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¡Qué gonorrea!

¡Qué gonorrea!

Ilustración

La palabra se ha vuelto de uso común entre los colombianos, pero de tanto repetirla quizá hemos perdido de vista la enfermedad a la que se refiere. Aquí van algunos datos históricos y clínicos para conocer mejor la gonorrea.

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Malas noticias de una bacteria extrovertida

Corría el año 2011 cuando la BBC reportó la primera cepa resistente a una familia de antibióticos conocidos como cefalosporinas. Es fácil imaginar el cuadro clínico del paciente: picor e inflamación en la uretra, a lo mejor deseos de orinar frecuentes, ardor al hacerlo, y una secreción abundante, constante y purulenta (como pus amarillento y cremoso). En 2013 se confirmó también esa resistencia en otro paciente en Canadá. En 2018, el servicio de salud pública del Reino Unido publicaba un breve artículo en el que reportaba la primera cepa resistente a cefalosporinas y macrólidos, adquirida por un hombre en el sudeste asiático. En todos los casos solo otro antibiótico (más fuerte) fue finalmente capaz de curarlos. Y así hay cantidades: reportes una y otra vez, cada año en distintos lugares del globo, en los que los médicos cuentan que, una vez más, la dichosa bacteria ha aprendido a resistir a otro antibiótico. No sin cierta sensibilidad distópica y sencillez han llamado a estas nuevas cepas las súper-gonorreas.

No hace ni cien años que tenemos antibióticos para combatir distintas patologías. Fue en 1928 cuando Alexander Fleming descubrió la penicilina y su efectividad como tratamiento para distintas afecciones desarrolladas por bacterias transmisibles a nuestros cuerpos. Parece mucho, pero es muy poco: aunque de la mano de la química moderna y la microbiología hemos desarrollado todo un arsenal de familias antibióticas en esos cien años, ese lapso de tiempo es un chiste al lado de los varios milenios que pasamos como las demás especies: enfermando sin remedio y, sobre todo, probando muchas otras cosas para intentar curarnos de esas molestas huéspedes que se rehúsan a irse. Es alarmante (cuando no desalentador) que un invento tan reciente y tan útil parezca perder su eficacia contra algunas enfermedades tan pronto.

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“De las de transmisión sexual, la gonorrea es la que más resistencia ha generado a los antibióticos”, me cuenta el doctor Juan Manuel Páez, médico especialista en urología adscrito a Colsanitas. “Otras bacterias no tienen esa misma capacidad. El treponema pallidum, responsable de la sífilis, por ejemplo, no ha podido desarrollar tolerancia a la penicilina. En cambio la Neisseria gonorrhoeae tiene la capacidad de evitar el sistema inmune por distintos medios: es capaz de neutralizar a los neutrófilos de nuestro sistema inmune, se resguarda dentro de nuestras células, aprende a copiar de otras bacterias de nuestro organismo su resistencia a los antibióticos...  Para rematar tiene una serie de mecanismos que le permite cambiar, aprender y transmitir esa resistencia. El mecanismo principal podríamos llamarlo como diálogo de genes y citoquinas: la capacidad de ser extrovertida, digamos, para aprender genéticamente.”

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Una vieja amante de la humanidad

Irónicamente, bacterias y virus se comportan como las mismísimas flechas de Cupido. Irrumpen en nuestros tejidos y nos invaden como la locura erótica y el amor. Qué difícil puede ser intentar remediar el cuerpo, extirparle sus influjos sin ayuda. Aunque muchas de ellas producen enfermedad asintomática, también las hay capaces de producir vistosos signos como las miradas y los suspiros extraviados de los enamorados y las urgencias inmanejables de los amantes: secreciones, ardores, inquietudes, calambres, fiebres, brotes. Por lo general, el deseo y el amor extramatrimoniales (la gente se solía casar más por conveniencia y deber social que por afecto y ganas) eran los canales de transmisión de esas enfermedades llamadas venéreas. El término fue acuñado a partir del de Venus, diosa y patrona del deseo y madre de Eros, el amor. Incluso hay investigadores que señalan que el vínculo entre sentir vergüenza y manifestar publicamente el enamoramiento por alguien podría haberse extendido debido a las insistentes condenas morales que la sociedad, la Iglesia y los médicos hicieron al sexo lujurioso o amoroso no-reproductivo: caldo de cultivo a la propagación de la gonorrea y la sífilis, entre otras incómodas, vergonzosas y temidas enfermedades. Vale la pena anotar que, junto al deseo de no fecundar, la enfermedades también popularizaron el uso de preservativos de infinidad de materiales tan ingeniosos como precarios en todas las épocas.

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Parece que, en Occidente, fue el mismísimo Hipócrates (ca. 460-375 a.C.) quien describió primero esta enfermedad, afirmando que resultaba de “los placeres de Venus”. Su nombre común se lo debemos a Galeno (131-200 d.C), viene de las raíces griegas gono, semilla, y rhea, secreción: interpretación incorrecta que confundía la secreción producto de la patología con la descarga del orgasmo masculino. Sin embargo, hay quienes sostienen que los candidatos para primera aparición escrita de la gonorrea estarían en antiguos manuscritos chinos o en el pentateuco bíblico con posibles alusiones y episodios relacionados en el Génesis, el Levítico y en Números. Parece que las huestes de Julio César (100-40 a.C.) la sufrieron especialmente y sabrá Dios cuántas personas más a lo largo de la historia. Lo cierto es que como problema de salud pública, la gonorrea ha sido abordada por gobiernos desde la Edad Media: el parlamento inglés pasó una ley para controlar su propagación en 1161 y el rey Luis IX pasó una ley parecida en el Reino de Francia en 1265. En ambos casos, se establecieron normas de control sobre las mujeres que trabajaban en burdeles; en pocas palabras, vigilando la aparición de sintomatología en ellas.

Mala, pésima estrategia, como explica el doctor Páez. La gonorrea es asintomática en al menos la mitad de las mujeres que la portan, mientras que se expresa sintomáticamente en una abrumadora mayoría de los hombres contagiados (aproximadamente el 90%). En las mujeres, no obstante, su actuar silencioso puede desencadenar una Enfermedad Inflamatoria Pélvica (EPI), que produce dolores agudos y terribles en el abdomen bajo, además de aumentar la posibilidad de desarrollar embarazo ectópico, crear la posibilidad contagiar al hijo en el parto (que puede quedar ciego si no se trata a tiempo), cuando no dejar a la paciente infértil de plano.

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Detectar al Coco

La palabra gonococo viene de una obviedad crasa: la bacteria parece un coco caído de una palma. Así las identificó y llamó por primera vez el médico e investigador Albert Ludwig Neisser (1855-1916) quien describió y comprobó que esta pequeña bacteria de forma esférica ligeramente oval era la causante de la gonorrea, allá por la segunda mitad del siglo XIX. La clave fue utilizar el violeta de metilo para coloreal lo que habría de verificar al microscopio, proveniente de una veintena de adultos con uretritis gonorreica, varios casos de infección neonatal y un par de casos más. Como Neisser, eran muchos los que en la Europa de entonces experimentaban y estudiaban poblaciones de voluntarios y presos, contagiados y no contagiados, y por supuesto con clara preferencia por los hombres que producían el cuadro clínico clásico de la secreción y el ardor. Sin embargo, fue él quien logró, en 1882, hacer una descripción completa, donde alguien habló por primera vez de gonococos. De hecho, Neisser fue un investigador prolífico y dedicado: no sobra agregar que también fue uno de los primeros en identificar al bacilo responsable de la lepra y un investigador de otras enfermedades y patógenos como el ántrax, la tuberculosis o condiciones como la psoriasis. Y de hecho, el nombre científico de la bacteria, Neisseria gonorrhoeae fue propuesto por el italiano V. Trevisan a modo de homenaje.

Es improbable que el monstruo infantil mejor conocido como Coco haya obtenido su nombre por la misma vía de los bautizos bacterianos a manos de la medicina y la microbiología. Pero aún así hay algo curioso en que el descubrimiento de Neisser haya sido un bicho al que parecía tan obvio ponerle ese mismo nombre tan inocente y monstruoso a la vez. Hasta la llegada de los antibióticos, curar la gonorrea exigía prácticas molestas y probablemente espantosas como lavados uretrales con agua caliente o mercurio, así como otras de mediocre o nula efectividad como el uso de ciertos bálsamos de plantas tropicales (variedades de la pimienta o la copaiba) e incluso tomas y aplicaciones de metales como arsénico, oro o nitrato de plata. En muchos casos, no se lograban aplacar los síntomas y la gonorrea se convirtió en una verdadera pesadilla para muchos. A la luz de esto, suponer que esta bacteria extrovertida –y tan feliz en nuestras mucosas– desarrolla resistencia a los antibióticos es un problema serio. Para hacerse una idea de la dimensión del asunto, la Organización Mundial de la Salud estima que hay 78 millones de casos nuevos de gonorrea por año en el mundo.

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La clave, indica el doctor Páez, es la prevención y la detección temprana. Parece una obviedad, pero no lo es. “Los hombres generalmente vienen muy rápido porque muy pronto notan que algo no está bien: hay dolor al orinar, picor, o ven directamente la secreción purulenta. Clínicamente es muy claro, pero igual la primera medida de diagnóstico es al microscopio con tinción de Gram. Se ve muy bien y es bastante preciso. Sin embargo, hay que hacer cultivos para estudiar la sensibilidad de la cepa si el tratamiento inicial no funciona (por lo general, se combina uno que trate la gonorrea y otro para la clamidia pues es muy común que se presenten juntas). Esa es la forma correcta de dar con el antibiótico que aún puede acabar con la infección específica que está afectando al paciente y evitar que se la pueda transmitir a alguien –tal vez, con sus nuevos aprendizajes a bordo–.”

Sin embargo, la pregunta del millón es, ¿y qué pasa si uno fuera asintomático, como podría ser el caso de muchas mujeres y algunos hombres? “Ya se están haciendo identificaciones por PCR como las que todos nos hemos hecho para el Covid. Son mucho más costosas, claro, pero para esto pueden ser muy útiles. Lo cierto es que hombres y mujeres sexualmente activos y que cambien de pareja, o tengan múltiples parejas e incluso si recién comienzan una nueva relación, después de un tiempo solteros o de salida de otra, sería bueno que fueran a chequearse regularmente con su ginecólogo o urólogo para hacerse distintas pruebas diagnósticas para ETS (por supuesto, a parte de protegerse a la hora de tener relaciones). Solo eso, sin duda, ya haría una gran diferencia.”

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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

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