Penes y desastres de Rodrigo la Hoz
“No fue difícil conseguir 120 donantes para estos retratos. El dickpic funciona como moneda corriente en las interacciones gay:
quiero que guardes fotos de mis genitales en tu teléfono. Es gracioso, es pervertido, es liberador”.
Elementos masturbatorios
Verga, pene, miembro, falo, herramienta, chimbo, fierro, machete o polla. Los hay cabezones, con las venas como ríos caudalosos, pequeños y maravillosos, gruesos inolvidables, o con alma propia, que siempre miran a la derecha o a la izquierda.
Esa diversidad en tamaños, formas y colores del pene es una de las obsesiones de Rodrigo la Hoz, un historietista, artista y escritor peruano que, en compañía de su colega Andrés Miró Quesada, capturó 120 vergas para convertirlas en dibujo. Ambos invitaron a sus amigos a que les enviaran una dickpic, les escribieron a usuarios de redes sociales como Grindr, y, así, hicieron dibujos en tinta china en la posición, tamaño y postura exactas que proponían las fotos. No sé sabe quiénes son los dueños. Estos 120 penes son penes anónimos.
“La idea fue utilizar el pene de la misma manera en la que se usan los órganos sexuales femeninos en la cultura: lo cosificamos. El pene siempre ha sido un símbolo de algo gigante que representa todo lo macho. Pero los penes no son así. Quisimos tomarlo desde un punto de vista gay: los penes como elementos masturbatorios. Algunos parecen estar muertos, unos son grandes, otros son chicos, pero todos son diferentes”, dice.
Rodrigo tiene un tatuaje de un pene en el dedo.
Más allá de la exposición, La Hoz y Quesada esperaban que la muestra provocara la ira de “las señoras miraflorinas”, famosas por cerrar muestras de arte con su alharaca. Las mujeres al final no fueron y la muestra “Amateur” siguió su curso tranquilo en el Centro Cultural Ricardo Palma de Lima a finales de 2016. “Hubiera sido una excelente publicidad, pero no funcionó lamentablemente, a nadie le ofendió”, resopla La Hoz.
Lo que sí fue memorable fueron las notas de los visitantes escritas en el cuaderno de la muestra en el que encontraron de todo: los indignados con “no puedo creer que les den espacio a esta sarta de maricones para que hagan este tipo de cosas”, los penosos que decían “qué vergüenza”, otros que hablaban de religión, y otros que escribieron afectuosamente “amé todos los penes”.
“Este iconostasio de penes circunscritos al círculo invisible de un peephole voyerista o un tondo del renacimiento, es nuestro modesto altar al mero centro tonto del homoerotismo”, reza el texto curatorial de la exposición.
Del lienzo a la viñeta
Cuando era pequeño, a Rodrigo le encantaban Mafalda y el Pato Donald, y, a la vez, odiaba a Condorito porque sus chistes le parecían sexistas. Aunque siempre dibujó, pensó que para ser artista tenía que estudiar pintura, pero ni entendió ni le gustó la academia, por lo que no terminó la carrera.
No fue sino hasta cuando tuvo veinticinco años que retomó el cómic porque consideraba que el óleo y el acrílico eran materiales caros y tóxicos –ahora solo trabaja con tinta china y tempera blanca–, y sentía mucha presión a la hora de crear. Además, lo impresionó darse cuenta de que, en el cómic, cada viñeta puede soportar el peso de la otra, mientras que un cuadro no puede hacer eso, es solo una imagen estática, y eso lo perturbaba. Chris Ware y Charles Burns han sido grandes influencias para él.
Así fue como se entregó al marcador –él le dice rotulador– y a las viñetas para contar historias. Ha colaborado en revistas como Kovra, Carboncito, Dedomedio y Larva. En 2010 publicó la novela gráfica Islas, con la que ganó el Primer Premio Librería Contracultura, y en 2015, Estética Unisex, publicada por la editorial peruana Pictorama, cómic que fue nominado al Premio Luces de El Comercio. Este año lanzó la edición colombiana de esta última con el sello editorial Cohete Cómics en el marco del Festival Entreviñetas.
Independientemente de que publique en Perú o en la Conchinchina, no le gusta cambiar el lenguaje de su novela a un español neutro. En sus cómics aparecen palabras como “calata”, que significa desnudo, o “poto”, que significa culo, que permanecen intactas en boca de sus personajes porque confía en su trazo y en el lector.
En su proceso, La Hoz siempre parte de un papel y un marcador –dice que le gustan estos materiales porque son baratos y no le duele dañar una pieza–, luego escanea las viñetas en el computador, las limpia, mutila, transforma o elimina dependiendo del arco de la historia. El peruano es tan meticuloso con el ritmo, el lenguaje y los giros en sus obras que le tomó tres años acabar Estética unisex.
Una característica de las novelas gráficas y cómics de Rodrigo la Hoz es que él no planea las historias. Comienza con una premisa, piensa en las primeras escenas y decide qué sería lo más interesante que podría pasar después de una u otra acción.
Si en el relato han pasado muchas cosas en un montón de viñetas chiquititas, le da una pausa a la narración con una página entera en negro o en blanco: el lector descansa y le permite a La Hoz jugar con el suspenso y el ritmo de la historia.
Aunque cada una de sus creaciones parte de imágenes y escenas que ve en la calle o que eyacula en su cabeza, hay obsesiones que, como un corazón, laten en sus historias. La biología, la reproducción, la religión, el desastre y el sexo son pulsos que aparecen entre viñeta y viñeta.
“Las religiones son como desastres naturales”
Los desastres naturales en sus cómics actúan como metáforas de las crisis de sus personajes. En el caso de Estética unisex, Socorro sobrevive a un tsunami en Japón mientras, al otro lado del mundo, su nieta Gema descubre que su abuela hace parte de una secta nudista. Y esta obsesión no es fortuita, el psicólogo de Rodrigo lo sabe.
Cuando era pequeño, vivió un temblor que lo aterró. Luego, cuando ocurrió la catástrofe nuclear de Chernóbil, en 1986, sus hermanos lo torturaron diciéndole que la nube radiactiva iba a llegar a Lima y que se les iba a caer la piel. “Me quedé varios meses pensando que no quería hacer nada si todos nos íbamos a morir”.
Sus personajes no solo están a merced de la naturaleza: en sus historias se mencionan iglesias, cultos y otras sectas que parten de una fascinación que tiene el autor por la religión, a pesar de ser ateo. “Me encantaría sentir que hay algo después de la muerte o que hay alguien que me cuida y que está flotando por ahí. Me interesa cómo las personas utilizan la religión para sentirse seguras o engañadas. Las religiones son como desastres naturales”, afirma. Rodrigo la Hoz colecciona imágenes del corazón de Jesús en 3D o que tengan lucecitas.
Tres consejos de Rodrigo la Hoz para contar historias en viñetas
1. Dice Rodrigo que lo primero es decidir lo que se quiere dibujar, y a partir de eso crear una historia. Es más difícil pensar solo en el relato y luego intentar traducirlo al lenguaje cómic. El resultado final puede ser una idea que parece buena pero que visualmente no funciona, que es aburrida.
2. Si va a escribir “manzana”, no dibuje una manzana.
3. Piense en escenas e imágenes que atrapen al lector. Si dos tercios del cómic son cabezas parlantes, no pasa nada. Sin embargo, si el texto va a ser lo importante y no va a tener escenas o imágenes memorables, puede dejar de lado la idea de que sea un cómic y más bien escribir una ficción tradicional.
Si quiere ver la muestra “Amateur” de Rodrigo la Hoz, quien está en el país como invitado del Festival Entreviñetas, vaya a Casa Rat Trap (Calle 61a # 17-26) este domingo 24 de septiembre.
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