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La casa de un arquitecto

La casa de un arquitecto

Germán Samper no es una superestrella de la arquitectura.
Es un maestro que, entre concreto y hierro, ha construido algunas de las obras más importantes del último siglo en Colombia.

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us vidas y la mía son un proyecto de autoconstrucción dirigido por un arquitecto. Y no me refiero a dios ni a los pastores terrenales. Me refiero a sus contextos, familias, educación, trabajos, capacidades adquisitivas, valores, creatividad, viajes y ciudades. Este texto es un recuento, entre pasos, del proyecto de vivienda (de vida) de un arquitecto con más de setenta años de carrera, con más de tres mil croquis de dibujo, con más de sesenta mil planos (materializados e imaginados), con cinco años en la frente y espalda de Le Corbusier –en su taller de París–, con la ayuda social en una mesa y con una firma de arquitectos en la otra, con diseños –hitos– enraizados en Bogotá, Medellín, Cartagena, Quito y Chandigarh (India), entre otros. Este es un perfil de Germán Samper Gnecco, uno de los padres de la arquitectura moderna en Colombia. Su casa (su vida) ya tiene nueve pisos. 

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PRIMERA ETAPA: UN PISO LLAMADO LE CORBUSIER

El diseño de la vivienda de Samper empezó en 1943, cuando ingresó a la única facultad de Arquitectura en Colombia, en la Universidad Nacional. Su plan de vivienda –enérgico, juvenil y escueto– tuvo su primer aviso de materialización en 1947: el arquitecto suizo Le Corbusier pisó el suelo, algo empantanado, de Colombia. “Los estudiantes lo seguíamos con el carro de nuestros papás. Ahí dije: yo tengo que trabajar con ese señor”, cuenta Germán. Y así lo hizo: estudió francés y se ganó una beca en el Instituto de Urbanismo de París.

Cuando llegó al taller de Le Corbusier, Rogelio Salmona llevaba cerca de tres meses trabajando con el suizo; Salmona le ayudó a entrar, de incógnito, con la cooperación de un griego, durante un mes; allí, con la cabeza gacha y escondiéndose del maestro, hizo dibujos para algunos proyectos. Un mes después, Le Corbusier se encontró con él, frente a frente, y le preguntó qué estaba haciendo ahí; Samper le explicó y se quedó. Duró cinco años; trabajó con el arquitecto japonés Takamasa Yoshizaka, con el compositor y arquitecto rumano, nacionalizado francés, Iannis Xenakis, con el arquitecto puertorriqueño Efraín Pérez Chanis, con el indio Doshi, con el arquitecto uruguayo Justino Serralta y con Salmona. Colaboró en la propuesta del Plan Director de Bogotá y en el Plan Maestro de Chandigarh (India). Recorrió Europa y se casó con Yolanda Martínez, su esposa de toda la vida. Le Corbusier le enseñó que había que zonificar las ciudades (en un lugar el comercio, en otro la vivienda, en otro la educación…), que la casa es una máquina para vivir, que la arquitectura es el juego magnífico de volúmenes bajo la luz y que dibujando, y no fotografiando, se estudiaba este oficio. Con las anteriores herramientas, en 1954, a los treinta años, Germán Samper regresó a Colombia para empezar a construir el primer piso de su vida.

 

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CROQUIS DE VIAJES (HERRAMIENTA DE DISEÑO)

“Me llama la atención la personalidad de los gatos”, dice Germán mientras ve pasar a uno de los que viven en su casa. “Ellos son los dueños del universo. Mi hija tiene dos; la mamá se llama Nicoleta y el hijo se llama Leco… –sonríe– Le Corbusier”.

Lo que más le debe Germán Samper al maestro de la modernidad, sin duda, es la pasión por los croquis de viaje; fue él quien lo impulsó a dibujar y desde entonces, viaje a donde viaje, lleva lápiz, papel y una silla en tijera, desplegable, para sentarse. “Los croquis son la memoria del arquitecto”, afirma, y su memoria guarda más de cuatro mil dibujos de todo el mundo: desde la Plaza Ducal de Charleville (Francia) hasta la de San Marco de Venecia, la Plaza Bolívar de Cartagena y el Corredor de Vasariano en Florencia (Italia). En estos croquis, Samper dibujó –¡y dibuja!– los interiores y los exteriores de las obras arquitectónicas; escribe, al lado del dibujo, sobre el estilo o sus características; comenta las simetrías de las fachadas, las vías que rodean las estructuras, los materiales, los niveles visuales, los usos, los planos… Los dibujos son su herramienta de estudio “y deberían de serlo para todos los arquitectos”.

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“El dibujo es mi álbum fotográfico”, confiesa mientras muestra el croquis del Ponte Vechio (en Florencia). En Italia dibujó con Salmona y desarrolló un tema de investigación que aún hoy lo obsesiona: los puentes habitables. Luego muestra los dibujos del Palacio Ca’ d’Oro (Venecia), la casa Can’ Berry (Ibiza) y algunos planos de Both (Inglaterra). “Los arquitectos no hemos creado nada. ¡Todos copiamos!”; por eso, estos tres lugares son la fuente para desarrollar la segunda etapa de su casa: la vivienda social.

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SEGUNDA ETAPA: LA SOCIOLOGÍA DEL ARQUITECTO

“Yo me lamento de no ser antropólogo o sociólogo”, confiesa Germán Samper. En 1958, él y su esposa gestionaron, crearon, planearon, diseñaron y construyeron el barrio La Fragua, uno de los primeros proyectos de autoconstrucción dirigida en Colombia. El plan era construir, entre varias familias de bajos recursos y de manera progresiva, más de noventa viviendas en un lote de dos manzanas que, luego de ruegos por parte de Yolanda, entregó el Instituto de Crédito Territorial.

El proyecto inició con la construcción de un pequeño cuarto frente al terreno donde estaría la casa nueva (allí vivían los obreros y propietarios); de esta manera, de nueve de la mañana a seis de la noche, con la dirección de Samper, con pica y pala, estas personas construían sus viviendas y, de paso, arraigo por ellas: no solo eran sus dueños, también eran sus constructores.

Las casas del barrio tenían poca altura, pero logrando un punto medio entre las casas jardín de Estados Unidos y los edificios horizontales de vivienda que promulgaba la modernidad, generaban gran densidad y unidades vecinales, flujo comercial y ciudad (sociedad); en pocas palabras, y en términos técnicos, mezcla de usos (vivienda, comercio, recreación), postura contraria a la que le enseñó Le Corbusier en su taller. Meses después de terminada la obra, esas viviendas, sobre todo los primeros pisos, por necesidad, se volvieron tiendas, carpinterías, panaderías o peluquerías; con esos negocios las familias vivían en y de sus propias casas. Esa es la riqueza de los pobres: “lo social sobre los niveles ambientales y la calidad de vida urbana”, dice Samper.

Las anteriores ideas tomaron fuerza en sus siguientes proyectos: barrio Sidauto (Bogotá), Ciudad Bolívar (parcialmente construido en Bogotá), Previ (parcialmente construido en Lima), Ciudadela Real de Minas (Bucaramanga), Las Brujas (Envigado, Antioquia) y, entre otros, el plan urbano de la Ciudadela Colsubsidio y su manzana 10 (Bogotá), proyecto donde Samper materializó, sobre todo en las primeras etapas, todas sus investigaciones sobre la vivienda: el carro es el enemigo de la ciudad y por eso hay que crear ciudades peatonalizadas, hay que anteponer los diseños colectivos a los individuales y se deben crear espacios públicos y colectivos agradables. 

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Precisamente, dice este arquitecto, las casas multifamiliares (un edificio con numerosos apartamentos) que está construyendo actualmente el gobierno son un error porque puede que les den un techo, pero no un sustento: ¿cómo pagarán los servicios?

“Samper entendió que la sumatoria de casas no crea ciudad”, dice María Cecilia O’Byrne, profesora del Departamento de Arquitectura de la Universidad de los Andes y directora del grupo de investigación Proyecto, ciudad y arquitectura de esa misma institución; “también entendió cómo se construye desde la ilegalidad para llevar ese proceso a la legalidad. Eso solo se consigue mediante la investigación”. Y concluye: “Puede que la firma de arquitectos Esguerra, Sáenz y Samper lo hiciera famoso, pero sus investigaciones en la vivienda social lo hacen importante”.

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TERCERA ETAPA: LA FIRMA

El piso más reconocido y visitado, el que más dinero le ha dado y, para la gran mayoría, el más admirado de Samper es el de socio y director del área de diseño, desde 1956 y por cuarenta años, de la firma de arquitectos Esguerra, Sáenz y Samper (ESS).

“Yo viví entre lo social y lo comercial”, dice Samper. En el primero tenía un presupuesto muy bajo y sus diseños se limitaban al plano funcional, lo importante no era la casa sino el sustento que esta daba; en el segundo, contaba con unos presupuestos para proyectos funcionales y con calidad arquitectónica. Así, gracias a lo último y a su ingenio, diseñó hitos como el Edificio del Sena en la Avenida Caracas (1958, Bogotá), ejemplo claro de la influencia de Le Corbusier; el Museo del Oro (1963, Bogotá), con el que ganó el Premio Nacional de Arquitectura; el Edificio Coltejer (1968, Medellín); el Edificio Avianca (1968, Bogotá), el primer rascacielos de Colombia; los laboratorios de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Valle (1968, Cali), con el que se ganó otro Premio Nacional de Arquitectura junto a otros arquitectos; el edificio del periódico El Tiempo (1979, Bogotá); el Centro de Convenciones de Cartagena (1979, Cartagena); “y si me pregunta… la obra que más me gusta”, confiesa, “es la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango”, declarada bien de interés cultural de la Nación.

Contrario a Rogelio Salmona y a su perfección en un estilo, Samper diseñaba y construía; eso quería decir que tenía encima a dos socios, uno constructor y otro gerente, que le aterrizaban las ideas para que se pudieran construir. Por un lado, tenía una visión que creaba espacios, orden, concepto, composiciones y arte; por otro, los promotores le hablaban de presupuestos. “Yo bailaba en la cuerda floja: entre lo bello y lo funcional”.

EL RACIONALISMO, EL CONCRETO Y EL ARTE (HERRAMIENTAS DE DISEÑO)

Los dos exponentes de la arquitectura moderna en Colombia son Rogelio Salmona y Germán Samper. Punto. Ambos estuvieron en el taller de Le Corbusier y colaboraron en la propuesta del Plan Director de Bogotá del arquitecto suizo; dibujaron, viajaron y fueron juntos a congresos de arquitectura en Europa pero cuando llegaron a Bogotá cada uno siguió su camino: ellos dividieron, y siguen dividiendo en algunos casos, a la arquitectura moderna en Colombia.

Le Corbusier y Walter Gropius dejaron claro que, de una u otra forma, la razón pesaba sobre la estética. “Yo pertenezco un poco a ese movimiento”, dice Germán Samper. Por su parte, Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto, enseñaron que la forma prevalecía sobre la estructura y la arquitectura se tenía que adaptar al entorno. “Rogelio pertenece a ese movimiento”, dice Germán Samper.

“En el edificio de Avianca –con cuarenta pisos–”,con su mano recrea la forma de una estructura alta, “no se pueden hacer jueguitos. Sin embargo”, pasa su mano, de manera imaginaria, entre plantas, “cada ocho pisos hay una forma de chasis de automóvil”. Y continúa, otra vez creando con sus manos una estructura alta: “El edificio de Coltejer, con su esbeltez, es más pequeño en la parte de arriba”, crea un pequeño arco inverso con sus dedos, “y eso lo hace estéticamente valioso”. Y concluye: “No se puede decir que yo sea 100% racionalista; simplemente, para mí es importante, en primera instancia, la eficacia estructural y la forma racional, luego de eso lo adapto arquitectónicamente”. Por esa razón, por ese baile en la cuerda floja, la sala de conciertos de la BLAA no solo tiene una acústica excelente (función) sino una estética que se escapa de cualquier rigidez (forma); la Ciudadela Colsubsidio, desde sus inicios, creó no solo una ciudad abierta (función) sino que, con una vista cenital, creó unas figuras geométricas marcadas (forma).

En la historia de la arquitectura moderna de Colombia, “Salmona acapara demasiado” y obviar los aportes de Germán Samper, dice el arquitecto Eduardo Samper en el documental El camino de un arquitecto, “es como tener un parche en un ojo”. María Cecilia O’Byrne hace una pausa y sonríe –en su oficina cuelgan una docena de postales, dibujos y planos sobre el Plan Director de Bogotá de Le Corbusier–, “En lugar de seguir discutiendo sobre quién es mejor que el otro, si Samper o Salmona, lo importante es que con sus obras, bien sea con Las Torres del Parque o con la sala de conciertos de la BLAA, ellos quitan el aliento”.

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CUARTA ETAPA: EN CONSTRUCCIÓN...

Germán Samper, con sus noventa años, aún vive de la arquitectura, dibuja, tiene una firma de arquitectos con su hija Ximena (G.X. Samper), da conferencias y recibe a cuanta persona quiere hablar con él. Su taller está rodeado de fotos con Le Corbusier y de libros sobre la construcción del concreto en Colombia, Mompox, la formica… Con sus proyectos, con sus discos de Bach, con su lupa para leer a Alejo Carpentier, con sus ocho volúmenes de croquis de viaje, con su libreta de apuntes manchada en las puntas… “Él no trabaja, él vive de su pasión; él respira arquitectura y eso es lo que lo hace vital”, dice su hija, Catalina Samper.

“A mí todavía me gusta lo que hago y el día que deje de hacerlo estaré muerto”, confiesa Germán; a su lado, en la ventana de su oficina, con un marcador negro, hay un dibujo de un árbol y de una estructura al lado: “en general a los arquitectos les gustan los árboles”, sonríe y me pregunta, “¿Algo más?”.

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Juan Sebastián Salazar
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.

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