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I.R.A., la granja punk

I.R.A., la granja punk

Después de treinta años, esta infexión no se ha curado.

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Los punkeros caminan por las calles con chaquetas de cuero negro o sintético, adornadas con parches, taches puntiagudos y botones, con impresiones de piel de cebras y leopardos, y con jeans rotos y desteñidos. Cubriendo sus pies calzan botas que a veces tienen platina en la punta, y en sus cabezas lucen crestas levantadas que inmortalizan a los mártires mohicanos exterminados por los ingleses. Los tatuajes, expansiones, aretes, cadenas, ganchos, manillas, anillos y collares son acompañantes leales. Las calaveras no simbolizan pactos con la muerte o el diablo, les recuerdan, mientras nos recuerdan a quienes los vemos pasar, la mortalidad: la inviolable finitud de los seres humanos.

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En la historia de la música, los punks han cargado con los prejuicios más degradantes: drogadictos, alcohólicos, artistas sin profesionalismo, irresponsables, podridos, antisociales, inadaptados, violentos… Viola y Mónica, los padres de I.R.A. (Infexión Respiratoria Aguda), la banda legendaria de punk hardcore de Medellín, son conscientes de aquellos prejuicios. Por más de treinta años han tenido que convivir con ellos, los han padecido, combatido y derrumbado. Y no solo ante los desconocedores del punk, incluso entre las huestes mismas de los punkeros.

Mónica aclara: “no solo persiste el prejuicio, persiste el hecho. En el punk hay una polisemia, una mezcla de posturas, visiones, filosofías, religiones, familias, países y lenguas… En el punk hay de todo. No sólo es prejuicio, sino que hay algunos que de verdad son yonquis. Pero son individuos, no es la esencia del movimiento, ni es lo que alimenta la movida, ni lo que la mantiene en pie. Al contrario, la golpea, le ayuda al prejuicio”.

La bandera de I.R.A., que se izó 31 años atrás, Mónica y Viola continúan ondeándola. Por la banda han pasado otros integrantes, pero solo ellos dos han permanecido: él desde la fundación en 1985, y ella desde 1991. Se hicieron novios en la adolescencia, y se han casado en tres oportunidades, con rituales distintos. Primero por la iglesia y, como según Mónica ese matrimonio “no sirve para nada jurídicamente”, volvieron a casarse en una notaría. Y con tanta casadera, se dijeron “¿por qué no unirnos en la intimidad?”, así que realizaron un ritual solos, con dos manillas de hilo, que ella misma elaboró.

Vegetarianos por convicción, en la nevera de su casa se lee “No meat”. No fuman, ni beben alcohol.

Juntos durante tanto tiempo, sus vivencias son innumerables. Han cambiado, cincelándose mutuamente con amor y gallardía. A veces disienten: “Llegó un momento en el que nos volvimos profesionales”, dice Mónica. “No, no me gusta esa palabra”, contrapuntea Viola. “Más bien, nos volvimos expertos”, sentencia. Pero en lo fundamental coinciden: al lema “sexo, drogas y rock and roll” le opusieron “salud, amor y rock and roll”. Una consigna que los condujo, a comienzos del siglo XXI, a comprar un terreno ubicado a cuarenta minutos de Medellín, en Santa Elena, que bautizaron “Santa Punkera”. Primero vivían en una carpa y luego levantaron su propia casa –siendo ellos mismos los obreros de la construcción–.

En 2003, Mónica y Viola compusieron Epidemia de Infexión.R.A., un álbum que representó un viraje importante respecto a los cinco trabajos anteriores y que determinó el sonido de la banda para las producciones posteriores. En total, hoy tienen doce trabajos musicales que han sido grabados en EP, LP y CD.

Viola ha escrito tres libros: Antileyenda, Punk Medallo y Aguante I.R.A. 30 años de punk. En el último, cuenta la historia de la agrupación entrelazando narraciones de su biografía con apreciaciones sobre las disqueras, el contexto social, político y cultural en el que han vivido. Un libro que, me atrevo a sugerir, está dirigido a quienes los han criticado. A ellos, Viola les responde con declaratorias desnudas, directas y contundentes, escritas con el puño aguerrido, a veces melancólico, a veces rabioso, y otras, risueño.

En una de las páginas, Viola afirma: “No era ni soy revolucionario, ni anarquista, ni mucho menos partidista, activista, derechista, izquierdista, centrista, ni ninguna de esas miles de complejidades que terminan sometiendo a las personas a cumplir con un montón de requerimientos al igual que en cualquier sistema y los vuelven un ista más de una lista de istas”. Con ese tono, ritmo y melodía, Viola expresa sus inconformidades políticas, sociales y culturales, que han ido transitando con el paso de las décadas, de las letras que declaraban el aniquilamiento de lo establecido, hacia invitaciones reflexivas sobre el amor y el envejecimiento. Como dice “Sin afán”, en Firmes (2009): “No has dejado ni un minuto a tus sueños / vas corriendo directo hacia tu vejez / cuando te des cuenta que todo acabó / ya no vas a poder retroceder / Solo del futuro te has ocupado / estás viviendo tus días al revés / cuando sea tu turno para el cajón / será tarde pa vivir lo que querés”.

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La autogestión fue siempre el horizonte y hoy es el asta que sostiene la bandera de la banda. Después de que tomaran la decisión de renunciar a los trabajos temporales porque habían logrado una sobrevivencia económica digna con Santa Punkera, pudieron dedicarse exclusivamente a su hijo/hija: I.R.A. (Infexión Respiratoria Aguda), el proyecto que se convirtió en la disculpa a través de la cual sus vidas transcurren. En palabras de Mónica, asentidas por Viola: “A través de I.R.A. se desarrolla nuestra vida. Gestionamos el ocio, lo creativo, la reflexión, las actividades prácticas… Todo lo gestionamos a través de las disculpas que I.R.A. nos da: el viaje, el disco, el video, la entrevista, la pintura de la cabeza, el tache… I.R.A. nos puso a vivir”.

Persistentes como pocos, pude contemplar a Mónica y Viola enamorados en Santa Punkera, el hogar del que emana una energía de la que cualquiera desearía impregnarse: trato cordial y amoroso; cuadros, afiches, telas y objetos que narran la historia de la banda; en síntesis, un ambiente en el que se respira la armonía de una pareja que ha logrado sobrellevar la vida privada con la pública, los asuntos cotidianos con el trabajo, y, lo más importante, que ha sabido integrar el amor del uno con el del otro.

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Sin diseñador, editor, administrador, webmaster, community manager, empleada del servicio o chofer: ellos lo hacen todo. Mientras Mónica practica yoga antes de sentarse a gestionar la producción de los discos, los videos y los conciertos, y de mantener activas las redes sociales –tienen Facebook y Twitter–, Viola se interna en el estudio para componer las canciones de los discos, para organizar las ideas de los videos o para diseñar el arte de las camisetas, los botones y los parches que venden.

Independientes, gestores de su propia vida, transgresores de las ideas, incluso de las de otros punkeros, después de treinta años Viola y Mónica siguen preguntándose: “¿Y es que existen reglas en el punk? ¿Quién se inventó el manual?”.

// Fotografías: cortesía de la banda. //

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