Las estampas de color de María Luque
Usa el color como Matisse y los espacios de sus dibujos parecen salidos de algún sueño naíf. Le gusta viajar, los gatos y perseguir a extraños en los museos para luego consignarlos en su libreta de dibujo.
n la casa de familia Luque en Rosario, Argentina, hay un daguerrotipo de su abuelo Teodosio Luque. Es un cuadro de un señor solemne de barba larga y cara de serio que asustaba a todos. María recuerda que de pequeña el cuadro rodaba por la casa: lo escondían en el baño, debajo de las camas. Cree que ese daguerrotipo lo hizo Cándido López, uno de sus artistas favoritos y de los únicos que manejaban la técnica por la zona. Esto es importante porque cuando empezó la Guerra de la Triple Alianza, su abuelo Teodosio fue enviado como médico y Cándido como soldado. Esa proximidad fue la que generó curiosidad en María y la historia de la cual partió su primera novela gráfica: La mano del pintor (2016).
Como esta novela, todo lo que ilustra María tiene dos sellos: uno es que cada estampa recrea un momento cotidiano, que aunque esté en el pasado o atravesado por un fantasma, dice, están anclados en la vida real. El segundo es el color. Hay un impulso que le producen los colores brillantes y viene de antes: el primer recuerdo que tiene en su cabeza es de una vez que vio a su madre pintarse las uñas de rojo bermellón. Recuerda que no pudo resistirse y le pasó las manos al esmalte húmedo, quería tirarse encima, comérselo, mirarlo de verdad. A veces, también, se dibuja a ella: blanca, delgada, con el pelo corto y ojos oscuros tras gafas de marco rojo. En la ropa siempre mucho color.
No tiene un diploma de arte o diseño para manejar el color como lo hace. En cambio, dejó la publicidad para irse de viaje por América Latina y para dedicarse a dibujar. Ha hecho talleres y residencias con artistas que le interesan y sueña con una residencia en Angulema, Francia. Todos los días camina media hora por las calles de Buenos Aires para llegar a Varela Varelita, un bar de ventanas grandes y mucha luz natural que queda en una esquina concurrida, adonde van casi siempre las mismas personas a trabajar, leer o jugar ajedrez, y adonde invita a amigos a dibujar con ella. Este es su taller. A veces lo cambia por su casa mientras escucha podcasts y entrevistas a artistas, o por museos.
María es uno de los referentes más importantes de la ilustración argentina actual –lo confirma su presencia en DisTinta, una antología de nueva historieta argentina compilada por Martín Pérez y el Liniers– y este año estará en el festival Entreviñetas. Sus dibujos estarán en la exposición Dos paticas de conejo en La Silueta Casa el miércoles 20 de septiembre, donde compartirá espacio con Fabio Zimbres de Brasil. Además, presentará el sábado 23 de septiembre en Cine Tonalá el libro Prendieron la luz en el museo para mí, publicado por La Silueta, quienes el año pasado también publicaron su libro Chamamé. Nosotros aprovechamos su paso por Bogotá para hablar con ella sobre sus miedos, sus bloqueos y sus rutinas.
¿Había alguna sensación constante durante el proceso de trabajo de La mano del pintor? ¿Cómo fue terminar?
Cuando empecé era pura adrenalina. No entendía muy bien dónde me estaba metiendo porque nunca había trabajado en un proyecto tan grande. Tampoco tenía mucha experiencia haciendo historietas, todo era bastante nuevo para mí. Había pasado varios meses investigando sobre la guerra y leyendo sobre Cándido y me propuse empezar a dibujar el primero de junio de 2014. Pensé que si lograba hacer una página por día para fin de año iba a tener 180. Me encantaba esa sensación de estar todo el día pensando cómo iba a seguir. Me iba a dormir pensando en Cándido y me despertaba pensando en él, era una compañía hermosa. Los últimos dos capítulos los terminé en una residencia para artistas en Santa Fe que se llama Curadora. Era un lugar divino y me acuerdo que los demás residentes salían de vez en cuando a pasear y yo me quedaba dibujando porque quería terminar. Al final de la residencia me di cuenta de que no había ido a conocer el río que estaba a pocas cuadras, nunca salí de la casa. Después vino otra parte del trabajo que fue la de planear cómo publicar el libro. Con Sigilo, la editorial que me publica, hicimos una campaña de financiamiento colectivo y eso fue muy emocionante también.
¿Qué hace cuando tiene bloqueos creativos?
Muchas veces me bloqueo cuando son pedidos muy específicos para un trabajo. Trato de pensar cómo hubiera resuelto ese dibujo si no fuera una ilustración por encargo. Cuando eso no funciona miro imágenes de otros artistas, o pido un consejo a algún colega. Mientras trabajaba en La mano del pintor y me bloqueaba le escribía a mi amigo José Sainz, que fue quien me acompañó durante todo el proceso del libro. Una vez estaba enredada en el final de un capítulo y no sabía cómo terminarlo y José me dijo: "Andá a dar una vuelta, comprate algo rico". Le hice caso y funcionó así que ahora trato de repetirlo cada vez que me bloqueo.
¿Qué es lo primero que hace cuando se despierta en las mañanas?
Después de desayunar hago todo lo que menos me gusta, como contestar correos, trámites, todas esas cosas que hay que hacer en la computadora. Trato de hacer primero eso, así me queda el resto del día despejado y puedo dedicarme a dibujar.
¿Cómo se ve su espacio de trabajo?
Actualmente no tengo taller. Trabajo a la mañana en mi casa y por la tarde voy siempre a dibujar al mismo café. Hace algunos años que elijo ir a dibujar a bares en lugar de estar sola en un taller. Me resulta más divertido, me gusta escuchar las conversaciones de las demás mesas, encontrarme con otros amigos que dibujan. Como trabajo en formatos pequeños puedo dibujar en cualquier lado, todo lo que necesito entra en un bolso chiquito. Muchas veces voy también a bibliotecas o a museos.
¿Cómo son las meriendas de ilustración? ¿Cómo encuentra inspiración en otras personas o en espacios como estos?
Empecé a hacer Merienda Dibujo hace varios años, cuando trabajaba sola en un taller chiquito y me aburría mucho. Una vez por semana invitaba a alguien a dibujar y me di cuenta de que esos días los dibujos salían mejor, que mientras charlaba no pensaba tanto cada movimiento de la mano y el resultado me gustaba más. También me gustaba ver qué materiales usaban otras personas, cómo empezaban sus dibujos. Creo que esos encuentros me ayudaron a descubrir que disfruto dibujado en compañía. Después dejé de organizarlos porque ya se fueron volviendo más naturales. Ahora tengo muchos amigos que dibujan y a veces nos encontramos en el café sin planearlo.
¿Cuál es su gran miedo?
Amalia Andrade hizo la misma pregunta para su más reciente libro y nos pidió a varios dibujantes que contáramos nuestro miedo. A mí me asusta perder la vista y tener que conocer los museos a través de la voz de la guía.
Dibuja mucho cuando está en museos, hábleme de eso…
Ahora puede que parezca raro, pero antes era una práctica muy común, se dibujaba en los museos para aprender de los grandes maestros. Yo disfruto mucho haciéndolo porque siento que cuando dibujo entiendo mejor lo que estoy mirando. La editorial colombiana La Silueta va a publicar ahora Prendieron la luz del museo para mí, una de las libretas que uso en estas visitas a los museos.
¿Cuál es la importancia que tienen los festivales y los viajes para su obra? ¿Le gusta estar en ese movimiento y trabajar en espacios diferentes?
Es genial poder participar de festivales como Entreviñetas, te permite conocer un montón de autores de distintas procedencias, saber cómo trabajan y toda esa información se queda dando vueltas en tu cabeza una vez que volvés a tu casa y a tu vida normal. Siempre es muy estimulante y después eso se nota en los dibujos.
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