9 cosas para tener en cuenta sobre el sadomasoquismo
El periodista Simón Posada, autor de los libros Días de porno y Las barbies también sueñan con muertos,
explica en nueve pasos en qué consiste el sadomasoquismo.
En primer lugar, quiero aclarar que yo no soy sadomasoquista. ¿Por qué? Porque soy inconstante, poco riguroso y un poco descuidado, y el sadomasoquismo no es un juego. Es todo un estilo de vida que requiere niveles de seriedad y responsabilidad que yo no tengo. Hay gente que dice que no hay nada más serio que un juego, pero en el sadomasoquismo está en juego nada más y nada menos que la vida.
Cuando conocí a la Ama Claudia, una mujer que tiene una casa en Bogotá donde practica el sadomasoquismo 24/7, es decir, las 24 horas del día, los siete días de la semana. En mi primera visita a la casa había hombres en calzoncillos con collares de perro al cuello, mujeres en baby doll y un patio en el que había una jaula y una serie de látigos y juguetes sexuales. ¿Qué hacen esas personas allí? Hacer de su vida su fantasía. Para vivir en esa casa firmaron un contrato en el que acordaron qué harían, qué se dejarían hacer y con qué palabra secreta el contrato quedaría cancelado.
En ese momento, seis personas vivían en esa casa y pagaban su estadía con trabajo. Pintaban casas, hacían aseo y otras labores para sostener la Mazmorra, como se le conoce a un sitio de este tipo.
Sí, el sadomasoquismo es, antes que nada, un contrato, un acuerdo entre dos personas. Es decir, la idea de que el sadomasoquismo es un juego de enfermos mentales donde se golpea sin cesar y se viola y se maltrata por placer, es errada. En el sadomasoquismo todo está planeado y nadie hace nada si no está de acuerdo. Por eso, antes de practicar el sadomasoquismo, los involucrados acuerdan una palabra que al ser pronunciada por el sumiso acaba de inmediato con la sesión.
Sí, en el sadomasoquismo se puede participar de dos formas: como amo o como sumiso. El amo es el que dispone, el que manda, el que “golpea” y maneja la situación, mientras que el sumiso es el que recibe y obedece. Por eso, antes de practicar sadomasoquismo hay que tener muy en claro en qué bando se va a participar, porque no puede ocurrir que al recibir el primer golpe con la fusta, el sumiso se levante y devuelva el golpe a su amo. Sin embargo, hay personas que deciden ser switch, es decir, que cambian de amo a sumiso y viceversa, según la ocasión y la preferencia. La decisión de ser uno o el otro depende, sobre todo, de la personalidad de cada cual.
Sí, el amo golpea a sus sumisos porque, se supone, sienten placer al recibirlos. Por eso, para ser amo hay que saber, ante todo, cómo golpear, y eso no es una tontería. Los amos saben con qué tipo de instrumentos generan menos hematomas y qué partes del cuerpo son menos visibles. En el caso contrario, también saben en qué partes duele más, con qué y en qué partes quedan más marcas y qué tipos de dolor pueden propinar. Todo depende, claro está, si el sumiso quiere quedar lleno de moretones o tan limpio como si nunca se hubiera caído al piso en su vida. Pero el amo sabe, más que nadie, qué dolor le gusta a su sumiso, hasta dónde puede llevarlo y cuándo debe parar.
Se sabe que los receptores del dolor y del placer en el cerebro están relacionados, y es posible que usted lo sepa. ¿Recuerda el placer que sentía al quitarse las costras en las rodillas cuando era niño? ¿O rascarse las picaduras de mosquitos? Eso demuestra que, como el amor y el odio, del dolor al placer hay un solo paso. No por nada, los gemidos sexuales pueden confundirse con quejidos, y la incomodidad y las nalgadas y los jalones de pelo y los insultos y arañazos pueden ser muchas veces determinantes para el orgasmo. Revise usted las fronteras de dolor y placer que tiene su cuerpo.
Esa es, precisamente, la gran labor de un amo. Estudiar, investigar y experimentar con respeto, humildad y máxima responsabilidad. Un amo debe saber de medicina, psicología, primeros auxilios, nudos, arte, música, sexualidad, física, entre muchas otras cosas. Un amo debe ser tanto MacGyver como McDreamy, de Grey’s Anatomy,
y tan inteligente como Michel Foucault, un sadomasoquista confeso.
No lo sé. Esto es un mundo sin recetas. Quizá lo más sensato pueda ser leyendo SM 101: A Realistic Introduction,
de Jay Wiseman, el libro más ecuánime que hay en el mercado al respecto. ¿Por qué? Porque no tiene recetas ni fórmulas ni pasos para entrar al mundo BDSM −Bondage, Dominación, Sadomasoquismo, Masoquismo, como se le conoce a este fenómeno de forma más precisa−, sino que hace una introducción con responsabilidad.
Las películas de Betty Page, rodadas por Irving Klaw en la década del cincuenta, son una bonita y tierna muestra del BDSM.
Algunas películas de Andrew Blake, como Justine, tienen un manejo estético muy agradable de la práctica. Sin embargo, cada quien por su cuenta y riesgo puede bucear internet para encontrar experiencias más extremas de este mundo, inabordable en solo nueve puntos.
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