
Carta de amor a la Revista TÚ
Lo bueno de la nostalgia es que tiende a idealizar el pasado. Lo malo de la nostalgia es que tiende a idealizar el pasado. Por eso invitamos a una de tantas lectoras de esta publicación que marcó una generación y que desde la distancia puede ver con más claridad y aún así seguir amando. Aquí su hermosa y lúcida carta de amor a esas páginas que nos vieron crecer.
Querida Revista TÚ,
Nos conocimos cuando yo tenía nueve años y tú once de estar circulando en Colombia. Estuvimos juntas hasta mis 15 y tus 16. Hasta ahora me doy cuenta de que éramos contemporáneas, y yo que te sentía tan sabía, tan más grande que yo. Nuestra similitud en edad explica por qué nos entendíamos tan bien.
Durante varios años me acompañaste en la odisea que implicaba ser una niña en proceso de crecimiento preparándose para entrar a la etapa más rara de su vida. Aunque tú solo eras unos años mayor que yo, parecía que entendías muy bien que la adolescencia es justo eso, un momento de adolecer el crecimiento y la cantidad de cambios que se sucedían unos a otros casi sin aviso.
Cuando te miro hoy, con la distancia de los años que han pasado y el humor que esa distancia me permite, me doy cuenta de que en ti se alojaban muchos de los padecimientos de quienes fuimos adolescentes en lo tempranos 2000: la exigencia de tener un cuerpo imposible, los problemas con la comida y la devoción al amor romántico y heterosexual, por nombrar algunos. Pero como no hay muerto malo y tú moriste en Colombia en el 2019, hoy me permito escribirte con amor para agradecerte por lo bueno.
Gracias por acercarme a la lectura. Haber crecido en una casa en la que no leen ni los manuales de instrucciones parecía que iba a implicarme una vida alejada de ese placer. Y sin embargo, llegaste tú a mostrarme que era divertido, que podía pasar horas pegada a un papel lleno de letras y reírme, llorar, impactarme, aprender algo nuevo o jugar con mi imaginación. Aunque tus páginas contenían también muchas imágenes, no escatimabas en letras y en cada una de ellas había una historia que me interesaba conocer.

Tres de tus secciones me fascinaban en particular. La primera: ¡Q-ja-te!, en donde otras chicas de Latinoamérica dejaban quejas que casi siempre tenían que ver con chicos y su comportamiento desinteresado o descarado. ¿Los nombres de las chicas los ponías tú o los elegían ellas? Recuerdo algunas valientes que escribían “Mariana”, “Sara”, “Yuliana”; otras tímidas que simplemente se identificaban como “Anónima”; y las divertidas, mis favoritas, las que se hacían llamar por eso que sentían debido a lo que estaban contando: “Le engañada”, “La indecisa”, “La seria”.
Aunque yo no tuviera un novio que hubiera huido de mí, aunque no estuviera ¡De pelea con mi mamá!, ni me hubieran pedido un break ficticio, todas las quejas de esas chicas me hacían sentir cercana a ellas. Además todas esas cosas, eventualmente, iban a sucederme… solo era cuestión de tiempo.
Luego venía Pregúntale a Alex, un consejero que aún no entiendo por qué era hombre, pero al cual también muchas chicas con seudónimos divertidos escribían pidiéndole consejos. “Hola Alex, parece que le gusto a un amigo, pero…”, “Alex, me da celos esto y lo otro”, “Alex, estoy en el siguiente embrollo” … Y Alex les decía: “Querida amiga celosa. Te aconsejo que…”, “Estimada Indecisa. Mi sugerencia es…”. A través de las respuestas a las otras chicas, Alex nos aconsejaba no compararnos entre nosotras, hablar con la gente cuando sentíamos que había algo qué decir, permitirnos sentir las emociones que nos venían a visitar. El único inconveniente es que éramos adolescentes y en esa época ver más allá del propio ombligo es una proeza que tal vez ninguna de nosotras logra. Sin embargo, las respuestas de Alex me hacían sentir que la cosa cambiaba, que el estado de la adolescencia era transitorio. Como yo lo imaginaba a él más grande que yo, pensaba: “algún día tendré esa claridad para resolver conflictos. Paciencia”.
Mi sección favorita, en la que aún pienso de vez en cuando, esa cuyo nombre he usado en otros momentos de mi vida como un conjuro era Trágame tierra. Aquí las historias eran, para mi edad, despiadadas. Que el mar te arrastre y te deje medio empelota y casi ahogada en frente del niño que te gusta… esa sí era una historia de terror. Para qué fantasmas. Recuerdo a una chica que contaba cómo llevaba meses pensando que su amor era correspondido y finalmente se dio cuenta de que todo había sido una confusión, ¡trágame tierra! Como adolescente enamoradiza y profundamente insegura, ese era tal vez uno de mis mayores temores.
Leer esta sección, sin embargo, me traía alivio, me hacía reír hasta llorar y era un gran tema de conversación con otras amigas que también eran tus lectoras. Gracias a esta sección nosotras mismas llegábamos a los descansos del colegio a contarnos esas situaciones en las que la vergüenza era tal que le implorábamos a la tierra que nos tomara de vuelta. Como la vez que me robé una chocolatina en un curso de pintura en el que estaba. Me descubrieron. Lo negué y lo negué y lo negué y nunca más volví al curso. ¿Por qué no se me ocurrió nunca enviarte esa historia? Hubiera podido firmar como “La golosa”.

Gracias por la diversión. Cuántos de tus tests habré respondido para saber si éramos Friends forever, si estaba completamente asfixiada de la relación, para entender qué tan tragado estaba él de mí, o si yo era una persona fluida o no. Mi vida de adolescente era, por decir lo menos, románticamente tranquila. Bueno, inexistente, la verdad. La mayoría de tus tests giraban alrededor de este tema y en lugar de sentirme excluida, siento que me permitían jugar a ser una persona que no era.
Dime cómo besas y te diré quién eres, un test que respondí en una época en la que nunca había besado a nadie. Pero jugar a que era la que más y mejor besaba me parecía entretenido, ingenioso de mi parte. El hecho de que fueras una revista y el encuentro solo pudiera ser entre tú y yo, que para disfrutarte no fuera necesario nadie más, me daba la libertad de imaginar vidas. ¿Qué tal una vida en la que yo era la más popular? ¿O una en la que celebraba mis quince años con un vestido pomposo y una corona brillante? ¿Y qué tal una en la que me ganaba el concurso para ser tu próxima portada? Todo era posible en el reino de la imaginación que tus páginas me permitían. Tal vez algunas de esas fantasías no cumplidas calaron demasiado hondo en mi niña interior y hoy son temas de los que he conversado en terapia… pero recordemos que no hay muerto malo. Aún te recuerdo con cariño.
¿Sabes también a qué me acercaste? A la farándula internacional. Esto del gusto por el chisme creo que es genético, vino conmigo desde el día en que nací. Pero antes de conocerte solo me interesaban los chismes que tenían que ver con famosos nacionales. Quería saberlo todo de Juanes, de Cabas; me encantaba ver a Carolina Sabino en televisión, me sabía las canciones de las Pop Stars y era una telenovelera experta. Tus páginas me prepararon para el chisme internacional que más tarde me iba a servir como tema de conversación cuando viví un semestre en Alemania y los puntos de encuentro entre una cultura y la otra eran los artistas gringos que salían en tus portadas: My Chemical Romance, Miley Cyrus, Harry Potter, etc.

Recuerdo un año en el que fuiste mi mayor deseo. La navidad estaba cerca y el Niño Dios de mi casa, que cada año nos recuerda que su llegada está a solo unos días, me pidió que no olvidara escribir la carta. Y en la carta le dije: “Querido Niño Dios. Quiero que me regales una suscripción de todo el año a la Revista TÚ porque me encanta y las quiero tener todas”. Así fue. Estuvimos juntas durante todo un año, no me perdí ni una de tus ediciones mensuales. Ese fue nuestro año de mayor cercanía. ¡Cómo pasamos de bueno!
Revisitándote hoy en mi memoria, me sorprendo de todas las veces que hablamos de sexo. Me ayudaste a acercarme a la sexualidad desde una mirada femenina que era muy difícil de encontrar en esa época. En el colegio recibía una educación sexual que consideraba de calidad, principalmente porque no tenía con qué compararla. Lo que no recibí en el colegio, que sí me dieron tus páginas, fue la posibilidad de mirar el sexo desde el disfrute y no desde lo que implicaba técnicamente.
Me tranquilizaba leer las respuestas de Alex a preguntas que otras chicas hacían sobre sus vidas sexuales. Me parece que el sexo fue siempre un tema que trataste con tranquilidad, permitiendo que la conversación se sintiera como de amiga a amiga, una de las cuales (TÚ), sabía un poco más que la otra (yo). En esa conversación me encontré con que no había ningún afán.
Que algunas chicas estuvieran explorando su vida sexual en pareja no significaba que también yo tuviera que hacerlo en ese momento. Me permitiste entender que, como todo, esas cosas tenían su tiempo y que lo mejor sería acomodarlas a mi ritmo de vida que yo sentía más tranquilo, menos apurado.

Aunque ahora no me queda ningún recuerdo impreso tuyo, he logrado encontrarte en el archivo de una mujer que, como yo, fue una adolescente asidua a tus páginas. Mirándolas de nuevo me pregunto cómo era que usábamos baletas de zapatos, blue jeans descaderados y una cantidad de gargantillas que hacían difícil la respiración. Ha sido un placer ver en tus páginas el discurrir del diseño gráfico popular a lo largo de tantos años. Historias que antes estabas atiborradas de arabescos verdes con morado con azul con amarillo y con títulos cuya tipografía variaba casi en cada letra, más tarde se fueron convirtiendo en espacios en donde tu rosado característico era el protagonista y la densidad de elementos disminuía.
Si tantos años después aún te sigo pensando es porque, a pesar de lo malo, lo bueno fue muy importante para mí.
Gracias por acompañarme a crecer.
Natalia


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