LeonKa, el niño que dudaba
Dorado sobre negro. Imágenes en las cuales los detalles suman capas de los más diversos significados e intereses. Esta entrevista se adentra en el trabajo de este ilustrador, tatuador y filósofo español.
LeonKa (Barcelona, 1980) es ilustrador, muralista, grafitero y PhD en filosofía. De niño dudaba de los números. A sus 41 años, baja los conceptos del éter y los transforma en tatuajes: símbolos de identidad cargados de romanticismo, poder y misticismo. Cargados de 1.
Lo efímero, lo perenne
¿Qué se borra al quitarse un tatuaje? LeonKa le ha tapado un par de tatuajes a su esposa. Entiende que lo que representa a una persona a cierta edad, puede que no la represente en otra.
“Ha cambiado tu visión del mundo, tu visión de la vida y quizá aquello que le querías decir a la sociedad, o a ti mismo, pues, ya no es algo que sea relevante”, comenta este estudioso de la filología occidental.
Sus tatuajes tienen fondo y forma. Un lenguaje profundo, casi místico. “Le hice a un chico las siete espadas de los naipes españoles. Las del tarot, tienen un significado y me dijo: ‘No, yo no quiero saber nada. Yo solo quiero la estética que me gusta’”, dice.
Al tatuador le preocupa que los pictogramas encajen bien con el cuerpo, que sean anatómicos. Para diseñar brazos y piernas –cuádriceps, bíceps, antebrazos– hace estructuras ovaladas, para los pectorales, círculos.
“¿Qué hace que algo sea significativo? Pues, las intenciones de la persona que se lo hace y eso puede ser muy, muy variable”.
Hacerse un grabado en la piel compromete al cliente con un símbolo para toda la vida. Una rosa, un nombre, un ancla, un demonio de Tasmania.
“Si alguien se hace algo relacionado con la justicia, seguramente, no va a pasar de moda”, dice quien, en 2018, fue el encargado de hacer el mural de la exposición La luz negra, en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. “Muchas veces es más sencillo comprometerte con ser justo, que comprometerte con llevar un tatuaje de Bart Simpson”.
LeonKa disecciona el ritual del tatuaje en tres fases: La decisión del diseño: “Cuando encuentras qué quieres tatuarte”. La negociación con el artista: “Para saber si lo puede hacer o no”. El dolor: “Eso que has decidido llevar, no es gratuito, no es sencillo. Tienes que pasar por un proceso de dolor para marcarlo. En las sociedades tribales, personas que se tatuaban, pensaban que ese umbral de dolor que has soportado era transportable a otras situaciones, como podían ser el embarazo o la guerra. Eran preparativos para afrontar cosas duras en la vida, cosas dolorosas”, cuenta.
Objetos abstractos
En la niñez, a LeonKa le gustaba calcular el peso, la altura, la agilidad y la agresividad de la gente, para saber qué posibilidades tenía de vencerlos en una pelea. Era un alumno aventajado, alguna vez pidió ser evaluado por su lectura de La Divina Comedia, rechazando la recomendada para adolescentes: Tots el detectius es diuen Flanagan, Todos los detectives se llaman Flanagan.
“Quería demostrarles a mis padres, o a los demás, que la existencia de Dios me parecía una cosa un tanto dubitable”, dice LeonKa, sombrero negro, pelo castaño, barba cerrada: “pero me daba cuenta de que los argumentos que yo podía esgrimir para los demás no eran convincentes, igual que los suyos para mí”.
A sus siete años se hacía preguntas difíciles, dudaba de la existencia real de los números, de los objetos, el significado de la esencia, la percepción de un Dios sin forma, sin cuerpo. LeonKa dudaba de su entendimiento del mundo.
“Si el número 2 existe o si la gente considera que el número 2 existe —no el número dos que se puede escribir, el dos como entidad abstracta, o los números en general—, ¿la gente querrá decir que Dios existe como existen las entidades abstractas? Porque, a lo mejor, el problema es que yo no estoy entendiendo lo que significa existencia. Estoy entendiendo existencia como ser de hecho, estar aquí. Aquí y ahora. Presente o tangible. A lo mejor, la gente quiere decir algo distinto”, LeonKa habla con calma, sabe que sus ideas son complicadas.
El pequeño era un “empollón”, era el que sobresalía en los estudios, en el dibujo y le iba bien en los deportes. Nunca fue excluido por ser el listo de la clase.
En 1991, a sus 11 años, comenzó a grafitear letras. Entre 1998 y 1999, ya era conocido como Kafre. “Nos juntamos un grupito que venían de la situación anarquista, de casas okupas. Yo ya me interesaba por cuestiones filosóficas. Considerábamos que el grafiti, en sí, decía poco”, la duda persistía. “Al final, estabas haciendo unas letras, pero lo único que hacías era: ‘Libertad a los presos políticos’”.
Entre el 99 y 2000, el peso del significado cayó en sus obras. Exponer símbolos y letras, en la calle, los comprometió a contar cosas.
“Estábamos pintando un mural en una calle y nos vino una mujer y nos dijo que por qué tenía que ver eso en frente de su casa”, recuerda LeonKa. “Entonces, tuvimos esa responsabilidad de estar pintando en la calle y pintar en el centro, de contar algo políticamente sustantivo”.
LeonKa tenía ideas y quería contarlas. Comenzó a estudiar filosofía, entonces, el río de las causas entroncó sus virtudes.
Su obra pictórica tomó sentido en una de sus clases. En el tablero del salón, un profesor dibujó epiciclos y planetas para explicar la cosmología aristotélico-ptolemaica. En ese conjunto de círculos y letras, el estudiante encontró un mundo de conceptos y significados que le parecieron estéticos y atractivos.
Filosofar en cuerpo y carne
LeonKa dice rescatar el sentido básico de los filósofos clásicos, utiliza las imágenes como vehículos que representan ideas. En su obra, los conceptos abstractos toman formas conocidas y universales: La alquimia de Jung, la causalidad de Hume, los procesos morales de Platón, la jerarquía de las necesidades de Maslow, el Cogito de Descartes, el modelo contrafáctico de Lewis.
“Intentaba obtener las ideas abstractas de Athanasuis Kircher o Robert Moon, pero lo puedes encontrar en todos los modelos científicos”, dice LeonKa —PhD en filosofía de la Universitat de Barcelona—. “El modelo de átomo de Bohr, de Schrödinger, o de Heisenberg. Ellos ilustran de alguna manera esas ideas y esas ideas están en la ciencia, pero también en la filosofía”.
Para ejemplificar, el filósofo toma la jerarquía de las necesidades de Abraham Maslow. Una pirámide en cuya base se hallan las necesidades biológicas: comer, beber, dormir. Seguido por las necesidades de seguridad, pertenencia, reconocimiento y autorrealización. En la piel de alguien esta idea se vería así: de la figura contorneada de un busto se desprende un triángulo. Abajo, unos niños juegan al lado de una casa pequeña.
El desafío del artista es descifrar conceptos abstractos. “La idea es coger un poco los ejemplos que ponen los filósofos. En el caso del Cogito, utiliza la duda, y de qué duda, de nuestros sentidos. Por ejemplo, cuando vemos cosas. ¡Ah! pues, eso sí que lo puedo ilustrar”. El filósofo desentraña lo intangible.
En teoría del conocimiento, nuestros sentidos nos pueden engañar. “Vemos un palo torcido en el agua, cuando realmente no lo está. Lo pondría como: un palo torcido en el agua y un ojo que lo ve —primer paso de la duda”.
LeonKa tatúa ideas, las vuelve números, líneas curvas, rectas, punteadas, palos, ojos, leones, genios malignos que, al engañar los sentidos, hacen creer que 2 + 2 es 5. Entre bocetos, explica posibilidades, utiliza la lógica para dibujar, al argumento del yo reflexivo lo convierte en 1: uno mismo.
Se le ocurre que al cálculo infinitesimal lo podría plasmar en cadenas numéricas: “Haces dos conjuntos. Al primero, le pones: 1-2-3-4-5. Y al segundo, 2-4-6-8-10. Y dices, esos conjuntos son infinitos”. Se le ocurre.
En Leibniz, probaría con figuras geométricas, segmentos de línea, LeonKa imagina que podría ampliar la imagen: “Para ver que, siempre, dadas dos cortes, podría haber un corte intermedio”. Se le ocurre.
De Pitágoras dice que hay muchas formas expuestas en los libros de texto: “Casi todos los axiomas y teoremas. Todo lo que es geometría”, explica. “Cuando se trata de geometría es algo más sencillo que cuando hablamos de la belleza en Platón”.
De la geometría sagrada, salta a la espiral de Fibonacci. Descuelga un cuadro que representa la teoría de la causalidad, de David Lewis. Habla de los contrafácticos: las situaciones posibles de cada segundo actual.
“Es un principio explicado en abstracto, es bastante complicado si te lo lanzo así”. Dice.
La semántica
Los rasgos de la obra de LeonKa son delicados. Trazos finos, delgados, sutiles. Lunas, globos terráqueos, manos, ojos, llaves, una mujer de tres cabezas —oso, cabra, serpiente— sostiene en la mano derecha un rayo, en la izquierda, el mundo.
Sabe que los significados velados no son sencillos. Se levanta de la silla y de la pared gris toma una de sus obras. Todos los cuadros similares: el fondo negro, la figura en dorado.
Las imágenes se entienden, los significados se escabullen. Entonces, habla de los estoicos y de la esencia de uno mismo, del sujeto moral y ético que debe conducirse así mismo, para estar bien consigo y con los demás.
Las imágenes se entienden, los significados toman sentido. Me muestra la imagen con la que representó la pluralidad de las verdades de Kant. Las verdades analíticas quedan grabadas bajo la forma de un libro abierto. Las verdades sintéticas: un ojo observando al mundo. Juega con la semántica. La verdad a priori es el dorso de una mano. A posteriori, la palma. Aparecen varios textos, en uno de ellos se lee: A necessary truth is a sentence that is true in every possible world. “Una verdad es necesaria cuando es verdadera en todo mundo posible”.
No hay noche sin día
Dorado y negro son los colores que predominan en la mayoría de los cuadros de LeonKa. Llegó a ellos por una regla antigua que les recitaba un profesor: “No hay noche sin día, ni día sin noche”, recuerda.
Después explica que, en filosofía, para que algo comparezca, tiene que suponer un fondo a través del cual comparecer. Una estructura que algunos llamarían el verbo ser.
“El ser es aquello que te hace de estructura, pero nunca comparece con la cosa”. Al final, dice: “El fondo negro es eso que no comparece. Lo que se ilustra, la figura que pones es aquello que comparece. En el simbolismo es luz, es lo que aparece, comparece”.
El azufre (la mente)
LeonKa es un alquimista. Parafraseando la definición de Carl Jung, en el Opus Magnum: es a aquello a lo que quiere llegar uno mismo, el yo.
“En la tradición alquimia y simbólica, te decían, no sirve de nada explicarlo con palabras, hay que explicarlos con símbolos para que sólo la gente que haya pasado por esta experiencia pueda entenderlo”, dice LeonKa, quien me muestra dos tatuajes. En el brazo derecho, el símbolo de la sal (el cuerpo) —una circunferencia atravesada por una línea. En el izquierdo, el azufre (la mente) —un triángulo unido a una cruz.
Las personas que se tatúan desean una marca. Ser condensados en un detalle. Exacerbar la identidad. Quieren grabar un suceso, el recuerdo de las vivencias. Ambicionan la alquimia. Francis Dolarhyde —discípulo de Hannibal Lecter—transformado en el Gran dragón rojo de Blake.
“No podemos hablar de cómo llega uno así mismo, a su propia esencia, a su propia constitución, en términos de argumentación como haría Platón o Aristóteles. Sino que hay que explicarlo en símbolos: que cada uno haga en sí mismo la experiencia”, dice LeonKa, gregario de David Malet Armstrong, Ted Sider, E.J Lowe.
Ojos, manos y llaves
“En los tatuajes que yo he hecho, normalmente, la gente no me pide cosas tan filosóficas. Muchas veces son un poco más populares o emplean un simbolismo que está manido, como el Ouroboros —la serpiente que se come la cola”, dice LeonKa, estudioso de la metafísica analítica.
Para llegar a su objetivo, dibuja signos, códigos, emblemas. Compases, espátulas, ojos: “Simbolizan el conocimiento, nuestro conocimiento observacional, en la historia de la ciencia, ha sido el órgano por excelencia”. Serpientes, espadas, manos: “simbolizan la práctica, el hacer cosas, no conocerlas”. Estrellas, coronas, llaves: “El Opus Magnum —la llave filosófica: los egipcios tenían un conocimiento, una filosofía en la cual conectaban el símbolo con la cosa. A partir de la simbología griega, hemos desconectado los símbolos de las cosas y lo que tenemos es argumentación. Esa argumentación nunca nos deja llegar a las cosas”, comenta el filósofo, también interesado en la jeroglífica.
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Una frase suelta del alquimista que embona con la imagen de un cliente asustado ante la máquina de tatuar que le penetrará la piel entre 80 y 150 veces por segundo. “No te preocupes —en el sentido de pre-ocupación— no estés con antelación ocupado en cosas que no acontecen, sino, estate plenamente atento a las cosas que tienes delante”.
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