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La importancia de aprender a parar

La importancia de aprender a parar

Ilustración

¿Cómo llevar la relación tóxica entre bienestar y productividad? Esta conversación con la psicoterapeuta Natalia Sánchez nos invita a relacionarnos con las prácticas de cuidado como un ejercicio propio y no como una parte del trabajo.

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Hace unos días, el medio AJ+ publicó un video en el que se iban de frente y con toda la acidez del caso contra ese discurso de los medios, la publicidad y la cultura laboral que tanto celebra el bienestar por su capacidad para volvernos más productivos. Y aunque uno podría decir: qué exageración, a quién se le ocurre que hay algo malo en que nos animen a relajarnos y a meditar si nos ayuda a trabajar mejor. El alcance y la frecuencia son tales que uno podría sospechar, ¿desde cuándo se volvió tan importante para los medios y las empresas animarnos a estar bien?

Basta con dar una vuelta por su red social de preferencia para encontrar cualquier cantidad de contenido enfocado en subrayar, por ejemplo, que el yoga, la meditación, el mindfulness y el tai-chi, entre otras prácticas, aumentan nuestra concentración, nuestra memoria de trabajo, nuestras habilidades blandas, o reducen la probabilidad de que nos quememos, deprimamos o durmamos mal. 

“La ciencia ha chequeado que todas estas prácticas impactan favorablemente la concentración, la memoria de trabajo y el rendimiento, porque hay que prestarle atención al cuerpo”, me dice Natalia Sánchez, psicoterapeuta Gestalt. Quise hablar con ella, pues además de su formación en psicología tradicional ha seguido por años terapias y prácticas alternativas, espirituales y de meditación, tanto en su rutina como en retiros. “Nos calma, nos relaja, nos ayuda a concentrarnos, son todas cosas que invitan a un estado de mayor presencia y a tener espacios para la pausa, la creación. Hacen que esa batería que estaba a punto de explotar se recargue y puedas hacer mejor lo que tenías que hacer. Cuando el cuerpo se relaja y está presente es capaz de ofrecer mucho más.”

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Lo paradójico es que lo que potencia estas prácticas parece ser lo mínimo para trabajar: estar presente, concentrado, con solo un par de cosas en mente a la vez, tranquilo y aplomado. Si no se trabaja así es porque la cultura laboral (que va de nuestros valores respecto al trabajo hasta las costumbres y facilidades de una empresa) nos mantiene ansiosos, problema especialmente cierto para las economías creativas como bien recoge en su libro Frágiles: cartas sobre la ansiedad y la esperanza, de Remedios Zafra. Faltos de contratos, volcados a la flexibilidad y la “colaboración”, es fácil caer en la ansiedad de la precariedad porque terminamos por creer que tenemos que decir que sí a cada proyecto que nos ofrecen, correr la milla extra, “aprovechar” el tiempo que nos queda de ocio porque nos está yendo bien… y no hacerlo, supuestamente, sería un acto de ingratitud, una falta de visión, una torpeza.

“La productividad se nos convierte muy fácil en una preocupación complicada”, me dice Natalia Sánchez cuando le pregunto por esto. “Como cultura somos muy dados a no dejar espacios para el no-hacer. Estar dando resultados todo el tiempo genera ansiedad y aprender a considerar que eres lo que has hecho y lo que tienes para mostrar, termina por adherirte el autoestima a esa idea de ti que construyes desde la productividad. Un caso icónico de los efectos de esta asociación es el síndrome del impostor.”

El mayor absurdo es que una de las sensaciones características del Síndrome del impostor, no haber hecho suficiente, se está volviendo característica también de nuestra relación con el bienestar y las prácticas que se supone nos ayudarían a conseguirlo. En un artículo publicado en The Atlantic, la periodista Sophie Gilbert ofrece una perspectiva profusamente documentada de todo este asunto a partir de su lectura de un libro recientemente publicado sobre el tema, The Gospel of Wellness de Rina Raphael. Gilbert anota que la pujante industria (el creciente mercado) que se alimenta de nuestro malestar físico y emocional, efectivamente apunta en la dirección adecuada: nos lleva hacia cosas que nos pueden ayudar, pero lejos de ofrecernos una cura, nos impone un sentido de responsabilidad similar al de cualquier tarea laboral. Sensaciones y apuntes muy similares a los que el escritor David Jiménez identifica en su relación con el insomnio (el malestar del cansancio y la improductividad a la que conduce) en su ensayo El mal dormir.

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Además, hay tanto por hacer: comprar un mejor colchón, acostarnos más temprano, inscribirnos en una academia de yoga, ir al gimnasio, leer antes de dormir en cambio de ver TikTok hasta la madrugada, comer más antioxidantes, hacer una pausa activa para estirar o corregir la postura, y todo esto sin hablar del desbordamiento que implica duplicar las opciones como sucede, por citar el ejemplo icónico que ofrece Gilbert, en la maternidad. Y tal vez sí deberíamos hacer una parte de esas cosas, pero hay una injusticia y algo engañoso en sentirnos los responsables de un bienestar que nos corresponde construir, pero la cultura laboral nos impele a sentir que es nuestra responsabilidad o que el sentido de hacerlo es producir mejor

Quizás habría que intentar, genuinamente, “aprender a parar”, como me dice Natalia Sánchez. “Por exceso de trabajo tuve un burnout con brote psicótico, así que tuve que aprender esto a las malas. Nadie me había enseñado a estar conmigo, a procesar una emoción, a sentir una emoción. Y al comienzo era muy angustiante. Pero estas prácticas generan un alivio al plantear que, más allá de lo que estás sintiendo, no eres tus emociones. Las emociones son respuestas fisiológicas al ambiente en el que estás, son parte de tu cuerpo. Eso está bien, y estas prácticas te dan tiempo para dejarlo ser, expresarse, observarlo y estar ahí.” 

Cuando le pregunto si ella siente que ha funcionado ese aprender a parar, Natalia se toma un minuto para pensar. “Yo ahora resueno mucho más que nunca con estar en calma y en silencio. La ansiedad ya no es algo que haga parte de mi vida día a día, y es porque pude contactar con un silencio interior en el que me siento en paz conmigo misma. Por eso creo que vale la pena recuperar el sentido original, o un sentido más cercano al original de prácticas como la meditación, el yoga y los retiros: algo que tiene que ver con estar contigo, no creerte todo lo que te dices y te hace sentir ansiedad, darle un espacio a las cosas para asentar y pasar, incluso si al principio es difícil y poco intuitivo. Yo creo que vale mucho la pena. Ahora duermo todas las noches tranquila y deliciosamente, aunque me pasen cosas y tenga problemas todos los días como todo el mundo.”

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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

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