Encestando sobre ruedas
Un relato de vida, un personaje para admirar y un héroe del deporte colombiano.
Él es Germán.
El juego avanza con algo de brusquedad. La cancha auxiliar de baloncesto en el complejo deportivo El Salitre se convierte en el escenario de una batalla de guerreros a dos y cuatro ruedas. El número 9 sobresale entre los demás. Tiene más experiencia, ha estado en incontables campeonatos nacionales e internacionales, incluyendo los Juegos Paralímpicos de Londres 2012. No existe la piedad, las marcas de los mil enfrentamientos son evidentes en manos y brazos. Germán lanza el balón con algo de efecto, rebota en el borde de la canasta y encesta.
Es viernes y se acerca el mediodía. El entrenamiento está por acabarse y Germán, sudoroso y cansado, todavía tiene fuerzas para bloquear a sus contrincantes y hacer largos pases de fondo. El juego está parejo. Son tres contra tres. Todos hacen parte de la liga de Bogotá y varios, entre ellos Germán, de la Selección Colombia de Baloncesto Paralímpico. El sonido de las manos rozando los tubos de las ruedas es la prueba de la tenacidad del juego, y de que para jugar básquet en silla de ruedas se necesitan, más que fuerza, pasión, amor por la vida y paciencia, mucha paciencia.
Eran las seis de la mañana. El sol brillaba con fuerza y Germán caminaba hacia su trabajo como técnico en seguridad electrónica en una pequeña empresa. De repente, dos ladrones lo abordaron y le pidieron el dinero. Él, con algo de rabia, forcejeó con uno de ellos: el tipo sacó un revolver y le pegó dos tiros a Germán. El 5 de noviembre de 1995 partió la vida de Germán en dos. Las balas le produjeron una lesión medular. Germán ha quedado parapléjico.
“Lloré mucho, sufrí mucho, pero los seres humanos tenemos una coraza para superarnos”, dice Germán. La vida nunca volvió a ser la misma, tal vez fue mejor. Al principio resultó duro, cosa normal después de un accidente como estos. La tristeza y la angustia se apoderaron de Germán. Sus ganas de vivir casi no aparecían. Los sueños empezaban a nublarse y el camino se hacía impasable. Pero la vida siempre da señales para seguir adelante, que a veces uno no entiende: a Germán le llegó un hijo.
“Él dice que soy su orgullo y él para mí ha sido el bastión para seguir adelante”, cuenta Germán. Con la llegada de Alexis, en honor al futbolista y ahora director técnico, Alexis García, la vida de Germán tuvo sentido y las ganas de vivir regresaron. “Hay que trazarse objetivos y soñar con llegar lejos”, opina Germán, veinte años después del accidente y con Alexis estudiando en la universidad.
Dos años después de ese catastrófico noviembre, y gracias a un buen amigo, Germán conoció el baloncesto. Fue un renacer, “el baloncesto fue mi escape”. Él sabía que tenía que concentrar su vida y sus sueños en algo. En esa época, en 1998, el deporte paralímpico en Colombia estaba tomando fuerza. Cada vez eran más las personas que querían practicar alguna disciplina, ya no de manera recreativa sino profesional. Germán sentía una gran pasión por el baloncesto y encaminó sus sueños a él. Llegó así el primer campeonato oficial, en Cali. Él pertenecía a la liga de Bogotá y el favoritismo era evidente. “De ahí en adelante me enamoré del baloncesto”, asegura Germán.
Con el paso de los años vinieron más torneos, viajes, amigos, compañeros de juego. Alexis, su hijo, fue creciendo. Las alegrías se hicieron presentes en cada uno de los momentos de Germán. Los campeonatos ganados a nivel nacional e internacional no llegaron de la noche a la mañana, fueron fruto de la constancia, la paciencia y el tesón de Germán y sus coequiperos.
Hace diez años se separó de la mamá de su hijo. Así es la vida: premia por un lado y golpea por el otro. Es normal que el amor se acabe, y era aún más normal que Germán siguiera adelante. Fueron muchos los años en que su esposa le brindó apoyo, cariño y sobre todo comprensión, pero su relación había terminado. Germán, en ese momento, sintió un vacío muy grande pero debía empezar una nueva vida.
En agosto de 2012 Germán estaba en Londres, en plena villa olímpica, codeándose con los mejores de los Paralímpicos. El camino hasta este punto no fue fácil, implicaron golpes, caídas y discusiones, pero resultaron siendo la mejor formación para llegar a la cima del deporte. Germán había cumplido uno de sus más grandes sueños: estar en el primer equipo colombiano de baloncesto paralímpico que asistía a unas justas como estas. El Comité Olímpico Colombiano, junto con varios patrocinadores y cientos de amigos, brindaron todo el apoyo necesario para la consecución de esta meta. “Hasta que yo no tuviera la credencial de los olímpicos en mis manos, no iba a creer”, cuenta Germán.
La experiencia fue insuperable. El grupo de contrincantes era realmente duro. Alemania, Reino Unido, Polonia, Japón y Canadá conformaban el cuadro rival. Colombia no ganó ningún partido, pero ganó algo mejor: vivencias, amigos, fotos, risas… Germán y el equipo vivieron una de las mejores experiencias de sus vidas, vieron cómo tantos años de lucha valieron la pena y ahora cedían el turno a las nuevas generaciones.
Él es Germán García, de profundos ojos verdes, amante de la salsa clásica y de la buena lectura. Trabaja hace quince años en la Organización Sanitas Internacional. Empezó como auxiliar de parqueadero y hoy ejerce como auxiliar de seguridad en la Clínica Colombia. Entrena de lunes a viernes toda la mañana en la cancha auxiliar del Coliseo El Salitre. Vive en El Tintal y, para llegar al Salitre, toma Transmilenio desde la casa hasta la carrera 30 con 63. Desde ahí baja “rodando” en su flamante silla de ruedas a lo largo de treinta cuadras hasta llegar a las canchas. Después de entrenar y de dejar a sus amigos de juego, se seca el sudor, se baña, se pone desodorante, se cambia de ropa y almuerza en un reconocido asadero de la Avenida 68.
A las dos de la tarde entra a trabajar. Rueda desde el coliseo hasta la clínica por la 68. Se demora diez minutos. Sube empinados puentes peatonales sin ayuda y los baja sonriente, cantando los versos de uno de sus ídolos, Héctor Lavoe. En la clínica hace una parada en el baño para amarrarse su corbata, lavarse los dientes y, lo más importante, ponerse algo de colonia. Oler rico es importante y más si se están recibiendo “hojas de vida para relación sentimental”, como dice él. Antes de ir a su puesto de trabajo, Germán y sus compañeros tienen que formar frente a su jefe para recibir las instrucciones y novedades diarias. Allí, Germán bromea con sus compañeros y no para de saludar. En la clínica todos lo conocen, “soy un famoso sin un peso”, afirma riéndose.
Ahora Germán tiene las “heridas de la guerra” plasmadas en sus manos. Dice que ya esta muy cansado y que cree que es hora de retirarse de las canchas. Quiere estudiar algo en la universidad y de seguro lo va a lograr. Él está muy agradecido con Sanitas, sus directivos y compañeros por todo el apoyo brindado, y como él mismo dice: “Lo más lindo es el reconocimiento de la gente”.
El juego está a punto de terminar y van empatados. Fintar en silla de ruedas es más difícil y frenar con las manos sería cosa de locos para cualquiera, menos para ellos. Las risas se mezclan con la rudeza del encuentro. El entrenador grita desde una lateral. Germán, el número 9, a sus 42 años todavía da la pelea. Le lanzan un pase desde el fondo, lo recibe con algo de dificultad, lanza y anota para el desempate. Germán celebra.
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