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El zombi, historia cultural de un monstruo incomprendido

El zombi, historia cultural de un monstruo incomprendido

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Probablemente no exista una criatura más fascinante para el terror contemporáneo que el zombi. Su rica historia cultural denota más de una verdad sobre Occidente que nos empeñamos en ocultar.

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No hay una criatura que simultáneamente inspire tanto desprecio y compasión como el zombi. Durante décadas la industria del entretenimiento nos ha bombardeado con cruentas historias en las que un puñado de sobrevivientes se enfrenta a una horda descerebrada de criaturas voraces, unitariamente inofensivas, pero profundamente peligrosas una vez que se organizan de manera gregaria. La mirada perdida, la piel macilenta, vísceras descubiertas y la piel en distintas etapas de putrefacción hacen de esta criatura del terror moderno el perfecto receptáculo para la crítica y el miedo, sirviendo como cáscaras vacías sobre las que se puede volcar todo tipo de sentido: de la crítica al capitalismo y la cultura consumista de los Estados Unidos, a la censura de la manipulación genética, la experimentación con animales y la paranoia biológica. 

Desde su primera representación en el cine hace cerca de un siglo, los zombis se han convertido en las criaturas favoritas para explorar lo sangriento, violento y tenebroso a manos de directores debutantes y nombres claves del género, con décadas de trayectoria establecida. Sin embargo, su historia es mucho anterior y guarda una compleja narrativa de invisibilización, racismo, imperialismo y genocidio. los zombis han sufrido el estigma y el rechazo, dentro y fuera de las pantallas y de los libros de cómics. Adentrarse en su historia es también entender cómo a veces los verdaderos monstruos no son estas criaturas, sino las personas que nos sentimos fascinados por su existencia. 

La Española, plantaciones y esclavismo

A inicios del siglo XVI las flotas de los Reyes Católicos habían arribado a las costas de una isla que llamaron La Española. Para 1697 La Española fue partida en dos partes, que se transformarían en estados soberanos en el siglo XIX y XX: a España le correspondió el territorio que es hoy República Dominicana, mientras que los franceses se quedaron con la tierra sobre la que se erige en la actualidad Haití, a la que llamaron Saint-Domingue. De todas partes de África occidental fueron arrancados los cuerpos de hombres y mujeres para trabajar una tierra al otro lado del mar que nunca sería suya. La demanda europea de café, azúcar, tabaco y especias, hizo que muchos de los esclavos africanos terminaran en plantaciones en Saint-Domingue, Port-au-Prince o Les Cayes. Para finales de 1780, Saint-Domingue contaba con un tercio de la población esclava de la trata atlántica, más del noventa por ciento de los habitantes de la isla.  

Las personas extraídas del continente africano provenían de distintas culturas y tradiciones, y en este nuevo contexto sus religiones empezaron a entretejerse para dar forma a una serie de celebraciones y rituales que unificaban las visiones particulares de las cosmogonías de sus pueblos. Así, nace el vodou, una religión ahora oficial que cree en la existencia de un dios creador supremo, Bondye, debajo del cual se ubican espíritus llamados lwa, cuyos nombres y características provienen en su mayoría de deidades ancestrales de África occidental y central, y son equiparados a los santos del catolicismo romano.

La doctrina del vodou afirma que Bondye creó a la humanidad a su semejanza, moldeando a los seres humanos a partir de agua y barro. Así, esta religión sostiene la existencia de un alma, el espri o nanm, el cual se divide en dos partes. Una de ellas es el ti bonnanj ("pequeño ángel bueno"), visto como la conciencia que permite a la persona dedicarse a la autorreflexión y autocrítica. La otra parte es el gwo bonnanj ("gran ángel bueno") y constituye la psique, la fuente de la memoria, la inteligencia y la personalidad. Para los practicantes del vodou, la muerte es un proceso que toma tiempo. El alma se demora días en trascender y, hasta que el proceso esté completo, ambas partes corren el riesgo de ser capturadas. Aquí nace la primera versión de nuestro zombi. 

Bokor, zonbi y el terror a la brujería

La mayoría de los sacerdotes y sacerdotisas del vodou utilizan sus habilidades para comunicarse e influir en el mundo de los espíritus de una manera positiva. Sin embargo, aquellos que se valen de sus habilidades de manera maliciosa han sido llamados bokor, un término derogatorio que los colonos utilizaron para seguir perpetuando el racismo en la isla. De cualquier manera, quienes utilizan sus poderes de forma negativa, pueden apresar en una botella el ti bonnanj de los muertos, aquella parte que se encarga del libre albedrío. Así, se pensaba que quien controlase la botella con este fragmento de la persona, podía manipular el cuerpo del fallecido para realizar todo tipo de labores. 

Los zombis haitianos, en su primera representación, no se parecen en nada a las criaturas frenéticas a las que nos han acostumbrado los últimos treinta años de producción cultural: son recipientes vacíos, con la mirada vidriada, sin emociones e incapaces de sentir dolor. Al final, es una alegoría para criticar el colonialismo, el imperialismo y las prácticas esclavistas que venían consigo. Después de todo, la muerte no es el peor destino si el cuerpo está condenado a trabajar sin descanso, bajo el abrasador sol caribeño, día a día en las plantaciones. En un sistema en el que la individualidad de los sujetos se erradica en función del grupo, al considerar al cuerpo como mercancía sin valor, no había peor terror que el de convertirse en un zombi o zonbi, en creole haitiano. 

Las tradiciones del vodou haitiano llegaron al Sur de los Estados Unidos con algunos de los antiguos esclavistas franceses que se establecieron en las tierras anglófonas. Aunque la historia es confusa, allí nació una nueva forma de espiritualidad llamada voodoo, vudú en castellano, que incluye nuevas formas de sincretismo religioso, la adopción aparente de figuras claves del catolicismo como forma vedada de referirse a los dioses africanos. Sin embargo, no sería hasta la ocupación militar de los Estados Unidos en 1915 que se empezó a despertar un interés por las historias exageradas que los soldados llevaban consigo de regreso a su país. Así, por ejemplo, William Seabrook, escritor y ocultista, publicó The Magic Island en 1929, un libro exoticista en el que retrata la cultura haitiana como una primitiva, libidinosa y salvaje fascinada por las prácticas de la magia negra que les permitía revivir a los muertos. 

Ya existía un interés del público por este tipo de relatos, por lo que la historia de Seabrook, más fantasiosa que documental, aprovechó un espacio que ya existía en la avidez del estadounidense promedio. En 1932, Victor Halperin estrena el clásico protagonizado por Bela Lugosi White Zombie, basado libremente en una adaptación del libro de Seabrook para Broadway. La película se convirtió en un clásico en el que el actor húngaro devorado por su adicción a la morfina y la metadona interpretaba una suerte de bokor blanco que se hace con el control de una mujer estadounidense que visita Haití con su esposo. La película marcó la primera representación de los zombis y el vodou en el cine, sirviendo también como primer momento cultural de la zombificación blanca, pues ni el hechicero ni la pareja de los Estados Unidos eran afrodescendientes. La amenaza era evidente: la maldad haitiana podía corromper también los cuerpos caucásicos. 

Este mismo año se publica la primera historia sobre zombis en los cómics populares de Strange Tales que contenían historias de terror ilustradas sobre papel barato de pulpa. Los primeros relatos estaban ambientados ahora en las plantaciones de los Estados Unidos. “The House of the Magnolias”, relato del escritor August Derleth, continuaba esta demonización de la cultura haitiana, a la vez que retrataba los terrores que la sociedad de los Estados Unidos tenía de culturas que no comprendía. 

George A. Romero, cuatro décadas de zombis sociales

Pensar la historia de la representación del zombi en la cultura contemporánea es imposible sin resaltar el legado cinematográfico del neoyorquino George A. Romero. Seis películas y dos remakes en el que estas criaturas son las protagonistas lo han convertido en la figura central de un movimiento, sin perpetuar estereotipos racistas como la cinta de Wes Craven The Serpent and the Rainbow de 1988, basada en las mentirosas afirmaciones de Wade Davis sobre la cultura haitiana. Romero produjo una obra extensa que sirvió como alegoría de los conflictos sociales en los que estaba enmarcada la cultura de los Estados Unidos en la que vivió. Su primer filme, Night of the Living Dead de 1968 es un clásico del terror moderno. Enfocada en Barbara, una mujer blanca en estado catatónico tras presenciar la muerte de su hermano y Ben, un afroamericano elegante y elocuente, este primer retrato es un documento clave para entender el terror desde una perspectiva antropológica. 

Aunque no era su primera intención, como reiteró en varias entrevistas, Romero logró que Night of the Living Dead amplificase los reparos de una sociedad que empezaba a despertarse del letargo racista en el que había existido desde sus orígenes como estado soberano. Por una coincidencia, el estreno de la cinta coincidió con la muerte del líder Martin Luther King Jr, quien fue asesinado de la misma manera que el héroe protagónico, interpretado por el actor afro Duane Jones. Después de ser el único sobreviviente del ataque de los zombis en una granja de los Estados Unidos, Ben muere por un tiro de un policía, quien se suponía debía rescatarlo. 

Inspirado por la novela I Am Legend de Richard Matheson, en la que un extraño virus convierte a las personas en peligrosos vampiros, Romero no tenía en la cabeza la larga narrativa haitiana, por lo que prácticamente construyó el arquetipo del zombi moderno. Aunque en su primera película a las criaturas se les llama ghouls, que es una forma demoníaca de la cultura arábiga, a fuerza de costumbre y por influjo de la cultura, pronto se les empezó a llamar zombis. Para su segunda película sobre estas criaturas, Dawn of the Dead de 1978, la nominación ha cambiado y desde entonces nos referimos a estos cadáveres reanimados como zombis. 

En 1985, Romero traslada la acción al laboratorio de un científico frankensteniano, quien experimenta con un zombi que ha demostrado algo de humanidad tras ser atrapado. El carismático Bub de Day of Dead es una crítica nada velada a la incidencia de la ciencia y la tecnología en la caída de la humanidad. Land of the Dead (2005) funciona como una crítica a las élites que sobreviven en medio del apocalipsis zombi de manera cómoda, conforme las criaturas evolucionan hasta aprender a usar tecnología humana de nuevo; mientras que Diary of the Dead (2007) critica el terror mediático de la blogosfera, los creadores de contenido y la manera en que la tecnología afecta nuestra relación con el cuerpo. Por último, su cinta final, estrenada ocho años antes de su muerte , Survival of the Dead (2009), presenta una pugna entre dos patriarcas vecinos, ofreciendo una reflexión sobre la responsabilidad del origen de la violencia que sucede en lo público en el núcleo más privado, el seno de la familia.  

Romero falleció en 2017 después de haber dirigido, escrito y producido una obra extensa que no sólo se ocupó de los zombis. Más allá de haber dado forma al arquetipo de la criatura que come y contagia, el director de los Estados Unidos se preocupó por reflexionar en sus películas sobre problemas centrales a la sociedad en la que estaba inmerso. Fue un director visionario que utilizó la cultura popular como vehículo para contar historias que nos llevaran al cuestionamiento de nuestras propias acciones, mirándonos a los ojos a través de los gruesos cristales de sus gafas para preguntarnos cuánto de nosotros veíamos en la criatura a la que le acaban de volar la tapa de los sesos con un disparo de escopeta. 

Siglo XXI: terror biológico, los peligros de la ciencia y la urgencia climática

En 1996, a punto de iniciar el nuevo milenio, Japón cambió para siempre la historia de los zombis al presentar dos títulos importantes en un sector del entretenimiento que todavía no se había ocupado de estas criaturas: los videojuegos. Resident Evil y House of the Dead casi dieron inicio a la importancia del survival horror en la industria. Inspirados en el clásico para computador Doom, los japoneses introdujeron un elemento fundamental a la narrativa: el zombi rápido. Estas criaturas aparecían de la nada y perseguían a los protagonistas con una velocidad que casi los superaba, desbaratando el arquetipo de Romero del lento cadáver que avanza hacia nosotros. Ambos títulos mostraban cómo la avaricia de las grandes corporaciones y la vanidad científica había dado forma a las aterradoras mutaciones.

En 2002 dos películas fundamentales aparecieron para complementar este nuevo arquetipo: la adaptación de Resident Evil protagonizada por la actriz ucraniana Milla Jovovich y la sobrecogedora 28 Days Later protagonizada por un joven Cillian Murphy tímido y desconcertado. Las cintas presentaban a unas criaturas a las que ya no temíamos tanto como las despreciábamos: cuerpos vacíos y violentos sobre los cuales podríamos desdoblar nuestro propio odio. El zombi se convierte en un elemento a destruir, el lado más oscuro posible de la humanidad encarnado en un cascarón que es sólo rabia, violencia, hambre. Es el nacimiento del zombi pandémico, el zombi que crece exponencialmente como una epidemia de resfriado, un zombi que podría ser cualquiera de nosotros dadas las circunstancias. El zombi no aparece en lejanas locaciones como una hacienda perdida en el medio de Luisiana, sino que recorre a velocidad sobrehumana las vías y calles de nuestras urbes. Danny Boyle incluso contrató a corredores profesionales para darle a sus criaturas una característica más peligrosa y depredadora. El cuerpo ni siquiera está muerto: está infectado y, como tal, es capaz de contagiar inmediatamente a una población entera. 

El zombi pandémico, como aquel retratado en la adaptación cinematográfica de World War Z (2013) es una criatura que se mueve en hordas, es veloz y parece imposible de derrotar: puede infectar a una ciudad en cuestión de segundos y, tras de sí, vienen corriendo millones de criaturas idénticas en su hambre, velocidad y rabia. The Walking Dead, un cómic aparecido en medio de esta transición que rendía homenaje a Romero en su retrato en blanco y negro además como en la velocidad de sus criaturas, juega también con este elemento de supervivencia. La pregunta no gira ya en torno a cómo acabar con esta criatura, sino cómo aprender a convivir con ella. En el mundo post pandémico del SARS, el H1N1, y ahora del Covid-19, tenemos que aprender a adaptarnos y sobrevivir, antes que poder regresar a un momento humano anterior a la caída. 

Coda

Hoy parece que el zombi ha vaciado sus entrañas sobre nosotros y nos lleva a cuestionar nuestras acciones como especie: no es el miedo hacia la criatura la que nos habita, sino el miedo hacia nuestras propias acciones que podrían gestar a estas bestias deshumanizadas. Es el miedo a cómo la naturaleza se irá a comportar si seguimos abusando de su fértil suelo, envenenando sus ríos con desechos tóxicos, rociando distintos virus por el aire para acabar con todo atisbo de vida humana y vegetal desde aviones súper veloces. A la luz de los acontecimientos recientes, ¿cuál será la nueva encarnación del zombi? Porque ésta criatura nunca muere. Sabe renacer de la manera más terrorífica: mostrándonos cuánto compartimos con ella. 

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Ignacio Mayorga Alzate

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

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