Tradiciones de las navidades pasadas
Comer natilla y buñuelo es una costumbre navideña que jamás morirá (crucemos los dedos), pero hay otras que ya pasaron hace rato a celebrarse solo en la memoria de los abuelos.
n algunas casas colombianas, los tamales y el pernil de diciembre han sido remplazados por el pavo gringo. “Santa” le hizo cajón al Niño Dios en lo de la repartición de regalos. Ahora los árboles se decoran con moños azules o rosados en vez de los tradicionales rojo y verde. Desde el siete de diciembre nos metemos en trancones infernales para ver el alumbrado público (que, dicen, también prende el espíritu de la Navidad).
Las tradiciones cambian. Van evolucionando. Y eso está bien. Pero sin duda esta época de fin de año está llena de nostalgia por las tradiciones que se han ido perdiendo. Nadie puede decir que no extraña las chispitas o echar voladores con los amigos de la cuadra.
Acá les contamos de algunas tradiciones navideñas que se han ido extinguiendo con el paso del tiempo. Si se le ocurren más, las recibimos como regalos en la sección de comentarios. Feliz Navidad.
Decorar la cuadra era lo máximo. “Antes” había competencias en los barrios que premiaban las cuadras con decoraciones más festivas, más alegres y creativas. Eso sí, las “intervenciones” en las calles con témperas o Navinieve duraban hasta febrero.
La estrellita (o el ángel) que va en la punta del árbol de Navidad indica que el Niño Dios ha nacido. Es la Estrella de Belén hecha luces o cinta o papel de aluminio. Es por esto que antes era costumbre esperar hasta el 24 para ponerla en su lugar. Ya no. Ahora está ahí desde que el arbolito sale de la caja para inaugurar diciembre (o noviembre, en algunos casos).
Las novenas poco han cambiado: las oraciones son las mismas (todos nos reímos todavía con lo de “padre putativo” como si estuviéramos en primaria), siguen sonando panderetas, el tío recochero se pone el gorrito de Papá Noel y una que otra novena termina en baile (y guaro, Dios nos libre). Lo único que ha cambiado es que ya no es tan común repartirse los nueve días de novena con los vecinos del barrio, y ya no hay puertas abiertas para que entre el que quiera.
Volvamos al arbolito. En los ochenta, antes de las mangueras de luces LED supermodernas, se usaban unas extensiones se lucecitas de colores variados que terminaban en estrellita. Algunas cantaban. Eran divinas, pero peligrosas para el que tuviera que armar el árbol.
El sabor de la natilla cocinada sobre leña no se compara con nada, menos con las natillas de caja con sabor indefinido que hoy en día reparten en las novenas de la oficina. A veces extrañamos esa costumbre de cocinar con los vecinos del barrio o en familia.
Partamos de que estamos completamente de acuerdo con que se haya prohibido la pólvora. Nada más horrible que terminar las fiestas de fin de año en urgencias porque el hijo de nuestra prima lejana se quemó las manos por andarlas metiendo donde no debe. Sin embargo, extrañamos el placer de rellenar de trapos, totes y deseos un muñeco con la cara del político de turno y verlo arder hasta que no queden sino la cenizas. Ahora hay versiones de bolsillo rellenas de papel. Esas también sirven.
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