subir, revolcar y drenar los ánimos de quien lo vive, como la luna los de un hombre lobo.

Días de energía

No sucede con frecuencia que uno escuche llorar a Jesucristo, mucho menos que uno lo vea limpiarse las lágrimas con una mano, pero quienes lo hicieron hace unos años, durante un vuelo de Medellín a Cartagena, ignoraron que el tipo lloraba porque tenía la certeza de que el avión iba caerse durante el trayecto. Él había llegado al Aeropuerto Internacional José María Córdova un día después de vaciar su cuenta para darle la plata al primer desamparado paisa que había encontrado en el camino y de comprar unos panes con una botella de agua que convertiría en vino para oficiar su última cena. 

En el aeropuerto había dejado las tarjetas sobre un counter y con los cinco mil pesos que le quedaban en el bolsillo, compró otra botella de agua, se metió a un baño, cerró con llave, se quitó las chancletas y se bautizó para entrar sin pecado al reino de los cielos.

—Cada vez que voy a ese aeropuerto intento encontrar ese baño —dice este Jesucristo brillante de acento cartagenero, de palabras rápidas y movimientos medidos—, el problema es que era una puerta que se podía cerrar con seguro y eso en los aeropuertos no existe.
Salió descalzó como un peregrino convertido, caminó en camiseta y bermudas por el aeropuerto hasta la entrada del avión, se ubicó en su asiento, lloró y una hora después lloró un poco más cuando abrazó a su mamá sabiendo que seguía vivo.

Aunque es poco común ver llorar a Jesucristo, es mucho menos común sentirse el Jesucristo de la República del Caribe y estar dispuesto a sacrificar la propia vida para salvar la de alguien más. Pero eso le pasó a Pedro el día en el que arrancó en serio el tratamiento por un diagnóstico de Trastorno Afectivo Bipolar.

—Me recogió mi mamá y me llevó al psiquiatra —dice frente a la cámara, mientras en Cartagena, en donde vive, el calor está pegando duro y el aire acondicionado le mama gallo—. El man me atendió unas horas después y me preguntó porqué estaba sin chancletas y le respondí que porque eso era Tierra Santa. El man me hizo una hospitalización en casa. Me puso a dormir durante dos semanas. Tenía que haber una persona cuidándome 24/7. Yo me levantaba durante veinte minutos al día y en ese tiempo, drogado con los medicamentos, preparaba ponqués de Justo y Bueno junto a mi abuela: los metía al horno y volvía a la cama.

Pedro hace una pausa y me pide que escuche La Depresión Momposina, un podcast que produjo para RTVC tres años después del inicio del tratamiento, en donde cuenta esta historia mesiánica y a partir de allí indaga sobre la salud mental en su árbol familiar.  Su mejor amiga cuenta en el podcast que después de un concierto de Mitú en Subachoque en 2019, en el que consumieron LSD y éxtasis, él le empezó a escribir a ella mensajes que no tenían sentido, que tres días después en Medellín sintió que él se comunicaba con algo que ella no veía, hasta que él le confesó que algo superior estaba enviándole mensajes sobre su muerte y que por eso él decidía sacrificarse para salvarla. 

Durante esos días, Pedro rezó el rosario, y aceptó voluntariamente su propia muerte. Una noche ella lo encontró arrodillado frente al espejo repitiendo el Padre Nuestro; la siguiente lo encontró con un pan y una botella de agua invitándola a la última cena. Y a la mañana siguiente, cuando iban rumbo al aeropuerto para volver a Cartagena, él supo que el avión iba a caerse y ella tuvo la certeza de que así sería.

Dos semanas después de ese episodio maníaco, precipitado y acelerado y exacerbado por las drogas, pero no provocado por ellas, Pedro despertó del largo sueño que le indujo el psiquiatra y comenzó a ir a consultas regulares para encontrar la dosis adecuada del medicamento. Ese día miró al cielo y dijo: “Por favor, que esto nunca se me olvide”. Y unas voces le respondieron: “Acuérdate”.

Días de recogimiento

Aún hoy existe el malentendido de asumir que Dr Jekyll and Mr Hyde, la novela de Stevenson, es un buen referente para entender el Trastorno Afectivo Bipolar, como si una persona con el trastorno fuera una persona con dos personalidades, una buena y una mala, una chimba y una pesada. La confusión se explica parcialmente en los cambios periódicos que experimenta el Doctor Jekyll cuando bebe la sustancia que le permite convertirse en otro, pues algo de ese cambio sí está en el TAB, con la diferencia de que no se trata de un asunto de la personalidad sino del humor.

La explicación del doctor Néstor Ramos, psiquiatra de la Clínica Campo Abierto, es aguda porque acoge esa aporía: “El TAB hace parte de los trastornos del humor. Se caracteriza porque se pueden presentar episodios de manía o hipomanía y también episodios depresivos”. Y entonces señala lo clave: “El TAB no es cambiar de ánimo de un día para otro. Se caracteriza porque durante los episodios de manía o hipomanía el paciente puede presentar síntomas de elevación del estado de ánimo, ideas de grandeza, aumento de la libido, de la conducta motora intencionada, es decir, quieren hacer muchas cosas; duermen poco, pero sienten que ese sueño es reparador. Simultáneamente, el paciente puede presentar episodios depresivos durante periodos de alrededor de dos semanas, durante los cuales puede experimentar pérdida del disfrute de las cosas, retraso psicomotor, ideas de minusvalía, de culpa y conductas suicidas”.

En la novela de Stevenson no hay cambios del humor, hay cambios de la personalidad: el doctor se convierte en otro ser totalmente distinto. Ese es uno de los estigmas que padecen las personas con diagnóstico de TAB, pues a menudo son señalados como si se convirtieran en alguien más. Este diagnóstico implica comprender, en cambio, que hay un movimiento del ánimo, de la energía, de la emoción. El esfuerzo vale la pena porque la prevalencia a nivel mundial es del 1 al 2% y en Colombia del 1,3% según la Encuesta Nacional de Salud Mental del 2015, la última hasta la fecha. La cifra es el equivalente a 1 de cada 77 personas en el país, esto quiere decir que la probabilidad de cruzarnos en el día con alguien con TAB es considerable, no digamos ya conocer a alguien con el diagnóstico.
Ni el Doctor Jekyll ni Míster Hyde presentan episodios de manía o hipomanía o depresión. Al contrario, su funcionalidad es la misma a lo largo de la novela. Y eso también es lo que diferencia el TAB de otros diagnósticos como el TLP, por ejemplo, que no suele presentar episodios maniacos.

“En un episodio maniaco el paciente no puede continuar realizando las actividades regulares, pues presenta la grandeza y la impulsividad que mencioné”, señala el doctor Ramos. “En cambio, el paciente con hipomanía es muy productivo, pues esa grandeza e impulsividad son más controladas; de hecho, no consultan en esta etapa porque les va bien. La realidad es que los pacientes suelen consultar cuando están deprimidos”.

Días de energía

—Desarmar la creencia de que soy una persona mala ha sido muy difícil —dice Pedro—. ¿Hasta dónde es la enfermedad hablando y hasta dónde soy un hijueputa? ¿Hasta dónde es depresión y hasta dónde pereza? ¿Hasta dónde es emoción genuina y hasta dónde manía? Es muy diferente relacionarse con una persona que tiene TAB, ahora imagínate relacionarse desde el TAB. Ahora imagínate ser socio de una persona así, que en cualquier momento se le salta el taco y manda todo a la mierda. Todos los días duermes con ese miedo. Marica, mis socios han aprendido que esto es un paquete, que las cosas que me hacen brillante son las que me hacen ser inestable. Yo aprendí a lidiar conmigo mismo y ellos han aprendido a lidiar conmigo.

Días de recogimiento

En Las metamorfosis, Ovidio cuenta que Júpiter recordó aquella vez en la que el rey Licaón intentó tenderle una trampa para matarlo. Según Ovidio, Júpiter bajó del Olimpo disfrazado de hombre y al entrar al palacio de Licaón les hizo saber a los presentes que estaban ante un dios. El rey soltó una risa y dijo: “Comprobaré si es un dios o un mortal con una prueba evidente, y la verdad no ofrecerá duda”. Planeó matarlo mientras dormía, pero antes decidió ofrecerle un banquete hecho con los miembros cocidos y asados de un rehén tomado de otro pueblo.

Cuando Júpiter se sentó a la mesa, entró en cólera y quemó el palacio obligando a Licaón a huir despavorido, no sin antes transformarlo de acuerdo a su carácter en un lobo que conservara las huellas de su antigua imagen. Licaón aulló al intentar hablar, sus ropas se volvieron pellejo, sus brazos se volvieron patas. Mantuvo la misma expresión violenta de antes y el brillo de sus ojos permaneció igual.

Días de energía

A Pedro lo diagnosticaron con depresión infantil a los 8 años, entonces lo medicaron con un jarabe antidepresivo. Del diagnóstico se enteró mucho después, cuando era un adolescente convencido de que había sido un monstruo, “una gonorrea que grita y vuelve mierda las cosas a su alrededor”.

—¿Por ejemplo? –le pregunto.

—Me acuerdo que un día yo estaba histérico porque mi mamá se fue con mi hermana al Caribe Plaza a comer en McDonald’s. Yo sabía que lo que más emputaba a mi mamá era el desorden, entonces de manera meticulosa quité los bombillos y los metí en los cajones, bajé el televisor y lo metí debajo de la mesa, puse las sillas encima de la cama. Cuando ella llegó se puso a llorar y yo solo pensé: “Ah, sí, ¿me estás manipulando emocionalmente?”, y entonces también me puse a llorar y organicé toda la casa sabiendo que el asunto no se quedaba así. El asunto es que yo sabía que si algo le dolía a mi mamá éramos nosotros, y entonces al día siguiente cogí una cuchilla Minora y me escribí “Perdón” en el brazo. Yo no estaba arrepentido, parce, solo pensaba: “Tú vas a llegar y vas a ver el brazo ensangrentado de tu hijo y te vas a sentir como la peor mamá del mundo”. Cuando ella llegó, se encontró con el perdón en carne viva. Después de esa manipulación emocional supe que la tenía en la mano, que no había nada que le pidiera que no iba a darme. Aún tengo esas cicatrices.

—¿Fue ahí que te llevaron al psiquiatra?

—No. La primera vez que fui al psiquiatra fue porque un día, también muy vengativo, escribí una carta de suicidio lo suficientemente vaga para asustar. El psiquiatra me hizo un test y yo, siendo el pelaito manipulador que era, supe qué tenía que responder. Mi intención era hacer daño. Y lo lograba. De ahí salí con el jarabe. Al final no pasó nada. El tratamiento terminaba, yo pasaba a otro psicólogo, terapeuta familiar, etc., etc. Uno me mandaba algo, y el otro esta otra cosa y este otro esa otra cosa.

Pedro se acomoda la camiseta y cacharrea con el aire acondicionado. Levanta el brazo señalando el lugar de las cicatrices. Entonces me cuenta que a los 15 años se mudó a Bogotá para estudiar en la Universidad Nacional de Colombia, le dio la espalda a la vida de Cartagena y encontró tranquilidad. Cuando terminó, se inscribió en una maestría en Barranquilla, volvió a la costa, y uno o dos semestres después se inscribió simultáneamente a otra maestría en Bogotá, consciente de que tendría que viajar cada semana.

—Haciendo las maestrías me di cuenta de que estaba deprimido. Al volver a la Nacional intenté volver a ser la persona que era estando en el pregrado, pero esas cosas no pasan. No me llenaban los aplausos. Luego llegó Cartagena Federal y eso fue como un boost de likes y luego Relatos Anfibios y luego el Simón Bolívar y luego J Balvin y este carro en el que todo iba bien y ahí fue cuando me enloquecí.

—¿Crees que fue una primera fase maníaca?

—Una gonorrea. En ese tiempo fui a donde una terapeuta familiar que dijo por primera vez en voz alta: “Trastorno Afectivo Bipolar”. Me acuerdo que yo estaba en Cartagena sintiéndome el putas, me culié a una supermodelo, me senté frente al gerente del Hilton, trabado, a venderle una chimbada; dormía cuatro horas diarias y decía que en noviembre me iba a hacer millonario. Y en esa manía, yo hacía que las mierdas pasaran. Pero cada minuto de manía lo pagas con un minuto de depresión. Entonces llegó cule bajón hijueputa.

—¿Te medicaron?

—Parce, esta vieja, muy cauta, comenzó con dosis mínima y con eso uno no siente nada. Es como la gente que dice: “Yo probé el MD y eso no hace nada”. El MD sí hace, el problema es que no has probado la dosis que es. Lo mismo con las drogas psiquiátricas. Era una cosa muy on and off: me los tomaba unas semanas y luego los dejaba de tomar, e igual era un ciclo muy malparido porque tu sientes los síntomas de la abstinencia. Si hay algo que no puedes tomar de parchesito son los inhibidores de la serotonina y yo los cogí de parchesito. Al final los dejé todos y comencé a fumar bareta. Y eso arregló mi vida hasta que de la bareta llegué al papel, del papel probé la pepa, de la pepa pasé a la fiesta y de la fiesta llegué al consultorio del psiquiatra creyéndome Jesucristo.

Días de recogimiento

Pedro me dice que el tiempo es su gran enemigo. Cuando era niño solía tener ataques de ira los domingos porque sabía que se acababa el fin de semana y no lo había aprovechado lo suficiente: el viernes se decía que tenía dos días antes del lunes a las 5:30 am, el sábado que tenía apenas un día y el domingo en la mañana entendía que había perdido y él mismo se perdía en el empute. Desde temprano notó que el tiempo es inmisericorde con quien intenta atraparlo. Le pregunto cómo se la lleva con él desde el diagnóstico.

—Yo lo relaciono con los hombres lobos: es una cosa con mucha regularidad, como con la luna. Abro los ojos y digo: “Ah, es luna nueva, hora de trabajar”, “Ah, es luna llena, hora de encerrarme”. Es una cosa que está fuera de mi control, porque si hay luna llena no puedo hacer nada así quiera hacerlo.

Pedro me cuenta que sus cambios de humor duran alrededor de quince días. La figura de los hombres lobo puede rastrearse hasta Ovidio, sin embargo, no todos los licántropos se transforman para siempre como Licaón. La cultura popular nos dice que es la famosa luna llena sobre París la que transforma en lobo a quienes se llaman Dennis o Pedro o lo que sea.

En Cartagena él tiene que esperar a que el tiempo pase para dar por terminada la fase de hipomanía o la de depresión. Le pregunto algo obvio: qué tanto se ve afectado su trabajo por estas fases y me responde con mucha calma que él prefiere llamarlos momentos de energía y momentos de recogimiento y que en los primeros hay trabajo y en los segundos no hay trabajo, porque le cuesta levantarse de la cama.

Lo que he intentado hacer en terapia es crear una rutina que no dependa de esos dos momentos; por ejemplo, ir al gimnasio es sagrado, es algo que me toca hacer porque lo manda Dios y la patria. Me cuesta identificar si los momentos de recogimiento influyen en mi trabajo. Es como si me preguntaras si una erección influye en el coito, es algo que no tiene sentido porque solo cuando hay erección hay coito. Es así de absoluto. Cuando me toca trabajar en las semanas de recogimiento el trabajo sale una mierda. Puedes intentar tirar sin erección y va a salir una mierda, jaja.

Suelto una risa tonta. El doctor Ramos me había dicho que lo más importante del tratamiento es garantizar la funcionalidad del paciente. Sus palabras fueron: “Si el paciente va a psicoterapia, toma los medicamentos, duerme las horas necesarias y se alimentan saludablemente va a encontrar un ritmo que le permita realizar sus actividades con normalidad”. Le pregunto a Pedro si aceptar este panorama le ha permitido hacer las paces con el tiempo.

—No sé, parce. Se trata de entender la vida de manera cíclica y eso al final trae mucha tranquilidad, porque hoy me estoy sintiendo como una mierda pero sé que la sensación se va a ir. De igual forma, la parte gonorrea es que cuando me siento bien me cuesta diferenciar si es porque hay luna nueva o porque en realidad me estoy sintiendo bien. Imagina que conoces a una vieja y hacen clic y te sientes bien y miras al cielo y entonces te preguntas si en realidad la vieja te gusta o si es solo que la luz de la luna le está pegando de una forma que la hace ver preciosa.

—Entonces tampoco es una tranquilidad completa.

Lo más malparido de tener una enfermedad mental —agrega— es aprender a vivir sin poder confiar en tu propio juicio. Habitar este mundo desde la incertidumbre es una cosa muy distinta.

Brian Lara

Bogotano, literato y administrador de empresas. Ha publicado entrevistas, perfiles y ensayos sobre ilustración, literatura, teatro, música, salud y medio ambiente para las revistas Bacánika, Bienestar Colsanitas y Arcadia. Eso, en el tiempo que le queda luego de jugar Play. 

Bogotano, literato y administrador de empresas. Ha publicado entrevistas, perfiles y ensayos sobre ilustración, literatura, teatro, música, salud y medio ambiente para las revistas Bacánika, Bienestar Colsanitas y Arcadia. Eso, en el tiempo que le queda luego de jugar Play. 

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