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ser bisexual

Lo que odio de ser bisexual

Ilustración

Ni etapa, ni indecisión, ni promiscuidad: la bisexualidad es una orientación sexual que hay que liberar de prejuicios. Aquí una historia de esta orientación, tan social como íntima, escrita desde la rabia y el amor, a manos de una de nuestras autoras de la casa.

Desde que tengo recuerdos me he sentido atraída por mujeres y hombres. La primera vez que besé a alguien fue alguien de mi mismo sexo, ambas teníamos ocho años, era una amiga con la que solía jugar a las Barbies los fines de semana. Aunque no era algo que podía cambiar, un constante sentimiento de culpa me agobiaba: era acolita en la iglesia del barrio. La hija y nieta bien comportada que lograba cumplir cada exigencia que se le imponían. El desarrollo de mi sexualidad se hizo añicos en mi adolescencia, pues el miedo a decepcionar a mi familia mezclado con las ansias casi enfermizas de encajar, me llevaron a imponerme a mí misma la heterosexualidad. Incluso mi discurso sostenía comentarios homofóbicos y bifóbicos que hoy en día rechazo tajantemente.

Cuando confirmé lo que sabía —y sentía— desde mi niñez estaba en Líbido, un bar cutre de Medellín donde lo cochino y lo prohibido se encuentran. Era una casucha de paredes negras y baldosas mugrosas. Adentro, la música podía palparse, se enterraba en los tímpanos. Se repetía en bucle el mismo beat que se sincronizaba con las luces rojas, verdes y azules. Una mezcla de sensaciones tan intensa y agotadora que ni un cartón de Mareol podría controlar. 

Entre la extravagancia de los rostros maquillados y el techno, mis amigos rotaban cada tanto una botella de guaro. Comenzó a llover,  las gotas caían sobre el patio abierto ubicado en el centro de la casa. Bailaba como si nadie estuviera presente, solo yo y la música.  Una mujer pálida, de cabello largo, liso y negro me miraba desde una esquina. Cuando fui al baño, ella estaba en la fila de espera. Le sonreí y me sonrió de regreso, como si ambas tramáramos un plan sin hablar.

Al salir del baño, busqué un mueble para hacer una pausa. Ella llegó a los dos o tres minutos para sentarse a mi lado. Se presentó, se llamaba Camila, era de Bucaramanga y tenía 25 años. Hablamos brevemente casi gritando para poder escucharnos. En un abrir y cerrar de ojos estábamos besándonos, luego tocándonos.

Fue muy instintivo hacerlo, como un talento de nacimiento que había olvidado que tenía. Ella me agradeció, sinceramente aún no entiendo por qué. Solo le di un besito tierno y acomodé su cabello.

Esta es una de mis anécdotas personales más significativas, pues desde esa noche mi perspectiva sobre el sexo cambió. Es obvio, pero me he enamorado y he tenido deseo sexual por hombres, por lo que me considero bisexual y no lesbiana. Desde el 2020 hablo abiertamente sobre mi orientación sexual, pero debo admitir que tuve ciertos privilegios en el proceso. Cuando tuve seguridad sobre mi bisexualidad, primero lo hablé con mi círculo de amigos más cercano, del cual varios se identifican como homosexuales, por lo que lo tomaron con naturalidad. Con mi familia fue mejor de lo que esperaba. Se acoplaron fácilmente a la idea y no me vi en la obligación de explicar por qué tendría novia o novio.

***

Salir del clóset como persona bisexual parece un arma de doble filo: tanto heterosexuales como personas de la comunidad LGBTIQ+ sostienen —a pesar de lo retrógrado que suena— que la bisexualidad es una etapa de la adolescencia o de la adultez temprana. También ha sido nombrada numerosas veces como un paso para definirse como homosexual, más no como una orientación sexual igual de válida a la heterosexualidad u homosexualidad.

Compuesta por el prefijo “bi”, que significa dos, la bisexualidad es la atracción física, emocional o sexual hacia hombres y mujeres. El término ha mutado con los años, cambiando y perfilándose desde diversos significados según el contexto histórico y social, como lo hizo frente a la pansexualidad, orientación sexual que ha sido reconocida hace casi tres décadas, debido a los estigmas sobre la comunidad transexual, quienes sentían que la bisexualidad era binaria. 

Sería impreciso asegurar que siempre ha existido la bisexualidad, al menos bajo los criterios y libertades que tenemos en la actualidad. Y es que pronunciarse y definirse como bisexual es una autonomía heredada —y a veces subestimada— de las luchas y muertes de personas de la comunidad.
Tanto griegos como romanos no consideraban este tipo de relaciones con una profundidad sentimental, sino meramente formativa. Así lo planteó la clasicista Eva Cantarella en Según Natura: La bisexualidad en el mundo antiguo, donde narra la bisexualidad como un asunto más de dominación y pederastia.

“En Roma, el compañero pasivo de la relación, por lo menos según la regla, no era un muchacho libre, sino uno esclavo. (...) Imponer la propia voluntad, someter a todos, dominar el mundo: esta es la regla vital del romano. Y su ética sexual no era otra cosa que un aspecto de su ética política”, afirma Cantarella.

La actividad y pasividad regían la ética sexual de estas civilizaciones, pues tanto griegos como romanos eran paganos. El cuento dio un giro cuando estas prácticas sexuales pasaron a ser blanco de prejuicios cristianos, que las señalaron como pecado. 

Por su parte, el término hizo su aparición hacia 1869, cuando el médico irlandés Robert Bentley Todd la utilizó por primera vez para denominar la combinación de características biológicas de machos y hembras en un mismo ser, lo que hoy conocemos como intersexualidad —y antes como hermafroditismo—, como señala la historiadora Martha Robinson Rhodes en su artículo “A short history of the word ‘bisexuality’. El significado moderno de bisexualidad, que describe la atracción sexual y/o romántica en lugar de características sexuadas o de género, no se desarrolló hasta la década de 1910”, asegura Robinson.
Y fue en 1990 que la revista Anything That Moves de Estados Unidos publicó el Manifiesto Bisexual, en el que se declaraba la bisexualidad como “una identidad completa y fluida. No asuman que la bisexualidad es binaria o dual en su naturaleza: que tenemos dos lados o que debemos actuar simultáneamente con dos géneros para ser seres humanos completos. De hecho, no asuman que sólo hay dos géneros. No interpreten nuestra fluidez con confusión, irresponsabilidad o como una falta de compromiso. No equiparen la bisexualidad con promiscuidad, infidelidad o comportamientos sexuales poco seguros”.

***

Más allá de su significado, la bifobia suena como el rechazo o terror hacía un anfibio, un bicho raro, incluso entre las especies voceras de la diversidad. Y no busco culpar o satanizar a quienes juzgan la bisexualidad. He leído y escuchado sus razones, comprendo los criterios que componen sus argumentos, pero no me adhiero a que deban ser la regla. Menos desde mi posición como mujer bisexual. Pero de todas esas opiniones hay cosas que he terminado por odiar de mi orientación sexual, de la forma en que tantas personas la asumen y la piensan.

Lo primero que odio de ser bisexual es la fetichización. Esta dinámica generalmente es detonada por hombres heterosexuales, a la que a veces se unen sus parejas. Los hombres heterosexuales suelen suponer —muchos con más seguridad de la que deberían— que estar con una mujer bisexual es una puerta abierta a ser observador o participante de las relaciones lésbicas. Esta creencia está implantada desde la pornografía, en la que las relaciones sexuales sáficas son creadas bajo la mirada masculina. Nada más alejado de la realidad.

En segundo lugar estaría la falsa creencia de la promiscuidad ligada a la bisexualidad. Ser bisexual no es igual a sentir atracción sexual por todas las mujeres y hombres conocidos. Igualmente, no todas las interacciones sexuales de las personas bisexuales son esporádicas o casuales. De hecho, en la actualidad además de ser bisexual, también me considero demisexual, es decir, necesito de un vínculo afectivo más allá de la atracción física para sostener relaciones sexuales que me generen placer y comodidad. 

Lo tercero que odio se complementa directamente con mi segunda razón: la falta de confianza en las personas bisexuales como parejas. Esta problemática relacional se da principalmente con mujeres lesbianas —sin excluir a los hombres gays, así como los y las heterosexuales— ante futuras parejas bisexuales. Esta inseguridad suele surgir del temor al reemplazo o la infidelidad, pero bajo esta premisa solo nutre el estereotipo de que bisexualidad es igual a promiscuidad. Más que una afirmación, se debe cuestionar el encasillamiento de toda una orientación sexual solo por el miedo. Las personas bisexuales podemos ser fieles y sostener relaciones sanas y leales, con acuerdos y comunicación. 

Y por último está la invalidación de la bisexualidad como orientación sexual, eso que había mencionado algunas líneas antes. La bisexualidad suele ser reducida a dos comportamientos: como una tendencia colectiva pero pasajera en la vida de una persona, o como una etapa o fase previa a la homosexualidad. Entre las primeras personas a las que les conté abiertamente mi orientación sexual, estuvo una amiga cercana que no creía que fuera cierto, pues al no haber tenido una relación sexual ni sentimental con una mujer, se invalidaba automáticamente mi orientación y certeza sobre mi propia identidad.

La bisexualidad tomada como una etapa suele tener por explicación que varias mujeres lesbianas u hombres gays en un principio se definieron como bisexuales. En lo personal, no me incomoda que sea de esa forma, pues no es un proceso lineal ni fácil de contar. La orientación sexual no es un factor estático y por eso tampoco existe una forma ni una edad correcta para salir del clóset.

El problema subyace en la urgencia colectiva por categorizar, subestimando la bisexualidad como un paso a seguir dentro del camino homosexual, y no como una orientación sexual de la que se puede tener seguridad.

Aunque tengo presente lo que odio de ser bisexual, también reconozco la importancia de identificarme como tal. Las situaciones que resultan de los estereotipos construídos por la sociedad no deben ser un impedimento para amar a alguien, ni para expresar ese deseo. Es casi una obligación moral confrontar y tener conversaciones incómodas para derribar los prejuicios que rodean la sexualidad.

De ahí la importancia de tener referentes bisexuales como David Bowie, Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar o Lady Gaga. Es indispensable, pues han sido parte primordial de la historia contemporánea, y le han legado obras invaluables a la humanidad, confirmando que solo somos libres cuando logramos comprender y abrazar nuestros matices. Bien lo menciona La Agrado en Todo sobre mi madre, la película de Pedro Almodóvar: "Porque una es más auténtica, cuánto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”.

Mariana Martínez Ochoa

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

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