It’s the industry, b*tch
Del deleite por el chisme a la reivindicación colectiva. Conozca por qué el caso de Britney Spears define la forma perversa en la que consumimos el espectáculo.
n 2003 quería todo de Britney, no solo su música, sus bailes y su talento. Quería consumirla a ella, saber todo lo que aquella época sin banda ancha de internet y muchas revistas de chismes para adolescentes me permitían. Con lo poco que ofrecía el mercado de ciudad pequeña en la que crecí, imité sus atuendos: blusas ombligueras, escarcha en el cabello que nunca me terminaba de quitar, zapatos con suelas anchas. Armé con mis amiguitas la coreografía de Baby One More Time y luego las monjas no nos dejaron presentarla en la izada de bandera porque no les pareció una letra adecuada para un colegio de niñas católicas. Recuerdo que uno de los pocos pedidos de navidad que obtuve fue Oops I did’t again, el disco original, acompañado de una cortina de cristalitos transparentes, como la que salía con Britney en la portada.
Cuando crecí un poquito y me convertí en lo que pensaba era una criatura oscura (no más que una adolescente emo que se creía superior por escuchar cierto tipo de música) empecé a reprochar sus decisiones, me empezó a parecer corriente y utilicé adjetivos denigrantes y destructivos. Siempre estuve atenta a su caída. Me gustó verla crecer y caer, y me doy cuenta de eso tarde.
Consumir cualquier cosa del mercado es un acto político cotidiano y es también algo que hacemos inconscientemente. Nadie piensa a la hora de leer un artículo de tabloide a quién le causará daño, ni quién se hará un poco más rico con esos clics, ni la salud mental de quién estará en juego con esas dinámicas.
El caso de Britney Spears es un globo de cantoya que encendimos y dejamos flotar y ascender emocionados y que se quemó en el cielo y nos cayeron las cenizas en la cara y no nos incomodaron.
La primera Britney
Hace poco vi Framing Britney Spears, el documental que The New York Times sacó a propósito del revuelo con el caso de la cantante, hay algo de él con lo que no estoy de acuerdo, y es esa idea de hacernos pensar que Britney era una mujer independiente y dueña de sí, de su agenda, sus decisiones y su tiempo. Desde niña trabajó por su familia, asistió a decenas de audiciones y se presentó en escenarios. Claro que Britney lo quiso en un inicio, qué niña no querría ser estelar en esa época, todas quisimos, pero ¿quisiéramos en verdad pagar el precio?
Ed Machanon, presentador de 69 años del programa caza talentos Star Search, le dijo en el 92 a una Britney de 10 años “noto que tienes unos ojos hermosos”, y después le preguntó por sus novios, Britney respondió “no tengo”, el tipo insistió y preguntó por qué, Britney responde: “porque son todos crueles”, refiriéndose a los niños. Lo sabemos, Britney, “they are all mean”. De tantas cosas que se le pueden decir o preguntar a una niña de diez años, la industria elige sexualizarla.
Is she lucky?
Es hora de dejar de ver a Britney (y a muchas mujeres en la industria) como una empoderada boss girl que solía ser dueña de su agenda y en control de su vida. El discurso del empoderamiento femenino es peligroso porque limita la libertad de las mujeres a tener independencia económica y una actitud poderosa y fuerte hacia la vida. Se centra en lo que queremos hacer ver que somos y podemos lograr e invisibiliza las otras barreras estructurales que debemos atravesar. Empoderarse no es solo tener dinero e influencia, es tener autonomía física, política, social y cultural.
En muchas ocasiones esas mujeres que vemos como modelos a seguir son una construcción de productos meticulosamente armados para nuestro consumo. Britney nunca ha gozado de libertad porque creció en una industria donde ser dueña de sus decisiones es imposible, donde el producto en venta no es solo el talento del artista sino su vida privada, su maternidad, su salud mental.
Britney tenía 17 años cuando Baby One More Time se convirtió en ese himno pegajoso, coreografiable y grandioso con el que alcanzó la fama internacional: todas aprendimos los pasos, nos hicimos coletitas y las faldas de colegiala aumentaron sus ventas. Britney empezó a crecer como espuma y empezó a vender como nadie. Fue un hecho extraño, ya que en ese momento tenían éxito en el pop Boybands como los Backstreet Boys y NSYNC, era muy extraño que una mujer solista alcanzara ese éxito tan rápido. Britney lo vendía todo y hubo algo que empezó a venderse también sin su control: su vida personal.
En los escenarios Birtney era aclamada y endiosada, una bomba sexualizada que hipnotizaba a todos con su talento y su energía y en su vida privada empezó a ser escrutada: al parecer Britney estaba hecha para endulzar los ojos de un público sediento de sensualidad, pero no podía vivir su propia sexualidad. La gente quería una bomba sexual con cara angelical que cantara canciones explícitas y coquetas, que pudiera bailar con serpientes en escenarios pero que no se dejara tentar por ellas, querían una virgen, pura y decente. Porque al parecer los artistas no son humanos, porque están hechos para el consumo y el deleite de la audiencia, no para su propio disfrute.
Las entrevistas se convirtieron en ese escenario perverso de escrutinio: ¿Has tenido relaciones sexuales? ¿Consideras que eres un mal ejemplo para los niños teniendo en cuenta las letras de tus canciones? Quizás las amenazas de muerte que te hacen son una exageración pero ¿No crees que están justificadas? Algunas entrevistas terminaban con una Britney en lágrimas, preguntando por qué la gente era tan cruel, diciendo que su intención no era ser la niñera de sus hijos, ni el ejemplo de nadie. Repitiendo hasta el cansancio que era virgen.
Su romance con Justin Timberlake fue una bomba mediática, el inicio de una espiral de decadencia, los tabloides hicieron millones con fotos de ambos, eran la pareja del momento: dos jóvenes adultos atractivos y en la cúspide de su carrera. Cuando la pareja terminó se extendieron rumores de que Britney le puso los cachos al tipo, Justin salió victimizado y glorioso, respondió en entrevistas que mantuvo relaciones sexuales con Britney Spears (recordemos que Britney aseguraba su virginidad) y comenzó un torbellino de escraches y reproches hacia ella. Hace poco Timberlake pidió disculpas públicas por su comportamiento en ese entonces “la industria está diseñada de esta manera. Como hombre blanco en una posición privilegiada considero necesario hablar públicamente de ello. Debido a mi ignorancia, no me di cuenta mientras estaba ocurriendo en mi vida”.
En Lucky,una canción con una letra y un video escarchados y agridulces sobre la vida de una famosa estrella de Hollywood que no es tan afortunada como parece, Britney dice: Y el mundo está girando, y ella sigue ganando ¿Pero dime qué pasa cuando pare?
Slave for us
Todos querían saber con quién salía Britney, qué diseñadores la vestían, cuáles eran sus comidas favoritas, qué hacía durante el día. Y justo por esa época empezó a tomar fuerza una industria sórdida y despiadada que hizo mucho dinero a expensas de gente famosa: los tabloides. Una foto de Britney en la que se le viera en pijama, o de fiesta, o en algún momento personal podía costar hasta 15 mil dólares. Al principio ella se mostraba cortés con los paparazzi, les posaba, charlaba con ellos, pero la situación se salió de control. Britney acababa de tener a su primer hijo y el asedio de los fotógrafos empeoró, la perseguían hasta 300 personas, la tocaban, la empujaban, se peleaban entre ellos. Imagínense tener cámaras fotografiando cada segundo de su vida, la forma en la que cargan a sus hijos, alguien atento a cada postura que tomen para fotografiar su ropa interior, flashes incandescentes, la obligación de lucir siempre bien, no poder caminar tranquilos. El precio de la fama, dirán algunos. Las caídas inminentes que nos encanta orquestar y el disfrute repugnante y delicioso que sentimos por el chisme, suena más bien a la realidad.
Como era de esperarse, enloquecimos a Britney, empezó a caer en depresión, en situaciones mentales oscuras y empezó a reflejar todo en su comportamiento: perdió la custodia de sus hijos, empezó a ser errática y dejó de disimular su odio por estar perseguida y escaneada. Todos tenemos la imagen de esa Britney que se rapa, que no quiere agradar más, que no quiere ser más atractiva. Todos tenemos la imagen de Britney golpeando con una sombrilla el carro de los paparazzis. “Esta vieja se enloqueció”, pensamos todos y creamos y disfrutamos del circo cuantas veces nos dio la gana.
Britney decidió parar su mundo, porque cuando eligió no lucir bien, no comportarse de manera cortés y virginal y salirse de esos recuadros invisibles programados por esas dinámicas, todo se vino abajo, recibió una condena y desde un punto de vista muy atrevido puedo decir que no hubo momento de su vida en el que fuera más libre. Libre porque decidió que las normas de la industria no la regían temporalmente, porque por fin tomó decisiones (qué importa si acertadas o no), porque pudo sentir rabia públicamente por fin, porque reveló lo débiles que son las formas de la industria, lo que hacen con la gente, con su cuerpo, con sus vidas.
Britney perdió su encanto, su juicio y su libertad. Desde el 2007 se encuentra en curatela, un concepto legal en Estados Unidos en el que un tutor o protector es designado por un juez para manejar los asuntos y decisiones financieras o de vida de una persona por motivos de salud física o mental. Es un estado al que llegan las personas adultas mayores o con limitaciones mentales graves. El curador, empieza a tener el poder sobre todos los bienes del curado. En el caso de Britney, es su padre, una persona que no tuvo una presencia constante en su vida y que ha demostrado durante toda la carrera de Britney su interés por sus posesiones y fama.
Jamie Spears podía disponer de la fortuna avaluada en 60 millones de dólares, firmar contratos por ella, ponerla a trabajar cuanto quisiera, escoger sus giras, a quién le daba entrevistas y desde entonces la vida de Britney pasó de ser una cuestión pública a una bolsa hermética llena de aire por dentro, a punto de explotar.
Finally Stronger
A pesar de las críticas que recibe la generación Z por su hipersensibilidad (le llaman generación de cristal), está conformada por un grupo de muchachitos conscientes del mundo terrible en el que viven y decididos a cambiar esas dinámicas: hablan de salud mental con naturalidad, son empáticos, revolucionarios, creen en el cambio climático, rechazan el binarismo y están dispuestos a incomodar todas las dinámicas perversas que construimos y normalizamos por años.
El movimiento #FreeBritney fue creado por algunos fanáticos que han permanecido durante los años y por nuevos miembros que ven la cultura Britney como una estética y un estilo que ya puede considerarse retro. También es un grupo de personas que, como en el pasado, escudriña la vida de Britney, sus publicaciones en instagram, su ausencia, su desconexión con el mundo. Pero lo hace de forma consciente y con la intención de redimirla: descubrieron que algo andaba mal en el caso de Britney, que no debería seguir en custodia de su padre, y empezaron a movilizarse. Gracias a su presión, la disputa de Britney con su padre (la artista lleva más de 12 años tratando de emanciparse de él) dio un giro final y hace unos días Jamie Spears perdió el poder sobre ella en un tribunal.
La historia de Britney desnuda la dinámica caníbal de la industria del espectáculo: endiosar, hundir o reivindicar. Claro que somos superficiales, claro que saboreamos el chisme y el espectáculo. Es adictivo esperar atributos morales de gente que admiramos por su talento y que al decepcionarnos disfrutemos de su caída. Porque nos cuesta demasiado entender que su “servicio” hacia nosotros termina en el momento en que bajan del escenario, que lo que nos venden no debería ser su intimidad sino su talento, que la sexualidad de nadie nos compete.
¿Y qué pasa si al recobrar por completo su libertad Britney decide que no quiere hacer de eso un show? ¿O si al “recuperarla” nos damos cuenta de que esa muchacha dulce y talentosa no va a volver más? ¿O si decide que no quiere hacer más giras y usar leotardos llenos de lentejuelas? ¿O si la que sale es la Britney errática que todos condenamos? ¿Así también seremos soldados llorando por su libertad?
Perdónanos, Britney, y que nos perdonen todas las mujeres que hemos hundido en nuestro intento de saciar el chisme y la decadencia que llevamos dentro.
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