Arquitectura, sillas, una cama y Playboy
¿Qué tuvo que ver el diseño y la arquitectura moderna con la afamada revista de desnudos femeninos y estilo de vida para hombres? Mucho más de lo que uno podría imaginar. La autora vuelve sobre esta historia de edificios y muebles modernos que sirvieron para popularizar un concepto: el soltero sofisticado.
We don’t mind telling you in advance,
we plan on spending most of our time inside.
Hugh Hefner
La tarima es enorme. El escenario tiene un marco que sobresale y está iluminado por reflectores azules y rojos, los colores del evento. La moderadora anuncia los arquitectos –o arquitectas, aunque son menos– y ellos salen del público hacia la tarima como si fueran a dar un concierto y entonces, exponen. El título del evento es Congreso Colombiano de Arquitectura y Urbanismo, pero sería más preciso decir simplemente Congreso de Arquitectos. Es octubre de 2023. Muchos de ellos se ciñen al plan: esta vez es narrar cómo se hizo y por qué se hizo algún proyecto de arquitectura social. Muestran fotos, hablan de materiales, tiempos, impacto. Muchos hablan en primera persona: cómo hice y por qué lo hice. Empiezan sus ponencias con sus biografías y se quedan allí. Uno de ellos habla en plural, pero en su presentación lleva fotos tomadas por otros o por él mismo donde se muestran construcciones o materiales y a él en primer plano.
En 1962, un Hugh Hefner con el pelo aún negrísimo, un traje del mismo tono y unos gemelos con la ilustración del conejito Playboy, pide ser retratado al lado de una maqueta de un edificio moderno que señala como si fuera él quien puede explicar el por qué de las ventanas o de la decena de pisos. Posa de arquitecto. Unos años antes, en tinta azul aparece un retrato de Frank Lloyd Wright donde lleva un sombrero tipo pork pie con la solapa ancha y está mirando al lugar donde miran los hombres cuando les dicen “mira al infinito”. Lo acompaña el titular: “The Builder, Frank Lloyd Wright intents to be the greatest architect of all time” y un artículo escrito por Ray Russell, a quien también le gustaba escribir ficción. Frank Lloyd Wright posa como un playboy.
Chicas y muebles: una línea editorial
La primera edición de la revista Playboy, publicada en diciembre de 1953, tenía en la portada a Marilyn Monroe; era una foto a blanco y negro donde ella sonreía y saludaba con familiaridad bajo el letrero en letras rojas que anunciaba que eso era PLAYBOY. Adentro, había una foto a color de ella desnuda sobre una tela roja (publicitada desde la portada, claro), acompañada de un editorial escrito por Hefner, un cuento del Decamerón de Giovanni Boccaccio, un fragmento de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, un artículo sobre jazz y otro sobre lo costoso e injusto que resultaba el divorcio para los bolsillos de los hombres. Por último, había una serie de fotografías que mostraban el deber ser en el diseño de una oficina moderna. De una oficina masculina, por supuesto. Una semilla.
Lo que aseguró el éxito de esta revista que luego sería canal de televisión, marca de lencería y merchandising, desarrolladora de juegos, hotel, mansión y empresa de maquillaje fue la portada de Marilyn Monroe y la promesa de más mujeres desnudas y preciosas impresas con la mayor definición posible; pero el diseño moderno, presente en ese artículo final, estaría por siempre ligado a los contenidos y a la forma de pensar que buscaba instaurar Playboy en la sociedad (inicialmente) estadounidense. Entertainment for Men fue el slogan de la revista durante 65 años, hasta que fue cambiado por Entertainment for All en 2018.
Entertainment for Men no era solamente una referencia a su contenido erótico, era una declaración de principios: Playboy le iba a dar al hombre moderno el contenido que necesitaba para crearse una domesticidad, una vida social, un entorno, una oficina, unos pasatiempos y unos temas de conversación que tuvieran sentido para una vida desligada de la familia, en una búsqueda constante de placer y eminente soltería. Esa creación, por supuesto, iniciaba en la arquitectura, con el contenedor.
Pero no era suficiente con decir que el diseño moderno era cool, ni sacar sillas, mesas y bibliotecas con nombre en la mayoría de sus ediciones: había que hacer que los lectores desearan ese estilo de vida, esas casas prolijas y oscuras, esos muebles de diseñador; había que convertir a los arquitectos y diseñadores en figuras pop. Lo hicieron de la misma manera que transformaban a las mujeres en playmates, haciendo de esos hombres unos playboys.
De diseñadora a playboys
En la edición de julio de 1961 de la revista aparecen los diseñadores George Nelson, Edward Wormley, Eero Saarinen, Harry Bertoia, Charles Eames y Jens Risom sentados en sillas y una mesa creadas por ellos. Posan, miran a la cámara, cruzan sus piernas; Saarinen incluso está fumando su pipa sentado sobre su silla Womb. Años más tarde, en junio de 2011, la portada de Playboy muestra a la modelo Pamela Anderson con un corsé de seda negro y al lado de sus senos, un titular: The interview: Frank Gehry.
En su libro Pornotopía, el investigador Paul B. Preciado lo nota, “Playboy publicaba elogiosos artículos sobre Mies van der Rohe, Walter Gropius, Philip Johnson, Frank Lloyd Wright o Wallace K. Harrison, y utilizaba sus páginas como soporte de diseños ‘simples, funcionales y modernos’ (...). Durante la guerra fría, Playboy se había convertido en una plataforma de difusión de la arquitectura y el diseño [moderno] como bienes centrales de consumo de la nueva cultura popular americana”, escribe.
En el Congreso de Arquitectos que se celebró en una ciudad pequeña de Colombia, uno de los invitados expuso sobre realismo mágico, arquitectura de emergencia y efímera. Es un proyecto poético, funcional. En medio de su conferencia, dice que proyectos como los suyos reciben cierta atención mediática y que eso no le molesta para nada. Beatriz Colomina, la investigadora y arquitecta española que ha dedicado su vida a pensar las intersecciones entre arquitectura y enfermedad, arquitectura y sexualidad, arquitectura y espacio privado, y arquitectura y medios de comunicación, ya había apuntado que “lo que es moderno en la arquitectura moderna no es el funcionalismo ni el uso de los materiales, sino su relación con los medios de comunicación de masas”.
En el momento en el que Playboy apareció, las revistas de decoración, arquitectura y diseño norteamericanas de la época como Home and Garden o Ladies Home Journal habían emprendido una cruzada frágil en contra del diseño moderno gestado en Europa, que se caracterizó por la practicidad y líneas depuradas, contrarias a la pomposa tradición norteamericana. Playboy hizo caso omiso a esa fidelidad estética y dictó que el hombre debía tener y amueblar una casa para seducir en ella y que eso solo era posible siguiendo a los modernos y, tal vez, usando una bata de seda rojo oscuro.
Fantasías arquitectónicas y una sala de exposición
En el verano de 2016, las salas del Elmhurst Art Museum, en Estados Unidos, estaban pobladas por muebles y objetos domésticos. Se veía la silla Diamante que Harry Bertoia había diseñado para Knoll en 1952, la silla Mariposa diseñada por los argentinos Antonio Bonet, Juan Kurchan y Jorge Ferrari para Le Corbusier y la lámpara Nesso en color naranja que el diseñador italiano Giancarlo Mattioli hizo para Artemide en 1967. ¿Qué hacían allí exhibidos estos objetos característicos del diseño moderno?, ¿a qué hacían referencia los planos y maquetas que complementaban este despliegue?, ¿por qué se veían, además, fotos de chicas desnudas? La exposición, curada por Beatriz Colomina y estudiantes de doctorado del programa Medios y Modernidad de la escuela de Arquitectura de la Universidad de Princeton tenía por nombre Playboy Architecture 1953–1979 y se encargó no solo de mostrar cómo los contenidos de Playboy habían hecho de arquitectos y diseñadores unos personajes y de sus creaciones objetos del deseo, sino que expuso cómo se tradujo este tipo de diseño en el lenguaje Playboy; es decir, cómo planeaban que estas ideas modernas y sensuales salieran de las dos dimensiones del impreso para convertirse en salas de estar, habitaciones con camas circulares, apartamentos, casas de recreo.
En la exposición, por ejemplo, se mostraron algunas fantasías arquitectónicas: las maquetas de la casa Playboy para solteros, los planos del penthouse Playboy y las ilustraciones de la casa Playboy para esconderse los fines de semana. Uno de los primeros proyectos de este tipo en aparecer en la revista fue el apartamento penthouse que se reseñó en la edición de octubre de 1956 y mostraba los que luego serían íconos de la arquitectura y el diseño del universo Playboy. Los sofás y las camas tenían controles a los lados para operar sistemas de entretenimiento, las paredes eran en madera oscura y ladrillo y aparecían la mesa de café que Isamu Noguchi diseñó en 1944 y la silla LCW de los Eames cubierta en cuero de vaca. Cada despliegue, claro, venía con la guía de compras.
La cama en el centro, dando vueltas
El proyecto para una town house Playboy que salió en la edición de mayo de 1962 fue una de las propuestas más detalladas; en el salón, por ejemplo, había un mueble con bar incorporado acompañado por dos sillas T, un diseño de William Katavolos para Laverne de 1952, sobre las que colgaba Duck Pond, el óleo sobre papel que el pintor neerlandés Willem de Kooning había hecho en 1958. Nada era antiguo. No era antigua tampoco la silla Tulip que Erwin y Estelle Laverne habían lanzado en 1958, ni la pared de entretenimiento con televisores y altavoces ni, claro, el objeto más importante de toda la casa, que no tenía la firma de ningún europeo, sino que era un ícono instaurado por el mayor playboy: la cama redonda y giratoria.Hugh Hefner fue un hombre atípico en muchos sentidos, sobre todo comparado con el hombre norteamericano de la posguerra; una de las mayores diferencias es que su visión de masculinidad no estaba anclada, como describieron e incentivaron otras publicaciones, a ser una criatura extrema que amaba el exterior y la aventura; para Hefner el playboy, el único tipo de hombre que valía la pena ser, era un ser de interior. Esto se simbolizó de muchas maneras en las páginas de la revista y más tarde en otros productos derivados de la marca, pero el objeto que lo sintetizó mejor fue la cama redonda y giratoria. El escritor inglés J. G. Ballard en su proyecto de glosario, contaba que para él el mobiliario, como muchos piensan de la moda, era la constelación externa de nuestra piel; seguido a esto encontraba lamentable que a la cama, a pesar de ser una de las constelaciones externas prioritarias, se le hubiera dedicado tan poco tiempo de imaginación, sobre todo en occidente. Hefner pensaba parecido, por eso se mandó a hacer una cama redonda y enorme que giraba y estaba levemente tecnificada para que él pudiera atender sus asuntos editoriales, económicos y placenteros desde el mismo lugar.
Esta cama tuvo su primera sede en la mansión Playboy que se construyó en Chicago en 1959 y luego se trasladó a Los Ángeles a un palacio con 22 habitaciones que tenía sala de juegos, zoológico, canchas, una cascada y una piscina generosa; la casa convirtió en el punto de partida para un reality, un estudio de fotografía con múltiples escenarios y un centro de experiencias para las fantasías. Por supuesto, era un espacio lleno de muebles modernos y un lugar para extender la publicación que buscó, como afirma Preciado, iniciar al hombre estadounidense de clase media en la gestión de sus encuentros sexuales múltiples en un solo espacio y presentar “el sexo como objeto de consumo por excelencia entre una avalancha de objetos de diseño que son también consumidos eróticamente”.
Si la invitación era a jugar, quedarse en la casa no podía ser, entonces, en una casa cualquiera hecha por cualquiera y llenada por el azar. Tenía que ser aspiracional y apetitosa. A ese encuentro con la domesticidad masculina le debemos, entonces, que aún hoy los arquitectos y diseñadores vean sus objetos y edificios también como proyectos editoriales y que posen delante de ellos, tal vez sin bata de seda, pero sí con cierta altivez al estilo de un playboy.
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