Un siglo de protesta social en Colombia
Las causas, los escenarios y las formas de la protesta varían de un episodio a otro. Sin embargo, la inconformidad ciudadana ha sido tan constante en la historia de Colombia como la fuerza excesiva para reprimir las manifestaciones. Este breve repaso histórico nos muestra el paro actual en perspectiva.
levamos más de un mes de paro nacional. Aunque algunos piensan que un fenómeno como este es inédito en la historia colombiana, lo cierto es que desde que el país existe, nunca han faltado motivos para protestar, movimientos sociales que se han manifestado y gobiernos que han tratado de enfrentar, por la razón o por la fuerza, el descontento popular.
Para rastrear esta genealogía, podríamos remontarnos hasta los tiempos de la Colonia, cuando las rebeliones esclavas eran frecuentes y se combatían aplastándolas por la fuerza, o cuando los hombres y mujeres secuestrados de África se negaban a trabajar o entraban en operación tortuga con tal de no complacer a sus impuestos amos. También podemos recordar la multitudinaria marcha de los miles de Comuneros del Socorro, quienes en 1781 caminaron desde lo que después sería Santander hasta las goteras de Santafé, protestando contra los impuestos al tabaco y el aguardiente (las bases de su sustento) y que, a pesar de no pedir la independencia, pusieron en jaque a las autoridades de la Corona española en el Nuevo Reino de Granada. Incluso se puede posar la mirada en el primer siglo de la república independiente, cuando el país padeció numerosos levantamientos que usualmente terminaban en guerras civiles impulsadas por caudillos políticos y militares, que se oponían a reformas del gobierno, como la abolición de la esclavitud, la libertad de comercio y la educación laica, o se lanzaban a dirimir por las armas el resultado de una elección muy disputada.
Sin embargo, es en el siglo XX cuando toma forma y gana frecuencia la figura del paro, la marcha y la protesta en el país. En este artículo veremos algunos ejemplos de estas acciones, sobre todo en las ciudades, donde el paro ha sido más visible y ha impactado más la conciencia nacional, a pesar de que no se puede negar que en los campos del país la protesta y rebeldía también tiene una larga historia, con movimientos indígenas y campesinos largos de enumerar.
Los sastres y las hilanderas
(Bogotá, 1919 y Medellín, 1920)
Las ropas, telas y tejidos fueron el sector que más impulso le dio a la tecnificación industrial del siglo XIX. Por eso no es extraño que a comienzos del siglo XX este gremio fuera muy activo en el país, desde los pequeños sastres hasta las nacientes empresas textiles. Precisamente, de este medio vinieron algunas de las protestas más sonadas de este período. Por ejemplo, los sastres de Bogotá organizaron una enorme marcha el 16 de marzo de 1919 para oponerse a la decisión del presidente Marco Fidel Suárez de importar uniformes nuevos para el Ejército, que ese año festejaría con gran pompa el centenario de la Batalla de Boyacá el 7 de agosto. Los más de cuatro mil manifestantes se dirigieron al Palacio de la Carrera gritando consignas y pidiendo que toda esa lana se quedara en el país, en lugar de dársela a modistas extranjeras. El presidente aseguró a gritos que el decreto había sido derogado el día anterior, pero los manifestantes no lo oyeron (o no lo quisieron oír) y siguieron lanzando insultos acompañados de piedras al Palacio de la Carrera. Ante la furia popular y la mirada de Suárez, la guardia presidencial abrió fuego contra la multitud y se calcula que 20 de los manifestantes cayeron muertos, cientos fueron heridos. Ese día, los viejos uniformes del Ejército se mancharon con la sangre de los trabajadores de la capital.
Un destino menos nefasto tuvo el pliego de peticiones de las trabajadoras de la Fábrica de Tejidos de Bello, en Antioquia, quienes iniciaron el 12 de febrero de 1920 una huelga que duró 21 días. Bajo la dirección de Betsabé Espinal, entre otras lideresas, las trabajadoras exigieron la reducción de las horas de trabajo (que podían llegar a pasar de 12 al día), un aumento salarial y el despido de los patrones y supervisores acusados de acoso y abuso sexual contra las empleadas. En este caso la comunicación no fue bloqueada por disparos o gritos que caían en el vacío. Después de la paralización de más de 500 trabajadores, la solidaridad de diversos sectores de la ciudad y de un amplio cubrimiento en la prensa local, las directivas de la fábrica negociaron y aprobaron varias de las peticiones del paro, con la mediación del arzobispo de Medellín. Aunque esta huelga particular se resolvió, todavía quedaría mucha tela para cortar en la historia de las reivindicaciones laborales en Colombia.
Huelga y masacre de las bananeras
(Región del Magdalena, 1928)
De las pocas huelgas que se recuerdan en la memoria nacional, la más resonante ha sido la de los trabajadores del banano en la región del Magdalena, sobre todo por la representación literaria que de ella hizo García Márquez en Cien años de soledad. La huelga real empezó el 11 de noviembre de 1928 después de varias semanas de discusiones y preparaciones, en las que también estuvieron líderes del Partido Socialista Revolucionario venidos del interior del país, y que ya habían asesorado y organizado huelgas entre los trabajadores del petróleo de la Tropical Oil Company en las riberas del río Magdalena. Los trabajadores del banano eran más numerosos que los petroleros y estaban en una situación aún más precaria pues ni siquiera tenían un contrato laboral con la empresa United Fruit Company. Los diversos agravios que había contra la empresa gringa en toda la zona bananera hicieron que más de 30.000 hombre y mujeres participaran de una manera u otra en la huelga. A pesar de que se adelantaron algunas reuniones entre los líderes del paro y la empresa, la posición del gobierno fue encargar el control de la situación al Ministerio de Guerra y al general Carlos Cortés Vargas, quien decidió desbloquear la protesta a bala tres semanas después de su inicio. El 5 de diciembre se aprueba un decreto que declara el estado de sitio en la Provincia de Santa Marta y prohíbe todo tipo de reuniones de más de tres personas.
El resto es conocido: la manifestación de trabajadores reunidos en Ciénaga no se dispersa y el general Cortés Vargas ordena que le disparen con tres ametralladoras. Según el gobierno esa noche hubo nueve muertos, pero según el embajador de Estados Unidos pudieron pasar de mil. Además, la zona bananera estuvo bajo censura de prensa y gobierno militar durante los siguientes tres meses, durante los cuales se siguieron apresando, enjuiciando y desapareciendo a los participantes de la huelga.
Como también es sabido, el representante que más hizo por denunciar esta represión fue el liberal Jorge Eliécer Gaitán, quien veinte años después sería asesinado en las calles de Bogotá. Este magnicidio desató una serie de levantamientos y manifestaciones violentas entre todos los simpatizantes gaitanistas del país que culpaban al gobierno conservador al culpable de la muerte de su líder. Aunque ese día se conoce como el Bogotazo, las protestas espontáneas del 9 de abril de 1948 no se limitaron a los límites de la capital, pues se cuentan por docenas los desmanes y enfrentamientos que se dieron en todo el territorio. También por docenas se cuentan los días que tardaron en calmarse las cosas en muchos municipios del país. Aunque, la verdad, las cosas nunca se calmaron después de ese día, porque entonces empezaría una guerra que en muchos sentidos aún no ha terminado.
Los estudiantes, una larga historia
Además de los trabajadores organizados, otro sector que creció exponencialmente en el siglo XX fueron los estudiantes, quienes pasaron de salir de vez en cuando a las calles a exigir mejoras particulares en sus condiciones de enseñanza a principios de siglo, a convertirse en voceros de múltiples inconformidades sociales. Desde sus primeras apariciones públicas, los jóvenes han padecido en carne propia la fuerza de la represión. Uno de los primeros casos se dio en las protestas en Bogotá en junio de 1929 en contra de la “rosca” del gobierno conservador que llevaba casi medio siglo en el poder. En esa ocasión la marcha estudiantil fue recibida con disparos por parte de la Policía, y uno de sus líderes, Gonzalo Bravo Rojas, fue asesinado. ¿Y quién era el comandante de la Policía Nacional en ese momento? Nadie más que Carlos Cortés Vargas, el general que no solo no había sido castigado por sus acciones en la masacre de las bananeras, sino que había sido ascendido por el ministro de Guerra, Ignacio Rengifo.
No obstante, los estudiantes no desaparecieron de la escena después de estos reveses. Volvieron a manifestarse, y bastante, durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, entre 1953 y 1957. Y fueron ellos los protagonistas de las protestas del 9 de junio de 1954. El día anterior, unos policías que rondaban por los predios de la Universidad Nacional respondieron con disparos las rechiflas que les hicieron algunos estudiantes, asesinando al estudiante Uriel Gutiérrez. Esto provocó que el 9 de junio se congregara una gran manifestación que incluía estudiantes, trabajadores y ciudadanía en general, y que fue baleada en la carrera Séptima de Bogotá por soldados del Batallón Colombia que acababan de volver de la Guerra de Corea, curtidos en las lides de la sangre. Se dice que más de una docena de estudiantes cayeron ese día. La masacre de los estudiantes marcó el final de la popularidad de la dictadura de Rojas Pinilla, quien terminó saliendo del poder tras la movilización de sindicatos, Iglesia, industriales, estudiantes y partidos tradicionales en su contra, en mayo de 1957.
Las ciudades, los ciudadanos
(Del paro cívico de 1977 al posconflicto)
Durante los sesenta y setenta, los bandos de la protesta se fueron haciendo más radicales y lejanos a medida que la Guerra Fría entre soviéticos y norteamericanos se hacía más caliente en los países de América Latina y en Colombia se iba complicando la madeja de narcotráfico, guerrillas, paramilitares y corrupción gubernamental que ha marcado los últimos cincuenta años de nuestra historia. La promesa de apertura democrática que se vislumbró con el final del gobierno del Frente Nacional en 1974, rápidamente se nubló cuando el gobierno de Alfonso López Michelsen demostró que, en lugar de fortalecer el Estado de Bienestar para los trabajadores de Colombia, iba a acelerar las reformas neoliberales que se ordenaban desde Washington a toda América Latina. La respuesta de las centrales obreras fue la convocatoria al Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977, que se cuenta como uno de los más intensos que se haya vivido en las ciudades del país. Ese día abundaron los bloqueos, saqueos y enfrentamientos, sobre todo en los barrios más humildes de las principales ciudades. Se calcula en más de treinta los muertos y en miles los heridos y detenidos que dejó este paro veloz y violento que golpeó al país como un rayo.
Después de ese momento, las fuerzas del orden se dedicaron cada vez más a presentar la penetración comunista como un peligro que se debía combatir sin medir las consecuencias. Fue así como sindicatos, estudiantes, partidos de izquierda y otros grupos civiles se vieron perseguidos legalmente por políticas gubernamentales como el Estatuto de Seguridad del presidente Julio César Turbay, o ilegalmente por grupos paramilitares. Tampoco ayudó al movimiento social la presencia de las guerrillas comunistas que en más de una ocasión quisieron infiltrar la protestas para usarla como ariete de sus propios objetivos políticos. Y cuando el movimiento social no tenía nada que ver con la guerrilla y hasta se oponía a ella, igual era acusado de servir a las guerrillas o ser financiado por poderes internacionales, para desestimar sus reclamos y estigmatizarlo ante los ojos de la opinión pública o, peor, de los grupos paramilitares. Desde la década de los setenta hasta hoy se han registrado más de 25.000 protestas, según el Centro de Investigación y Educación Popular de Colombia, y en muchas de ellas se ha vuelto a desprestigiar la movilización social como máscara de la guerrilla y del comunismo. Incluso hoy se sigue haciendo, casi cinco años después de la desmovilización de las Farc y treinta años después de la caída de la Unión Soviética.
Primeros años del nuevo siglo
(Del nacimiento del Esmad al Plebiscito)
En los últimos 20 años las protestas y manifestaciones se han renovado, así como también lo han hecho las estrategias de reacción de los gobiernos. En el caso colombiano, la creación del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) en 1999 pareció responder a una tendencia global de fortalecimiento de la contención policial frente a los movimientos antiglobalización. Pero también el paro se ha renovado: la mayoría de ellos ahora se convocan por redes sociales digitales o han sido videos y noticias que circulan por internet las que han desencadenado la inconformidad multitudinaria. Esto ha hecho que se ven cada vez paros y protestas que nacen con más rapidez y llegan a más personas. Por ejemplo, a comienzos de 2008 un grupo de Facebook empezó la convocatoria a una manifestación contra las Farc y esta iniciativa tomó unas proporciones enormes cuando el propio gobierno de Álvaro Uribe y diversos empresarios y celebridades se unieron a la causa. La congregación Un millón de voces contra las FARC, del 4 de febrero de ese año, reunió varias veces la cifra propuesta en un inicio en varias ciudades del país y del extranjero y se mantiene como un hito en la historia reciente del país por el tamaño de su convocatoria y por ser un raro ejemplo de manifestación de respaldo al gobierno de turno. No obstante, este apoyo no impidió que a lo largo del mismo año se oyeran muchas otras voces contra el gobierno uribista en las marchas en homenaje a las víctimas del paramilitarismo, del 8 de marzo, o en la violenta reacción que se dio ante la decisión gubernamental de cerrar firmas captadoras de dinero como DMG, entre otras, y que lanzó a miles de “ahorradores” a las calles nuevamente en noviembre de 2008.
Los dos períodos del presidente Juan Manuel Santos se vieron igualmente marcados por la inconformidad social. En octubre y noviembre de 2011 lo recibieron los estudiantes que se oponían a una reforma a la Ley 30, que regula la educación superior en el país. Después de un par de meses de negociaciones y manifestaciones estudiantiles, se retiró el proyecto. Pero al poco tiempo el país volvió a paralizarse ante la movilización de más de 200.000 campesinos en agosto de 2013 que bloquearon, marcharon y cacerolearon para pedir protección del gobierno ante la ruina del campo y las consecuencias del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Como respuesta, Santos pronunció la famosa frase “el tal paro nacional agrario no existe”, uno de los ejemplos más recordados de aparente indiferencia gubernamental ante peticiones ciudadanas. Y como para que esta vez el presidente no fuera a negar la existencia del paro, los conductores de la Cruzada Camionera se hicieron sentir por 45 días entre junio y julio de 2016 hasta sentar al gobierno y hacerlo aceptar varias de sus peticiones, en el que ha sido uno de los paros más largos de la historia reciente del país. Hacia el final de ese 2016, tan lleno de altibajos políticos y sociales, las calles de las principales ciudades del país se llenaron nuevamente de marchantes, esta vez en apoyo al proceso de paz adelantado por Santos, que salieron a respaldar durante varias semanas el acuerdo logrado en La Habana y que había perdido por estrecho margen el plebiscito del 2 de octubre.
Del 21N al 28A
(Los últimos años)
Después de la desmovilización del ejército de las Farc y el regreso del uribismo a la Casa de Nariño, Iván Duque se vio enfrentado a una nueva era de la protesta ciudadana en Colombia. Pocos meses después de su posesión, los estudiantes promovieron un paro nacional universitario entre el 10 de octubre y el 16 de diciembre de 2018. En esta ocasión se logró levantar el bloqueo con un acuerdo que incluía la promesa de invertir 4,5 billones de pesos en educación y el respeto de la autonomía universitaria. Sin embargo, un año después no se había cumplido buena parte de lo prometido y los estudiantes volvieron a las calles. En esa ocasión, el espiral de la protestas se intensificó con rapidez pues, en lugar de propiciar un diálogo exitoso que resolviera las inquietudes, la represión del Esmad alebrestó los ánimos al dispersar por la fuerza varias concentraciones urbanas en esas semanas, hasta llegar a causar la muerte del joven Dilan Cruz, el 25 de noviembre de 2019, quien rápidamente se convirtió en el símbolo de la protesta. También fue por abusos de la Fuerza Pública que en septiembre de 2020 la ciudadanía salió a las calles a protestar por el homicidio de Javier Ordóñez, quien fue agredido y torturado por miembros de la Policía frente a las cámaras de los celulares de transeúntes del barrio Villa Luz, en Bogotá. Tras conocerse estos videos, y apenas unas semanas después de hacerse virales las protestas en Estados Unidos por la muerte de George Floyd, las manifestaciones se diseminaron por todo el país durante casi un mes. En ese momento las protestas se apaciguaron sin haberse resuelto completamente, pero pronto volverían a estallar.
Finalmente, el 28 de abril de 2020 se convocó una nueva movilización ciudadana en contra de la llegada de una nueva reforma tributaria. Sin embargo, los reclamos iniciales fueron cambiando con los días hacerse evidente que esta vez los protestantes tenían diversas razones superpuestas para salir a las calles: una profunda crisis económica producida por la pandemia de Covid-19 y poco remediada por el gobierno, grandes segmentos de la población sin perspectivas de un futuro laboral o estudiantil y, nuevamente, la brutalidad policiaca que parece incendiar de nuevo la rabia de los manifestantes con cada nueva víctima mortal de los enfrentamientos. Y si algo ha demostrado la historia que hemos repasado aquí, es que la tradición colombiana de represión de la protesta no ha podido apaciguar por completo un paro que nunca ha parado del todo.
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