Historia privada de las agendas
Comienza el año con propósitos, planes y esta vez con adicional incertidumbre. Una agenda es la herramienta que puede ayudarnos a lidiar con el futuro desconocido y a tratar de organizar el tiempo. ¿De dónde salieron esos artefactos de papel? ¿Cómo los usan los neuróticos más obsesivos de 2021?
ún tengo la sensación de que fue apenas ayer cuando un virus llegó a desordenar la vida; esa que, sin embargo, no se detuvo en mi agenda. Las páginas pasan, una tras otra, atiborradas de notas y tareas. A lo mejor todo tiene que ver con que trabajo freelance, aunque no deja de parecerme extraño, porque no recuerdo esos días como los demás: las palabras 'marzo' o 'cuarentena' solo evocan para mí el seguimiento compulsivo de las noticias, el desconcierto y el miedo. Pero ahí están: cosa por cosa, marcada o por marcar, hecha o por hacer, aunque no pueda más que recordar borrosamente que día tras día intenté mantenerme a flote. Y de golpe ha pasado todo un año, como si nada, como si hubiéramos pasado un montón de páginas juntas.
Es incierto hace cuánto comenzamos a usar esos objetos para organizarnos. La técnica que consiste en coser o pegar una serie de hojas bajo una cubierta más resistente –el códice– tiene cerca de dos milenios. Fue en Roma donde el cuaderno y el libro encontraron su primera forma en Occidente. No eran cosas muy distintas. Ambos eran hechos a mano, llenados a mano, en lengua manuscrita, línea por línea, por cada persona. De hecho, uno de los primeros testimonios del uso personal del cuaderno es el génesis de uno de los libros más influyentes de todos los tiempos: Las meditaciones de Marco Aurelio. El emperador estoico y filósofo magnánimo llenó de notas un cuaderno que siempre llevaba consigo, en el palacio y en la guerra, en la vida pública y en la intimidad. Esas notas personales, terminaron por ser un compendio de aforismos extraordinario, resultado de la escritura en algo como un espejo de bolsillo, una silla para la mente.
En español, la palabra “agenda” no figuró entre los usos registrados durante un largo tiempo. Si uno consulta los diccionarios más antiguos descubre que los ibéricos tenían libros de memoria: “El librito que se suele traher en la faltriquera, cuyas hojas están embetunadas y en blanco, y en él se incluye una pluma de metal en cuya punta se inxiere un pedazo de piedra lápiz, con la qual se annota en el librito todo aquello que no se quiere fiar a la fragilidad de la memoria: y se borra después para que vuelvan a servir…”, según dice en viejísimo español el Diccionario de Autoridades (1734), registrando que su uso ya aparecía en el compendio medieval de relatos El Conde Lucanor (1335). En cambio, en francés, la palabra agenda se introdujo desde una forma del verbo latino agere y significa: "lo que debe ser hecho" (1535) y tomó el sentido de "libro en el que se anotan las cosas por hacer" en el siglo XVII, según lo que indica el Dictionnaire historique de la langue française (2010) de la casa editorial Robert.
Muchos se han espantado cuando les pido una fotografía de su agenda: mostrarla es mostrarse y, en ese sentido, abrírmela se parece más a ir al ginecólogo o al urólogo que a darme una entrevista. Saber que trabajo escribiendo para revistas tampoco creo que sea lo que más los anima. Además, ha sido toda una ironía que tantas personas que quise entrevistar no tengan espacio en su semana: la cotidianidad está de vuelta con esta supuesta nueva normalidad. Pero una tarde lluviosa pido un capuccino mientras espero a Harold Muñoz, escritor ganador del premio Nuevas Voces Emecé/Idartes con su novela Nadie grita tu nombre (2018), literato de la Javeriana y estudiante de maestría en Artes plásticas, electrónicas y del tiempo de la Universidad de los Andes. Adelantamos cuaderno hasta que le pregunto por su agenda.
“Aún sigo aprendiendo a usarla. Creí que iba a estar estallado con la maestría y al inicio, por goma, me imagino, anotaba todo: cosas que hoy incluso me dan risa, como 'sacar al perro'. Ahora solo pongo lo tengo que hacer, como una reunión de trabajo, o lo que me emociona hacer, como una pintura. En la maestría, estoy en algo tan nuevo, desconocido para mí, que la primera pregunta que siempre me hago es: ¿podré? Pero las cosas es mejor hacerlas que preocuparse por hacerlas. Ponerlas en algún lado de la agenda me ayuda a no pensar en ellas sino simplemente hacerlas cuando toca. Es una cosa muy bacana cuando mi yo del futuro tacha algo y dice: ve, pudiste.
“El cuadernito termina siendo una cosa profesional e íntima, como cuando tienes un buen compañero de trabajo que también es buen amigo. Yo incluso tengo otra libreta. No la traje, pero ahí anoto mis ideas, el proceso que tengo con cualquier proyecto. Lo chistoso es que nunca la reviso, aunque me sirve mucho para poder trabajar en soledad: le digo al cuaderno lo que voy haciendo con cada texto para no decírselo a alguien que me gustaría que lo leyera después. Pero con la agenda, la necesidad era otra: organizarme sin correr el riesgo de olvidar algo, ninguna de esas cosas que no son mi rutina y pasan en el tiempo que uso para escribir: un tiempo con el que no me puedo desordenar. Ha terminado siendo divertido, anotar y chulear, aunque sea muy simple. Seguro tiene que ver con mi personalidad. Yo pido lo mismo a la misma tienda todos los días a la misma hora y guardo cada factura en la agenda por sólo llevar registro; muy de vez en cuando me pongo creativo y pido cosas distintas. Por eso creo que la agenda es para gente que le gustan las rutinas, rutinas cómo llevar la agenda”.
Nos despedimos con un abrazo y me quedo pensando. Llegamos a una misma necesidad por relaciones con el tiempo muy distintas. Soy por naturaleza cambiante, poco rutinario. Para ser constante con las cosas he tenido que aprender a funcionar desde mi propia lógica y dispersión. Aunque el orden de mi vida es variable, sus componentes han sido más o menos los mismos. Pero con el tiempo comenzaron a aumentar en número hasta que un día esa gestión se me empezó a salir de las manos. Terminé usando la agenda para dejar de sufrir por la multitud de cosas en curso, que me preocupaban más de lo que me ocupaban, confinando mis proyectos y cosas al “mañana tendré tiempo”.
Por una historia parecida nació El Método Bullet Journal. Ryder Carroll, autor de ese libro y exitoso método, sufría de ansiedad, principalmente por la dificultad que le representaba su trastorno de déficit de atención. Organizarse era complicado y mantener su atención en una sola cosa mientras usaba apps, cuadernos, listas, post-its y agendas, un infierno. Después de años de prueba y error con todo tipo de cosas, desarrolló un conjunto de hacks para usar un solo cuaderno que cubriera todas las necesidades de esas herramientas de modo versátil y eficaz. Publicado primero por medio de una página web, luego en un libro y divulgado después por plataformas como lifehacker.org, blogs, y videos de usuarios, el método se ha hecho viral en los últimos años. En Instagram, por ejemplo, ya hay más de cinco millones de publicaciones con el hashtag #bujo, y casi siete millones con el de #bulletjournal.
Para empezar no hace falta más que un cuaderno, un esfero, numerar las páginas, preparar las páginas iniciales y aprender un sencillo método de notación. La idea es que a final de cada mes, uno se sienta a revisar lo que haya previsto para el siguiente, lo que quedó pendiente del mes que se acaba, las cosas que surgieron y hasta los nuevos propósitos o proyectos que uno mismo ha desglosado. El proceso se llama migración y sirve como pausa para planear y priorizar: mientras se vuelven a anotar las cosas en la página inicial del mes que arranca (el formato estándar es el de una página de calendario y otra como lista de tareas), se crea un momento para descartar lo inútil, equilibrar lo necesario y lo deseado, pero sobre todo para dotar de sentido el tiempo y el esfuerzo que se dedicará a cada cosa en los treinta días que están por empezar.
Leí el libro –una lectura sencilla, práctica y recursiva– y quedé con ganas de probar, pero sobre todo con ganas de encontrar una experiencia concreta que me mostrara uno de esos testimonios personales que resultan tan difíciles de imaginar tras las hermosas fotos de los BuJos en Instagram. Gracias al cielo, pude agendar un zoom con Alejandra Algorta, literata de la Javeriana, escritora y editora fundadora de la editorial de poesía Cardumen Libros y, posiblemente, la usuaria del método más dedicada de la que tengo noticia.
“Yo ya tenía un cuaderno donde ponía las tareas laborales, pero se me estaba yendo la vida en cumplirlas. Y eso a algunos les puede sonar sensato, incluso adulto, pero no. Me he dado cuenta de que somos nosotros quienes le damos la definición a la adultez, y para mí eso tiene que ver con cumplirme a mí misma. Cuando leí el libro, me animé y pedí un cuaderno con puntos, páginas numeradas e índice. Lo busqué con papel grueso para poder usar acuarelas, porque para mí eso es importante, cómo se ve, que me guste, aunque, como leíste en el libro, no hace falta ni ser un artista ni decorarlo. Puede ser esfero negro sobre papel blanco y ya está.
“Hay una cosa especialmente buena de tener un solo cuaderno y es que pone a coexistir tus cosas, las que te importan y las que tienes que hacer por trabajo, el desarrollo de tus ideas y la planeación para llevarlas a cabo; todo está en un solo lugar. Cuando empecé, hice una página de metas: quería ganarme una beca para irme a hacer maestría, escribir y publicar, y lograr un equilibrio en mi salud mental y física. Cada uno de esos propósitos fue ocupando páginas propias: dividí todo en pequeñas tareas, trazando una ruta. Hoy es impresionante porque he logrado en muy buena medida todas esas cosas. He cambiado de perspectiva y he crecido, y todo eso se puede ver en el cuaderno. Creo que para esto hay una regla clave: nunca dejar páginas en blanco. Eso de dejarlas para luego solo sirve para sembrar culpas: ‘No le he sacado tiempo, no he podido…’ La pesadilla de la página en blanco es muy fácil de eliminar. Es mejor siempre ir hacia el frente y confiar en el índice, que te organiza todo. Recomiendo mucho leer el libro porque está escrito para que cada persona se apropie de las cosas que le sirven y deseche sin culpa las que no. Desde los recursos para desarrollar proyectos o aprender cosas hasta los que sirven para hacer trackers, visualización de datos, de hábitos. Estos últimos me han servido montones para tomar conciencia de mi día a día, en especial para lo de la salud mental y física que te conté.”
Le pregunto qué relación tiene con su cuaderno, qué tan íntima ha sido… “Me da pavor que se me pierda. Es un lugar donde atesoro un año y medio de vida. Ahí está el momento en que decidí cambiar mi forma de trabajar, pero también todo lo demás que he hecho, qué he sido, lo que hacía y lo que logré. Es un diario, pero es muy gráfico, un registro de mi vida, algo que seguro volveré a consultar. Yo trabajo mucho con ilustradores y me encantan sus bitácoras. Me da mucha envidia y no necesariamente por lo talentosos que son. Todos tenemos talentos diferentes. Es porque ellos, por ser ilustradores, se toman el tiempo para registrarlo todo. En las reuniones de la Asociación Colombiana de creadores de literatura infantil y juvenil, por ejemplo, ellos siempre están dibujando y nadie les va a decir que no lo hagan. Y es que todos deberían –y pueden– disfrutar de eso, de dejar su rastro, algo personal, genuino, único. A lo mejor hasta es una forma saludable de alimentar el ego."
Sin embargo, hay algo que no termino de entender de esas agendas de los artistas visuales, que no llevan trackers o fechas sino listas, notas sueltas y cantidad de exploraciones gráficas: ¿producen el mismo efecto organizador y proyectivo más allá de la mera función de borrador y apuntes? Es una cosa que muchos artistas comentan en entrevistas —y si nunca ha leído al respecto aquí mismo se publicó un tremendo artículo lleno de ellas—, pero lateralmente, sin entrar a desglosar cómo funciona. Por eso me decido a entrevistar a Francisca Jiménez, maestra en artes visuales de la Javeriana, codirectora del sello editorial Tormenta y ganadora del Premio de Arte Joven 2020 –que organiza y entrega esta revista– con su cortometraje Esta no es una historia sobre China. Estuvo en la residencia artística del Centro hipermediático experimental latinoamericano en Buenos Aires, cheLA, gracias a una beca del Ministerio de Cultura, y se encuentra culminando el programa de cine Torcuatto di Tella a distancia.
“Yo uso un cuaderno para cada proyecto, pero no tengo agenda o algo que se le parezca, digamos para llevar un registro cotidiano con citas o tareas y de formato lineal. El proceso con las bitácoras tiene que ver con darle rienda suelta a lo que ocurre o se nos ocurre. Normalmente yo abro la que voy a usar en cualquier página y ahí trabajo. Pero creo que lo verdaderamente importante es que no hay pretensión ni presión por producir contenido cada día: es darle espacio a mis pensamientos dibujando, tomando notas, viendo lo que aparece en los momentos en que escojo hacerlo. De hecho, yo no era una persona muy de agendas o cuadernos, pero cuando llegué a Buenos Aires comencé a pensar en la importancia de registrar el viaje, la vida como pasa. Así que decidí retomar esa herramienta y ese hábito, que además en artes lo recomiendan mucho.”
Le pregunto si cree que funciona como una herramienta para producir un orden o una gestión de las cosas en el tiempo. “Yo creo que sí. Pensar así crea un orden, pero no es el mismo de una agenda en el sentido más ortodoxo de la palabra. Es chistoso porque yo empiezo siendo muy ordenada con solo dibujos y notas de una cosa y poco a poco comienzo a llenarlas de forma más espontánea y menos secuencial, donde además todas terminan contaminadas de los otros proyectos. Pero no pasa nada: igual funciona, uno encuentra un orden después, cuando las revisa: aclaré aquello, esto se desarrolló, esto quedó atrás y así. Ahora lo que me termina pasando es que muchas de mis agendas terminan siendo libros que quiero hacer, los borradores en pequeño de proyectos que puedo llevar a cabo más tarde, seleccionando y ampliando lo que quedó en cada cuaderno: así que sí produce una idea de pendientes, procesos y tiempos.
”Es que lo análogo invita a pensar en diagrama, incluso el texto mismo como diagrama, como algo más que frase o párrafo, permite una flexibilidad muy especial en términos de pensamiento. De hecho es lindo porque fíjate que Margarita Moreno, mi socia en Tormenta, de sus cuadernos saca los dibujos que más tarde enmarca y vende; pero, de varios que habían quedado sueltos, surgió la idea de componerlos como libro. El resultado fue Qué dibujo cuando no dibujo, y ya es una serie que estamos haciendo y a la que hemos invitado a varios artistas más. El resultado ha sido hermoso. Uno ve que las bitácoras de verdad acogen la posibilidad de registrar y pensar, de ver más tarde tu recorrido y descubrir qué falta, o incluso descubrir cosas que no veías antes.”
Mientras termino de escribir esto, reviso mi agenda y tacho la última tarea de la lista con la que arranqué este trabajo: ya está listo para que se vaya en un correo a apretarle la lista de tareas a alguien más en la revista. Y me parecen bellos todos estos tachones. A lo mejor el orden y la intimidad que producen en mi página han sido los mismos desde mucho antes de la aparición del cuaderno, de la escritura misma, cuando la expresión no era más que un rayón como esos. Un día hace varios miles de años vimos que las superficies podían conservar algo nuestro porque alguien dejó una mancha, una línea, un punto, una mano, y el día siguiente tuvo pasado, porque esa marca la hicimos ayer. Algo cambió ese día. Algo nos queda de ese ese descubrimiento.
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