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Un fotografo de largo aliento

Un fotografo de largo aliento

Así mira el ojo de Stephen Ferry.

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obre la carrera Quinta del barrio La Macarena, en Bogotá, un gringo alto y fornido camina con pasos amplios sobre la acera mientras se fuma un cigarrillo. Tiene una boina y una cámara analógica lista para disparar. Llega a una puerta café justo antes de que se acabe la esquina que colinda con la calle 26C. El lugar es Ojo Rojo Fábrica Visual, un espacio creado por él y otros fotógrafos con el fin de realizar exposiciones y charlas con creativos audiovisuales. Saluda con un apretón de manos y unas palmadas en la espalda a un periodista que recién llegó de La Habana, Cuba. “¿Cómo está todo por allá?”, pregunta Ferry en un español casi perfecto; “está movido”, responde el reportero con una mirada pícara. Ferry da la última bocanada al cigarrillo y entra a Ojo Rojo.

Stephen Ferry tiene 56 años. Llegó por primera vez a Colombia en 1995 invitado por la Fundación Gabriel García Márquez para dictar unos talleres de fotografía periodística. Su imagen del país era muy distinta a la de ahora: “tenía un concepto muy simplista, que es el que circula en el mundo, y es que el conflicto colombiano era un problema del narcotráfico y en realidad es mucho más complejo que eso”. Ferry está radicado en Bogotá desde el año 2000 y viaja a Estado Unidos tres o cuatro veces al año y al resto del mundo cada vez que tiene encargos.

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A lo largo de década y media, Stephen ha fotografiado cada ángulo de la guerra colombiana desde la mirada del Ejército, las guerrillas, los paramilitares y las víctimas. Como resultado de ese trabajo publicó el libro Violentología en el que, además de las poderosas imágenes, hace un recuento histórico del conflicto colombiano. Esta obra fue fabricada en las imprentas del periódico El Espectador como un acto de resistencia, no solo al auge de lo digital sino al aprecio de los libros como algo artístico.

“En Colombia hay una gente extraordinaria en un contexto en el que ser un activista o tratar de buscar justicia social, es peligroso. Yo me siento cómodo en cierto sentido en Colombia a pesar de estas brutalidades, tristezas y acciones aberrantes que se han dado en el conflicto precisamente por eso: porque la sociedad civil tiene a gente muy capaz y que actúa con sentido del humor”, dice el fotógrafo.

El amor es más fuerte que las bombas es una película de ficción sobre la fotógrafa de guerra Isabelle Reed y cómo el ejercicio de su profesión hace que su relación con su entorno y su familia sea un campo de batalla entre las distancias geográficas y las emocionales. Ferry no ha visto la cinta, pero entiende el punto: cómo se reconcilia él con su vida normal (el Stephen que toma cerveza, va al cine y camina por el parque) con el que se convierte en una sombra en medio de la guerra y toma fotografías que le cuentan al mundo lo que las palabras no alcanzan a expresar. “Es bastante difícil desconectarse del lugar tanto física como mentalmente si uno está pasando situaciones muy intensas y perturbadoras. El contraste cuando vuelvo a estar con mis amigos o salgo a comer es tremendo”.

Ferry ha cubierto la caída del comunismo en Europa del Este, el levantamiento de los islamistas radicales en África, el ataque a las Torres Gemelas en Estados Unidos y la destrucción de las selvas tropicales de Brasil, entre otros eventos que trascienden la noticia. Pedirle que hable sobre una atrocidad que lo haya marcado resulta inútil, en cambio sus ojos brillan al hablar de las memorias que lo reconfortan. A finales de los noventa, cuando se encontraba cubriendo las matanzas en Congo, la Cruz Roja llegó al lugar para atender a los heridos de los enfrentamientos; cuando decidieron retirarse debido a la difícil situación del territorio, Stephen recuerda que se subieron en la parte trasera de un camión y comenzaron a cantar. “Me hizo pensar en las riquezas culturales que tienen ellos para poder recurrir al canto colectivo como una forma de sanar. Me pareció muy hermoso”, dice conmovido.

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Stephen Ferry no se define como un reportero de guerra, a pesar de toda la violencia de la que ha sido testigo, sino como un fotógrafo de no ficción –aunque sea un pleonasmo dado que la fotografía en esencia es “no ficción”, una forma de capturar la realidad– porque, aunque sigue fotografiando encargos, se ha preocupado por desarrollar historias de largo aliento, sin prisas y sin depender de algún medio de comunicación para publicarlas.

En los noventa se dio cuenta de que le iba mucho mejor cuando pasaba bastante tiempo en un lugar. Entonces hizo un libro sobre Potosí (Bolivia) que mostraba el impacto sociocultural –aún siglos después de la invasión española– de la explotación minera por parte de los indígenas. Ferry pudo hacer varios viajes a Bolivia de hasta tres semanas gracias a las millas acumuladas que obtuvo de los recorridos pagados por agencias de prensa. Allí aprendió a acercarse a una comunidad y retratar su cosmogonía de una manera distinta al disparo ágil entre balas y bombas.

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“Es muy importante ser transparente, explicarle muy bien a la gente por qué se está ahí, hacerse entender y permitir que la gente te dé cuerda”, explica, haciendo alarde del buen provecho de su estadía en Colombia. Su código se basa en el respeto, en moverse sin que la gente esté pensando en él y en entender las dinámicas de los grupos para saber cuáles fotos son más interesantes para tomar y cuál es el mejor punto para ubicarse.

Un hombre moreno de pelo negro entra a la oficina y habla con Ferry. Es Carlos Villalón, un fotorreportero chileno radicado en Colombia, socio y amigo del estadounidense. Hablan sobre la charla que se hará más tarde en la casa audiovisual y Villalón sale del cuarto con una caja de postales en un brazo. “Con Villalón trasnochamos frecuentemente mirando fotos y ayudándonos cuando estamos trabajando en un libro o en un reportaje; la edición es una gran parte de mi vida laboral”, concluye Ferry.

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El interés de Stephen por América Latina no es gratuito: cuando tenía quince años fue a Isla Culebra, Puerto Rico, a trabajar en construcción durante un verano gracias al padre de un amigo. Este pedacito de tierra fue usado durante mucho tiempo como blanco de ejercicios militares de Estados Unidos; cuando había tormentas, Ferry podía ver estructuras abandonadas, como tanques enterrados en la playa. Nunca pudo olvidar esa imagen porque le pareció visualmente fascinante y lo llevó a interesarse por las intervenciones que su país hizo en tierras centroamericanas. “Entendí mucho de lo que pasaba en América Central por las imágenes de grandes fotógrafos que cubrían esas guerras, eso también me convocó y orientó de alguna forma”. Gracias a esta fijación, estudió Historia de América Latina en la Universidad de Brown.

Cuando era pequeño, Ferry vivió en Cambridge, una ciudad universitaria en la que las marchas y protestas contra la guerra en Vietnam, los conflictos raciales y la violencia eran el paisaje de cada ventana. “En esa época, la fotografía jugaba un papel muy importante en documentar y hacer que el gran público de Estados Unidos –que no estaba físicamente presente durante las marchas– supiera lo que estaba pasando, incluyéndome a mí”.

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Su primera cámara fue de segunda mano: una Fuji con opciones manuales con la que empezó a capturar a niños, calles y juguetes. Sus padres se la regalaron a los doce años y así comenzó a ir al laboratorio Ferranti-Dege en su barrio, donde aprendió a revelar e imprimir.

Sentado en una silla de cuero café en una oficina de su casa de la fotografía en Bogotá, Stephen se acomoda la boina y se levanta al oír el revuelo de los asistentes, que comenzaron a llegar a la charla. Él había quedado en ayudar a cargar las cervezas pero se le olvidó. Salgo un rato para tomar aire fresco y cuando intento entrar de nuevo, la puerta se atasca con el brazo de alguien. “¡Au!”, escucho al otro lado: a Ojo Rojo Fábrica Visual no le cabe más gente, hasta oír se hace imposible y Ferry se pierde tras bambalinas.

El trabajo de Stephen Ferry ha recibido numerosos premios y honores en World Press Photo, Picture of the Year y Best of Photojournalism, entre otros reconocimientos. En 2011 ganó el Tim Hetherington Grant, un galardón al periodismo visual enfocado en los derechos humanos. Ha recibido becas de National Geographic Expeditions Council, Ambassador’s Fund for Cultural Preservation, Fund for Investigative Journalism, Alicia Patterson Foundation, Howard Chapnick Fund, Knight International Press Fellowship, Getty Images, Open Society Institute y Magnum Foundation Emergency Fund.

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// Imágenes de Stephen Ferry //separador

Andrea Melo Tobón

Escribo, bailo y sostengo la cuchara con la nariz. He trabajado en la radio pública de Colombia, el portal En Órbita, Canal Trece y la casa bella, Bacánika. Desaprendo mañas y aprendo nuevas. Periodista en deconstrucción.

Escribo, bailo y sostengo la cuchara con la nariz. He trabajado en la radio pública de Colombia, el portal En Órbita, Canal Trece y la casa bella, Bacánika. Desaprendo mañas y aprendo nuevas. Periodista en deconstrucción.

Escribo, bailo y sostengo la cuchara con la nariz. He trabajado en la radio pública de Colombia, el portal En Órbita, Canal Trece y la casa bella, Bacánika. Desaprendo mañas y aprendo nuevas. Periodista en deconstrucción.

Escribo, bailo y sostengo la cuchara con la nariz. He trabajado en la radio pública de Colombia, el portal En Órbita, Canal Trece y la casa bella, Bacánika. Desaprendo mañas y aprendo nuevas. Periodista en deconstrucción.

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