Lecciones no musicales para tocar un instrumento
Agarrar un instrumento puede ser una gran forma de pasar tiempo con uno mismo. El autor de este texto recorre su relación con la música, conversa con maestros y hace el esfuerzo por reaprender lo olvidado: una reacomodación neurológica de la mente, una experiencia espiritual para el alma.
Lección 1
Querer hacerlo (y no dejarse quitar las ganas)
Hace unos días me mudé con Antonio y Marcelo. Ambos son músicos y varias noches, con un vino o una cerveza en la mano, sacan sus guitarras y nos ponemos todos a cantar. La parte dura del asunto, es que yo no me atrevo a sacar la mía. Me da vergüenza (conmigo, con ellos, con todo el tiempo que alguna vez le dediqué). Mientras alargan alguna canción, improvisan: se pasan la melodía con gracia, haciendo malabares. También se hablan en ese idioma hermoso de palabras vibrantes que describe la música: “hágalo en lidio”, “tremendo cromatismo”, “toque eso y yo hago las inversiones”. Sin excepción suena hermoso. Me limito a celebrar que, por lo menos, puedo cantar, aunque mi registro, habilidad y tono no sean precisamente los de un tenor.
Vivir con ambos me ha devuelto las ganas de tocar. Fui bueno: estudié siete años continuos, practicaba por lo menos tres horas al día, tenía un repertorio cada vez más virtuoso y extenso. Todo empezó a mis once años una tarde en que me quedé viendo hipnotizado, hamburguesa en mano, el video de Back in Black de AC/DC en Hard Rock Café. Entré en esa extraña obsesión que me llevó a dejarme crecer el pelo, comprarme una guitarra, comenzar a estudiar y –sin que lo notara– afinar mi propio gusto. Años más tarde supe qué había querido tocar siempre una noche que quedé sin palabras al escuchar los diálogos prodigiosos entre las guitarras flamencas de Paco de Lucía, John McLaughlin y Al Di Meola en Mediterranean Sundance.
Aunque hoy poco toco –limitado además por todos los vacíos que nunca llené y la falta de práctica–, poder interpretar con mis propias manos un pequeño fragmento de esa canción sigue siendo una de las mayores satisfacciones de mi vida. Lo más curioso es que antes de tocar cosas así, comencé siendo malo. Y atención: muy malo. Tuve la desgracia de ver la expresión trágica en la cara de mi primer profesor mientras yo avanzaba a pasos de tortuga. Me dio igual: mi ambición no disminuyó y mis taras terminaron cediendo ante mi llana insistencia.
Lección 2
Pulir la técnica y el sonido
Pablo Marcelo Ramírez, productor musical, compositor y guitarrista, no solo es mi compañero de piso, sino uno de los amigos más entrañables que tengo. Nos conocimos en el colegio bastante antes de que yo dejara la guitarra y, curiosa historia, en ese entonces le enseñé los acordes básicos. Hay algo que siempre me ha interesado de su proceso, un detalle que creo que merece atención al mirar la trayectoria de muchos músicos: el cuidado en la perfección técnica. “Yo comencé con eléctrica, pasé a flamenca antes de entrar a la universidad y allá fue que empecé con guitarra clásica. En primer semestre tomaba apreciación musical con el maestro Camilo Giraldo, guitarrista y compositor. No solo escuchábamos música grabada sino a él tocándola. Era muy tranquilo, un gran profe y en los exámenes también tocaba guitarra clásica. Capricho árabe, piezas de Bach, tantas cosas, era asombroso. Era de no creer las posibilidades, las variedades, tanta riqueza. La guitarra ofrece muchos colores y sonoridades, timbres. Después le pedí clases particulares y en segundo semestre me presenté al programa de guitarra clásica de la Universidad de los Andes con el maestro Carlos Rocca".
Le pregunto cuál ha sido la mayor dificultad que se ha encontrado en su proceso con la guitarra. “Realmente nada fue muy difícil hasta que llegué a la guitarra clásica. Con la eléctrica usted toca las cuerdas con un pick, por eso mi mano derecha aún no era muy hábil cuando cogí la acústica. Así que volqué todo hacia el trabajo de mano derecha: me dejé crecer las uñas, las aprendí a limar (una actividad que tiene sus días y su propio temperamento), comencé a aprender escalas, arpegios. Todo un trabajo de perfeccionamiento. Hay un video de Andrés Segovia –considerado el guitarrista que llevó la guitarra a formato orquestal– en el que dice que en la guitarra clásica se sueña toda la orquesta, están todos los timbres. Y todo eso es mano derecha: depende totalmente de cómo se pulsa la cuerda.
"Eso fue lo que descubrí cuando me fui a vivir a China, después de tres semestres en la universidad. En Hong Kong comencé a estudiar con el maestro Chris Wong y la primera tarea fue tocar la cuerda más alta, el mi agudo, una semana entera, buscando el tono perfecto. Lo más importante de la guitarra clásica, antes que la velocidad y el repertorio, es el tono: que suene bien la pulsación sobre la cuerda, que abra muchos timbres, dulces o brillantes. Es lo que siempre le digo a los alumnos: hay toda una artesanía para que la cuerda suene bien. Esto es importante, porque al tocar un instrumento uno se encuentra con muchas dificultades pero cuando uno estudia la técnica descubre que puede progresar. Y a mí la guitarra me enseñó que hay que preparar las cosas. Se volvió mi modo de pensar, que vino de la naturaleza del instrumento: usualmente los guitarristas no son grandes lectores de partitura a primera vista, porque las posibilidades con las manos son inmensas para tocar lo mismo. Hay que estudiar mucho el momento y el compositor para profundizar en el modo de interpretar algo… Es una forma de acercarse a lo que está en otra época, en otro lugar, en otra mente, buscar lo que fue concebido en ese momento. Hay que preparar un muy buen mapa de lo que se va a hacer, como en tantas cosas de la vida".
De los verdaderos placeres de compartir apartamento es, justamente, oírlo preparar, estudiar, practicar. Cuando me coge la noche sin sueño o más trabajo del que quiero, alcanzo a oír desde la sala su repertorio en permanente revisión: Villalobos, Albéniz, Bach, composiciones suyas. Una verdadera dicha para mí, acostumbrado al acompañamiento monótono de las teclas del computador. Se lo digo. Se ríe. “Cuando uno toca, uno tiene que aprender a ser su propia audiencia. En esos momentos, esa audiencia es la que celebra. Es una celebración muy noble siempre, eufórica, vívida, pero de fondo está el silencio".
Se me ocurre preguntarle, qué canción o pieza me pondría a escuchar para que me anime de nuevo a estudiar guitarra. “Recuerdos de la Alhambra, mi pieza preferida de la guitarra clásica”, me responde. Le pregunto por qué: “En la guitarra clásica el sonido dura muy poco, se diluye muy rápido, como en la marimba y el piano. Así que para hacer una nota sostenida se hace trémolo: tocar insistentemente la misma nota. El trémolo de Recuerdos de la Alhambra a mí me conmueve como si lo estuvieran tocando con mi espina dorsal. Cuando la estaba comenzando a interpretar un amigo me dijo que lo tocara como si fueran gotas de agua cayendo. Y es una melodía hermosa. El que la escuche además puede llevarse una muy buena idea de cómo la guitarra puede sonar como dos instrumentos. Es precioso”.
Lección 3
Ampliar el repertorio
Tocando dos, tres o cuatro instrumentos es como recuerdo a Carlos Baquero, el hombre al frente de la Academia Mundo de la Música, donde estudié mis siete años de guitarra. Su historia con la música es larga, y además profundamente atada a la enseñanza.
Le pregunto cuáles son las etapas que atraviesa alguien cuando llega a su academia. “Yo creo que hay una primera etapa en que la persona no sabe si ese es su instrumento. Como cuando llega el chico y la mamá le pide piano, y él en realidad termina queriendo guitarra, batería, o fútbol. Al inicio muchos papás y chicos piensan que no es sino mover las manos y no es tan fácil. Descubren que hay que pensar. Una primera etapa entonces es explorar, pensar, descubrir. Y ahí el repertorio es fundamental. Tienen que tocar cosas para sentir que avanzan, cosas distintas para que trabajen aspectos nuevos cada vez. Esa es la clave. Ya con la elección resuelta comienzan a intentar cosas más complejas. Y ahí las cosas han cambiado. Hace 34 años un niño quería tocar espectacular sin esfuerzo, práctica o teoría musical. Torcían los ojos: ay no, profe, eso está muy mamón. Los de hoy sí quieren entender, profundizar y aprender a fondo. Y es toda una paradoja, porque el Internet también los ha cambiado de otra manera. Se han vuelto inmediatistas, como cuando hacen las tareas: ni leen, pero hacen trabajos divinos. Aunque el bilingüismo, el gusto por los deportes y cosas así también les enseñan que las cosas buenas exigen un esfuerzo largo y que la recompensa vale la pena.”
Lección 4
Cambiar la mente
La comprensión del instrumento es un asunto del que se encarga el cuerpo a través de nuestra principal distinción: el cerebro. Por eso decidí entrevistar a un apasionado del arte y la música, que ha dedicado años de su vida al estudio de la relación entre mente y artes, el doctor Leonardo Palacios, profesor de la Universidad del Rosario y neurólogo adscrito a Colsanitas. “El cerebro tiene una capacidad de aprendizaje asombrosa hasta el día de la muerte, mientras esté sano, claro,” me dice. “De hecho, aprender es indispensable para la salud del cerebro. Por eso se recomienda que un adulto o adulto mayor aprenda a interpretar cualquier instrumento, porque la estimulación multimodal que le ofrece es de lo más saludable que hay. El cerebro tiene unos ciclos que lo hacen más apto para el aprendizaje en edades tempranas: no es lugar común que la infancia sea una edad privilegiada para hacerlo. Pero no lo deje de anotar: los beneficios los obtiene cualquiera a cualquier edad".
La música es una actividad que los seres humanos gozamos como privilegio, porque no solo contamos con un cuerpo que permite tocar una multitud asombrosa de instrumentos: nuestro cerebro reconoce dinámicas y alturas musicales (las diferencias y relaciones entre notas agudas y bajas, base de la melodía y la armonía) y ritmos. Como indica el doctor Palacios: “El ritmo nos mueve y la melodía nos conmueve.” Y agrega: “Además es algo inherente a todos: la música de distintas épocas y lugares, con frecuencia, sigue incitándonos al movimiento y la emoción. Tiene un potencial impresionante de evocación, una participación tremenda en la memoria. De hecho, tanto capta nuestra atención que si un músico entra en la sala y comienza a tocar se roba nuestra atención por completo. Hay una anécdota interesante con esto: el compositor Eric Satie creó piezas que él llamaba música de mobiliario, para acompañar la vida cotidiana sin interrumpirla. Creo que valdría mucho la pena que cualquiera la oyera: es envolvente, induce a la concentración, pero como compañía.”
Cuando le pregunto por qué tipo de activación propicia la música en el cerebro, el doctor Palacios me dice: “Los dos hemisferios del cerebro son bastante independientes. Puesto en pocas palabras: el izquierdo procesa el lenguaje y el razonamiento abstracto, matemático, mientras el derecho procesa texturas, colores, aromas, etc. Para que funcionen bien necesitan unas estructuras, las formaciones interhemisféricas: la más grande es el cuerpo calloso, una red que pone en circulación y asocia información de los dos tipos. Entre muchos desarrollos neuronales que se producen en la práctica musical, como las mejoras en motricidad o la afinación y precisión del oído, la transformación del cuerpo calloso es de lo más impresionante y beneficioso que uno puede encontrar.”
No me cabe la menor duda: aprendiendo a solfear se desarrollan habilidades lectoras, se trabaja un lenguaje completo de conceptos abstractos, se aguza el oído para distinguir ritmo, alturas, relaciones armónicas, se trabaja la motricidad fina para lograr agilidad, precisión, delicadeza y fuerza en la ejecución del instrumento, sin contar además que interpretar de memoria o leyendo una partitura se descubren habilidades por completo distintas. De hecho, un artículo de la National Geographic señala que la música deja efectos imperecederos en sus practicantes independientemente de la edad a la que lo hubieran practicado, y claro, con mayor potencia según el número de años que se hubiera insistido.
El texto señala que la interpretación musical produce una estimulación cerebral única que deja beneficios particularmente visibles en la vejez como, por ejemplo, mejor conservación de la memoria o una mayor capacidad para distinguir los sonidos sutiles de las consonantes, área típica del deterioro físico que pronuncia la soledad y el aislamiento que muchos adultos mayores experimentan. Según el texto, los estudios de Gottfried Schlaug han probado que los cerebros de los músicos tienen más materia gris en varias áreas, pero también que con solo quince meses de educación musical comienzan a aparecer los cambios estructurales en lo asociado al movimiento y la audición. También indican que otros estudios han probado un aumento en la materia blanca, el tejido que da cuenta de la plasticidad cerebral, es decir, su capacidad de adaptarse al contexto. Sin embargo, esto no es todo. También hay en la práctica musical algo particular que permite que tocando piezas de hace cinco siglos o de regiones absolutamente distantes, como señalaba Palacios, podamos sentir y comprender.
Lección 5
Aprender a decir algo
Mariana Charry comenzó sus estudios musicales muy temprano, animada por su padre, que también tuvo una historia propia con la música: “mi papá estudió coro en su colegio con los salesianos y el que lo dirigía una vez le dijo que estaba desafinando todo. Desde entonces no canta, ni en la iglesia ni en la casa. Creo que un poco en contra de su trauma nos metió en clases. Cuando nos fuimos a vivir cerca de la academia de la Corpas, mi hermana y yo nos animamos a entrar. Allá la aproximación es clásica, centrada en formar músicos profesionales. Ahí descubrí que la música se puede aprender, que no se nace con un talento exclusivo –la idea que había tenido hasta mis once años–, y también me encontré con la teoría de la música –que me encantó– mientras aprendía piano. A mis quince años, escuché la flauta de Peer Gynt de Edward Grieg y en ese momento pensé: a esto vine al mundo.”
Mariana dio todo un periplo que la llevó a estudiar literatura primero, pues como ella misma dice: “con la música siempre te da la sensación de nunca ser suficiente: uno siempre tiene la idea de que se puede hacer mejor.” Así que Mariana primero se graduó en estudios literarios de la Javeriana y comenzó una maestría en Antropología en esa misma universidad. Pero nunca dejó de tocar. Finalmente, animada por Elizabeth Osorio, se animó a estudiar también la carrera de flauta: “Yo pensaba que me bastaba con tener que conseguir un trabajo, hacerme una vida adulta, hacerle frente a las responsabilidades, y la flauta con qué tiempo… Pero ella me dijo que igual qué podía hacer más increíble en mi vida que tocar flauta. Aún creo que tiene razón.”
Le pregunto qué cambió con la música cuando comenzó a estudiar: “Cuando entré me di cuenta de que había vivido un proceso muy solitario, solipsista. Más allá de la idea tradicional de que estudiar es aprender ciertas habilidades, hay algo más. Tocar un instrumento es producir un mensaje. Por eso, aunque toques algo bien, te pueden decir que no transmites nada. Yo pensé que era algo muy espiritual y muy de sentir, pero en realidad es un tema de discurso, un lenguaje. Tienes que aprender cómo se dice algo con eso. Es difícil porque tenemos una educación demasiado logocéntrica: todo orbita en las palabras. Esa fue la mayor dificultad que me encontré. Porque tú te aprendes las notas, pero sin saber expresar nada. Y eso es lo que estudian los músicos: discursos musicales (y no para los músicos, sino para que los entiendan y sientan los que no lo son).
"Lo otro es que tocar música te pone en un lugar muy vulnerable: hay que poner el cuerpo y siempre estás tocando para otras personas. Es muy distinto a tocar para ti exclusivamente. Te hace preguntarte para qué tocas. Y con la flauta el mayor reto es respirar. Las personas a veces escuchan lo virtuoso y creen que eso es lo más difícil, pero no. Lo más difícil es respirar tranquilamente, como si tocaras una sola nota. Toca hacerse muy consciente de cosas que no ves, como tus pulmones o tu diafragma, para que las cosas suenen como quieres. Por eso un profesor mío insistía en que la música se trata en gran medida de aprender a reconocer sensaciones correctas e incorrectas.”
Le pregunto qué ha sido lo más gratificante de todo ese viaje. “Aprender cómo soy yo, qué hago bien, qué hago mal. Son cosas que solo he aprendido a través de la música. Es un privilegio de la música: ver qué haces tú ante la imposibilidad de hacer algo y frente al impulso igual de querer hacerlo. Y ya a otros niveles, tocar te permite compartir con gente que amas, verlos oyéndote producir ese sonido hermoso es una gran recompensa. Por eso yo recomendaría que cualquiera escuche los Tango estudios para flauta sola de Astor Piazzola, sobre todo el 4 y el 6. Son extraordinarios. Es lo que estoy tocando en este momento y creo que muestran un aspecto maravilloso de la flauta. Piazzola juega a replicar en la flauta la idea del bandoneón. Es increíble porque oyes el sonido etéreo, angelical, dulce de la flauta, pero a la vez la versatilidad rítmica, un juego con el aire y el instrumento para hacerlo sonar como bandoneón.”
Lección 6
Ser parte del conjunto
Catherine Surace estudió música en la Pontificia Universidad Javeriana y realizó una maestría en interpretación del oboe de la Universidad de Michigan, en los Estados Unidos. Fue coordinadora del área de interpretación y música de cámara y docente de la Facultad de Artes de la Pontificia Universidad Javeriana. Su punto de vista sobre este campo no solo me interesa por ser intérprete de uno de los instrumentos más exigentes, sino por su experiencia y, en especial, por su rol destacado como directora académica durante los últimos años en una de las organizaciones de formación musical más importantes del país: la Fundación Nacional Batuta.
“Para tocar oboe hay que ser bien terco”, me dice entre risas. “No suena bonito sino hasta después de un buen tiempo. Al principio se parece a un pato. Me acuerdo que cuando empecé, entré con una amiga. Yo con el oboe y ella con el clarinete. Al cabo de un tiempo ella ya tocaba cosas lindísimas, y yo sentía que aún era una lucha con mi instrumento para sacarle ese sonido bello, tan buscado. Pero claro, como hay muy pocos oboístas, yo era súper apetecida. Es que el oboe es como el patito feo. Es muy lindo y muy exigente, pero termina por darte una recompensa enorme”.
"Es un instrumento de viento de madera y de doble caña. Aunque es muy antiguo, se desarrolló principalmente en Europa durante el siglo XVII. En él, la llama del sonido enciende la vibración entre dos lengüetas que vibran: la doble caña, que parece un pitillo. Y cualquier cosa lo afecta. Uno con el tiempo aprende a cuidar su caña. Aprendes a hacerlas a tu gusto y eso es muy lindo. Personalizas tu sonido y aprendes a afinar tu oído para distinguir escuelas e incluso intérpretes. Tiene un sonido muy nítido, penetrante, muy estable en afinación y muy rico en armónicos. De hecho, el oboe afina la orquesta. Y es muy fuerte: un oboe se equivoca y el director para a todo el mundo. Es como un actor que tiene que hablar muy duro durante toda la obra. Pero, por eso, en el repertorio tiene muchos solos y eso es una delicia, te permite lucirte y gozar teniendo a toda la orquesta detrás de ti. De hecho, yo me enamoré de él, cuando empecé, con el Concierto para oboe de Richard Strauss. Me encantaba, fui a la biblioteca del conservatorio y lo fotocopié. Yo ponía la grabación, leía la partitura y de las 200 notas, tocaba diez, pero me enloquecía. Finalmente la toqué como veinte años después. Fue una satisfacción increíble”, agrega Catherine.
“Estudiar un instrumento no es estudiar el instrumento solamente, sino estudiarte a ti mismo. Es un elemento externo que se vuelve parte de ti. Cada instrumento tiene una personalidad. Hay estudios y apreciaciones que más o menos arman una psicología de los instrumentistas. Ahí dicen que los oboístas son los menos gremiales entre los intérpretes y como malgeniados. Pero claro, como es difícil y destaca tanto, es todo un esfuerzo sacarle su voz y fundirlo con el sonido de la orquesta. Yo he conocido muchos oboístas que por eso terminan siendo líderes o personas muy buenas para resolver problemas: no tiran la toalla fácilmente. El instrumento termina de moldearte a ti. Entre tanto, desarrollas tolerancia, paciencia, aprendes a soportar la frustración. Y al final el resultado es hermoso”, asegura Catherine.
Le pregunto a Catherine qué tan evidentes son esos resultados, esos aprendizajes que desbordan el estudio de los instrumentos, a lo que responde: “nosotros en Batuta hemos sido objeto de muchos estudios y hacemos también una evaluación interna donde medimos cosas como el desarrollo musical (cómo van los chicos con el desarrollo de los lenguajes técnico, musical y expresivo), pero también aspectos psicosociales. El año pasado, por ejemplo, vimos que respondiendo de forma espontánea el 74% de los chicos y jóvenes que asiste a nuestras clases encuentra valores para convivir; el 72 % expresó que sentía felicidad estando en Batuta; y el 63% indicó que había hecho amigos en las clases de música. Los papás destacaron que los niños usan más productivamente su tiempo libre asistiendo a las clases, y que se vuelven más responsables y comprometidos. Es que esto te genera una estructura mental: como cualquier vocación o profesión. Por eso nos interesa mucho que nuestra metodología y nuestros objetivos apunten a desarrollar aspectos de capital social que promuevan ciertos valores: el trabajo en equipo colaborativo y concertación, y el liderazgo o la capacidad que crean los niños para ampliar sus redes sociales”.
Este es justamente uno de los aspectos clave del programa Música para la reconciliación, que beneficia cada año alrededor de 18.000 niños y jóvenes, gracias a la inversión del Ministerio de Cultura, en alianza con la Fundación Nacional Batuta. Esta estrategia ha propuesto el estudio musical como herramienta para reconstruir lazos sociales e individualidades en lugares donde el conflicto armado y contextos adversos han roto más de un vínculo. “Los niños en esas comunidades viven en ambientes donde hay mucha violencia y están muy guardados: muchos no se atreven a salir y estar en confianza con otros. Y la música les permite crear confianza otra vez. Estar en un coro o un ensamble los hace aprender mucho sobre la convivencia: vivir con otros y todo lo que eso implica. Por eso también terminan aprendiendo mucho de resolución de conflictos. Al fin y al cabo, la música te enseña a sobreponerte a la dificultad y a comprometerte con los demás. Si eres flautista y debes tocar con un ensamble y tocas bien, todos te reconocen y todos lo hacen mejor; si la embarras, los otros también viven ese tropiezo. Es algo muy sutil pero va calando de manera muy profunda: para que las cosas funcionen bien, tenemos que tener un sentido de responsabilidad colectiva sin que nos den órdenes desde arriba; y eso es algo que aprendes muy bien con la interpretación musical”, explica Surace.
Por último, se me ocurre preguntarle a ella qué piensa de que los chicos tengan mejores condiciones para el aprendizaje que muchos adultos, si piensa que es solo un tema cognitivo o si cree que hay algo más. Y sin dudar, Catherine responde: “nadie tiene problema para aprender nada. Lo que sí pasa es que los niños no tienen problema en desconocer cosas: saben que no hay vergüenza en no saber. Los jóvenes y los adultos sufren mucho más con eso. Es un factor psicológico que juega mucho en contra y se nota. Así que la actitud es fundamental. Si tú no estás relajado sino tenso, y juzgas y te sientes juzgado, ni siquiera te queda tiempo y espacio en la cabeza para intentar hacer las cosas bien. Un niño es inocente y no le da pena conocer, hacer preguntas y comparar. Si te acercas a las cosas sin prejuicios, sin juzgarte y permitiéndote errar, no hay duda de que encontrarás la paciencia y el valor para sacarle algo bello a tu oboe, un cisne donde antes no oías más que un patito feo”.
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