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Noigo Noigo Noigo: gráfica al servicio de la música

Noigo Noigo Noigo: gráfica al servicio de la música

Noigo Noigo Noigo nace de la necesidad de hermanar diseño gráfico y curaduría musical. El resultado son boletines cargados de colores, imágenes y música selecta.

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A Juan Esteban Duque Arcila le gusta lo popular. En los resquicios de la cultura, en la marginalia de lo oficial, el diseñador gráfico se ha vuelto un coleccionista de imágenes. Conforme mantiene sus actividades como diseñador en un estudio importante de diseño (encargado, entre varias otras cosas, de la creación de la identidad visual del Festival de Cine de Cartagena y de Bogoshorts), el diseñador busca y construye un archivo tomado del universo popular colombiano. Por eso, hace más de veinte años, creó junto a Roxana Martínez y Esteban Ucrós Popular de lujo, un colectivo encargado de rescatar la cultura visual de restaurantes, muros y tiendas de barrio. Pero de ello hablaremos en otra oportunidad. Porque hoy estamos reunidos para hablar de música. Música y diseño.

Noigo Noigo Noigo, que el pasado abril cumplió un año de operación, es la última aventura de Duque. A modo de boletín informativo el diseñador reúne una colección corta de canciones para recomendar a una comunidad cada vez más extensa. “Desde hace muchos años tengo la maña de compartirle música a los amigos. Es un gusto personal. Antes les mandaba el clásico casete de cinta grabado a la novia y a los amigos. Luego les grababa cedés y, al final, les pasaba música en mp3 en memorias USB”, explica Duque sobre cómo nació este proyecto. “Hace un tiempo, cuando me suscribí a una plataforma de streaming empecé a encontrar muchas más cosas y dije ‘hay que hacer algo con eso’”, añade. Así, jugando con la diagramación y el lenguaje visual del diseño, Duque empezó a dar forma a un boletín por suscripción en el que comparte, mensualmente, canciones con un público cada vez más grande. Su círculo de amigos empezó a darle importancia a su trabajo y, a través del voz a voz, se ha venido constituyendo una comunidad musical distinta. 

“Siempre he tenido la inquietud de hacer trabajos en paralelo a lo que hago como diseñador, porque ahí siempre los clientes meten la mano. Los proyectos personales son por eso muy chéveres: uno hace lo que quiere y si la embarra no pasa nada. En esas embarradas se van aprendiendo cosas nuevas que en un proyecto normal no podría hacer”, dice Duque sobre la esencia DIY de Noigo Noigo Noigo. “En algún punto del año pasado se me ocurrió unir las dos cosas. Estábamos con un amigo hablando de esos temas, de hacer proyectos personales y cómo esos proyectos personales alimentaban el alma. Decidí lanzarme al ruedo. Puse ese gusto por el diseño y por hacer experimentos de diseño y probar cosas distintas al servicio de ese gusto por compartir música. Inicialmente agarré la lista de amigos cercanos y los suscribí a las malas, sin preguntarles, y les empecé a mandar el boletín que poco a poco ha ido creciendo, en el que se ha venido suscribiendo más gente. Los amigos han ido regando la bola. Como ya empezó a coger cara, decidí montar la página web, poner todo ordenadito para que quien quisiera encontrar cualquiera de los boletines lo pudiera ver y, en fin, así ha venido creciendo la cosa. Quería compartirlo con más gente”.

Noigo Noigo Noigo funciona como un boletín musical de distribución mensual. Cada mes, Duque elige tres canciones de tres artistas y géneros distintos que agrupa según un criterio curatorial específico. Así, por ejemplo, para la edición número 5 de julio de 2021 la condición curatorial buscaba relacionar canciones con el mundo audiovisual: bandas sonoras de series para Netflix, una biopic sobre una de las voces claves del blues y un videoclip sorprendente de Michel Gondry cerraban esta edición. “A mí me gusta mucho el rock y el blues, pero si uno siempre manda las mismas tres canciones de blues el grupo se vuelve mucho más pequeño, porque se quedan solo las personas a quienes les gusta el blues. La idea es compartir música, pero también compartir sobre música. Yo no sé mucho de música, sino que estoy en constante búsqueda. Por eso cada vez que encuentro algo que me parece chévere, la guardo para un boletín”, explica Duque. “Guardo las canciones en mis listas de reproducción para tenerlas cerca y trato de mantener la idea de que siempre sean tres canciones, artistas y géneros distintos. Por ejemplo, en el número romántico, hay una canción de punk. Buscaba ver cómo desde el punk se puede ser romántico, mientras comparaba con el blues o el soul la noción del romance”, añade.

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Pensar la música como excusa para construir un contenido editorial no es algo nuevo, después de todo las revistas especializadas en música llevan décadas de operación. El giro que presenta Duque, sin embargo, es absolutamente novedoso,  pues las canciones se recogen en función de la diagramación, como excusa para encontrar una veta estética desde el lenguaje del diseño gráfico. “Es unir temas que se me van atravesando o coincidencias entre canciones que veo de diferentes géneros que conecto entre ellas. De ahí sale el tema de un número cualquiera. Por ejemplo, el primero de este año fue una canción de hace cincuenta años, de hace sesenta y de hace setenta años. Blues, rock y country. Son excusas para experimentar con el diseño y conectar canciones para compartir con la gente que se vaya suscribiendo”, explica. “Yo lo dejo un poco como vaya pasando. El proceso es primero encontrar qué canciones funcionan juntas y luego me pongo a ver el material que hay alrededor de las canciones, las carátulas de los discos, qué imágenes me encuentro, y luego empiezo a mirar de qué lado me agarro o si definitivamente no agarro nada de los artistas y creo algo nuevo, para conectarlo con ello. Es un poquito como hacer el ejercicio de diseño de una forma menos metódica, es muy distinto a hacerlo con un cliente. Es quitarse un poquito esas ataduras que uno mismo se pone con la metodología típica del trabajo del diseño. Ha ocurrido que arranco un boletín de estos con una estética particular y, a mitad de camino, siento que no funciona y la dejo a un lado y arranco a crear otra cosa”.

Como en el ejercicio curatorial de John Cusack en High Fidelity, Duque busca la canción perfecta para cada una de sus entregas. Es una forma de divulgación cultural de la que no se lucra y que le permite compartir el afecto por distintos tipos de música, creciendo él también como oyente que se deja envolver por nuevas posibilidades. Es una suerte de resistencia ante la tiranía del algoritmo y de las tres casas disqueras principales del mercado, quienes controlan también el mayor porcentaje de las plataformas de streaming. “Como uno tiene acceso a millones y millones de canciones, una canción más en últimas no significa gran cosa. Cuando uno escucha radio oye las canciones que están de moda, cuando uno pone sus playlists oye las canciones que ya sabe que le gustan, cuando uno se deja asesorar por el algoritmo de las plataformas generalmente le recomienda canciones que se parecen a lo que uno le gusta. Uno no tiene el poder de decisión para descubrir nuevas cosas”, comenta sobre la forma de consumo contemporáneo. “Finalmente, cualquier persona que diga que sabe de música está diciendo mentiras porque nadie conoce los millones de canciones que hay disponibles. Hay demasiadas opciones, ¿por qué no darle el chance a lo que llamo canciones inesperadas? Canciones que no estaban en el radar. Todo ese negocio de la música está muy estandarizado para ponerlo a uno a escuchar lo que las grandes disqueras tienen para uno. Chévere poder encontrar esta música nueva  y compartirla”.

La cultura contemporánea tiene una obsesión con lo novedoso. El meme de la semana, los NFT como parte de las nuevas dinámicas del mercado del arte, el teléfono inteligente más reciente son muestras de la necesidad actual de mantenerse a la moda, de ser parte de la conversación de lo que está pasando. Buscamos las novedades semanales en las listas de Spotify, solo para olvidarlas cuando llega un nuevo listado el viernes siguiente. 

Comprar un disco, por eso, no es ya parte del afán melómano de quien ama las canciones, sino el gesto de ser parte de una cultura también en auge que busca “devolverle la dignidad” al vinilo, pero como mero ejercicio de validación consumista, como acto esnob de lujo y despilfarro. “Yo soy de la generación de los discos, de los LPs completos. Así nos acostumbramos a escuchar música nosotros. Si uno terminaba un disco de rock podía poner otro o cambiar de género, pero se mantenía en la misma línea. Ahora con las canciones todo puede cambiar de una a otra”, señala Duque.

Hoy la música es funcional y pierde ese carácter contemplativo del ejercicio ocioso: “Siesta acústica”, “Brain Food” o “Maldita hamburguesa” son algunos de los listados populares de Spotify, en los que la curaduría explica para qué sirven las canciones que las componen (en este caso para relajarse, concentrarse o entrenar). La música, en ese sentido, no funciona como música por sí misma o tiene un valor estético por su simple esencia contenida entre compases, sino que es útil, pertinente y valiosa en la medida en la que pueda corresponder y auxiliar las dinámicas del sujeto contemporáneo, uno que hace, pero no reflexiona. 

Sin embargo, las canciones de cada boletín deben corresponderse, dialogar, crear una conversación con el escucha. “Fue un ejercicio que desarrollé anterior al boletín. El de aprender a escuchar canciones en vez de álbumes. Es un ejercicio de ver qué canciones funcionan o dialogan bien juntas. Cuando ves el boletín y le das clic a una puede pasar que YouTube te recomiende otra y vas conociendo más música. La idea es que las canciones estén conectadas. Temáticamente, sí, pero también en el sonido. Que la siguiente canción empate, que no haya un choque muy fuerte entre las canciones”, dice Duque. Pero es un ejercicio distinto. Es, esta vez sí, devolverle a la composición su dignidad, hacerla sobresalir en medio de una plétora de historias similares que versan sobre el mismo tema. Noigo Noigo Noigo, en ese sentido, llama la atención sobre joyas ocultas u olvidadas, perdidas en la profundidad del vasto océano de lo novedoso.

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Esta pulsión va, necesariamente, de la mano con la identidad profesional de Duque, que responde a su forma de ser antes que a una exigencia del mercado. “Los diseñadores somos cositeros y nos encanta coleccionar y clasificar, darle un orden a las cosas. En Popular de lujo había una galería que clasificamos según lo que veíamos. Había una sección que se llamaba “divas”, había figuras religiosas y un montón de cosas más. Era un ejercicio de intentar ordenar un poquito ese caos de la gráfica bogotana para que la gente la pudiera buscar y encontrar”, explica el diseñador sobre la manera en la que funciona su cabeza. “Hay muchas más coincidencias entre este proyecto y Popular de lujo que uno no repara a primera vista. Popular cumplió veinte años ya y siempre fue sin ánimo de lucro. Aunque sí aparecieron dineros que apoyaron el proyecto, se reutilizaron para el proyecto en postales, un libro, etc. Incluso Popular de lujo tiene una colección de obras originales que les hemos comisionado a los pintores populares que hemos conocido. Tenemos una colección que es un tesoro, porque todo eso se ha ido perdiendo y se ha ido borrando”.

La maquinaria de la industria continúa escupiendo canciones con celeridad efervescente. Ante esta rapidez del mercado Noigo Noigo Noigo presenta una alternativa para parar un segundo los giros del mercado y mirarlo desde lejos, encontrando en las canciones que no hacen parte de la gran narrativa de la industria un valor propio y sobresaliente en cada una de ellas. Duque piensa también en la naturaleza gráfica que históricamente ha acompañado los lanzamientos musicales, pues la historia del disco es también la historia de las portadas de los álbumes. Buscando el equilibrio entre su propia sensibilidad y la imagen que ha acompañado a las canciones que recomienda, Noigo Noigo Noigo crea una forma novedosa y humana de compartir canciones, dando forma a una comunidad de personas que quieren destacar a la música por su calidad artística, por los sentimientos que logran conjurar las canciones. Si se siente medianamente identificado o simplemente quiere conocer otro lenguaje gráfico como complemento a las canciones del día a día, se puede suscribir aquí.

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Ignacio Mayorga Alzate

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

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