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Gabo en pantones

Gabo en pantones

Ilustración

Habitada por la hipérbole y por una legión de personajes inolvidables que escriben su historia entre parajes tan reales como improbables, la obra de Gabo es también un universo de colores. Esta selección de fragmentos ilustrados nos permite aventurar una guía de pantones de la obra del Nobel.

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Hace 95 años, en una mañana ardiente sobre las arenas de Aracataca, nació Gabriel García Márquez. Fue un niño de inteligencia inquieta a quien su abuelo materno, sobreviviente de la Guerra de los Mil Días, inculcó el amor por las palabras. No hay mucho más que podamos añadir sobre la vida del Nobel que no hayan dicho ya.

A falta de torta y velas (o helado de vainilla, como sus amigos dicen que le gustaba desayunar) recurrimos a los colores para rendirle este homenaje de cumpleaños. Más allá de las mariposas amarillas que celebraba en clave de cumbia Rodolfo Aicardi y que de manera indirecta se han convertido en un símbolo de la identidad colombiana, indagamos en otras imágenes de la obra de Gabo que son inseparables del color y le pedimos al extraordinario ilustrador barranquillero Eliécer Salazar que capturara su esencia cromática.

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Del amor y otros demonios
Editorial Norma
1994

Antes de que Sierva María acabara de despertar, el sacerdote le dijo en lengua yoruba: “Te traigo tus collares”. 

Los sacó del bolsillo, tal como la ecónoma del convento se los había devuelto por exigencia suya. A medida que se los colgaba en el cuello a Sierva María los iba enumerando y definiendo en lenguas africanas: el rojo y blanco del amor y la sangre de Changó, el rojo y negro de la vida y la muerte de Elegguá, las siete cuentas de agua y azul pálido de Yemayá. Él se paseaba con tacto sutil del yoruba al congo y del congo al mandinga, y ella lo seguía con gracia y fluidez. Si al final pasó al castellano fue sólo por consideración con la abadesa, incrédula de que Sierva María fuera capaz de tanta dulzura.

Sierva María de todos los Ángeles es la hija de un marqués que es mordida por un perro rabioso y se ve obligada a pasar el resto de sus días en un convento al ser catalogada como posesa. La herida del perro se transforma en el síntoma de un amor furioso, exaltado, que sostiene con el joven Cayetano, un joven cura que se obsesiona con la hija del noble.

En la novela se establece una comparación entre Sierva María y Oshun, Orisha del amor, así como la figura sincretizada de la Virgen de la Caridad del Cobre. Este elemento de la identidad afrocaribeña se introduce a través de la relación de la niña con los esclavos negros de su padre, quienes la adoran como una deidad propia y de quienes aprendió las maneras yoruba para sobrevivir en el nuevo contexto: su lengua, sus tradiciones y sus estrategias para pasar desapercibida.

Tras su muerte de amor,  la cabellera de bronce de la joven sigue creciendo en su calavera enamorada, símbolo de santidad del cuerpo de la infortunada niña que tuvo a mala hora un encuentro con las fauces rabiosas de un amor que invadió todo su cuerpo, la posesión última del demonio más cruel.

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Cien años de soledad
Editorial Sudamericana
1967

Fue entonces cuando cayó en la cuenta de las mariposas amarillas que precedían las apariciones de Mauricio Babilonia. Las había visto antes, sobre todo en el taller de mecánica, y había pensado que estaban fascinadas por el olor de la pintura. Alguna vez las había sentido revoloteando sobre su cabeza en la penumbra del cine. Pero cuando Mauricio Babilonia empezó a perseguiría, como un espectro que sólo ella identificaba en la multitud, comprendió que las mariposas amarillas tenían algo que ver con él. 

No hay una imagen más recordada de la obra del Nobel que la de las alucinantes mariposas amarillas que anuncian la presencia de Mauricio Babilonia, un mordaz mecánico que tiene la osadía de enamorar a la joven Meme, una de las mujeres más hermosas de la dinastía principal de Macondo, los Buendía.

Esta metáfora del amor y la soledad, dos temas centrales de la obra de Gabo y de esta novela en particular, presenta al sentimiento de los amantes como un hambre viva y sofocante, una presencia ansiosa que “llama a la mala suerte” y se convierte en augurio de muerte. Lejos de la felicidad, con la que tienden a presentarlas en algunos locales famosos de la rumba colombiana o en alguna ingenua película animada, estas mariposas amarillas son un símbolo doloroso que colinda con los peligrosos alacranes del lugar de reunión y encuentro de Mauricio y Meme.

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“El verano feliz de la señora Forbes”
Doce cuentos peregrinos
Editorial Oveja Negra
1972

Por la tarde, de regreso a casa, encontramos una enorme serpiente de mar clavada por el cuello en el marco de la puerta, y era negra y fosforescente y parecía un maleficio de gitanos con los ojos todavía vivos y los dientes de serrucho en las mandíbulas despernancadas.

Recopilados por Oveja Negra, editorial colombiana que publicó gran parte de la obra de Gabo, estos doce cuentos sufrieron durante dieciocho años el proceso de escritura del escritor de Aracataca, no muy seguro de hacia dónde llevarlos. A veces desertaba enteramente y los retomaba meses o años después. “El verano feliz de la señora Forbes” había sido publicado junto con “El rastro de tu sangre en la nieve” en El Espectador en 1981. Este relato ambientado en unas vacaciones en Grecia encuentra a los hijos de un “escritor del Caribe con más ínfulas que talento” a merced de una severa institutriz alemana que por las noches, lejos de los ojos de los niños a los que cuida, se transforma en un ser atormentado por una herida de amor. Esta primera escena del cuento es el augurio ominoso de un mal antiguo y oscuro que se cierne sobre la vida de la mujer.

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“Ojos de perro azul”
Ojos de perro azul
Equisetorial
1972

Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ‘Ojos de perro azul’. Y dijo que iba a los restaurantes y les decía a los mozos, antes de ordenar el pedido: ‘Ojos de perro azul’. Pero los mozos le hacían una respetuosa reverencia, sin que hubieran recordado nunca haber dicho eso en sus sueños. Después escribía en las servilletas y rayaba con el cuchillo el barniz de las mesas: ‘Ojos de perro azul’. Y en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de todos los edificios públicos, escribía con el índice: ‘Ojos de perro azul’. Dijo que una vez llegó a una droguería y advirtió el mismo olor que había sentido en su habitación una noche, después de haber soñado conmigo. ‘Debe estar cerca’, pensó, viendo el embaldosado limpio y nuevo de la droguería. Entonces se acercó al dependiente y le dijo: “Siempre sueño con un hombre que me dice: ‘Ojos de perro azul’”.

Publicado en 1972 por la editorial argentina Equiseditorial, Ojos de perro azul reúne los primeros relatos que Gabo publicó en las páginas de El Espectador. Las ediciones españolas añadirían luego el apellido de “Nueve cuentos desconocidos” como estrategia para aumentar las ventas, pero lo cierto es que estos relatos habían sido devorados por los colombianos décadas atrás. El cuento homónimo del libro nos introduce en el mundo de los sueños de Gabo, un terreno fértil sobre el que reflexionó también en historias como “Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles” o “La tercera resignación”. Dos amantes se encuentran noche a noche en sus sueños para luego perderse cuando despiertan, buscándose en la vigilia entre ciudades y coches, sin poder nunca encontrarse. Una bellísima reflexión sobre la tragedia de la soledad.

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La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada
Editorial Sudamericana
1974

No pudo decir nada más porque Ulises logró liberar la mano con el cuchillo y le asestó una segunda cuchillada en el costado. La abuela soltó un gemido recóndito y abrazó con más fuerza al agresor. Ulises asestó un tercer golpe, sin piedad, y un chorro de sangre expulsada a alta presión le salpicó la cara: era una sangre oleosa, brillante y verde, igual que la miel de menta. Eréndira apareció en la entrada con el platón en la mano, y observó la lucha con una impavidez criminal.

Grande, monolítica, gruñendo de dolor y de rabia, la abuela se aferró al cuerpo de Ulises. Sus brazos, sus piernas, hasta su cráneo pelado estaban verdes de sangre. La enorme respiración de fuelle, trastornada por los primeros estertores, ocupaba todo el ámbito. Ulises logró liberar otra vez el brazo armado, abrió un tajo en el vientre, y una explosión de sangre lo empapó de verde hasta los pies. La abuela trató de alcanzar el aire que ya le hacía falta para vivir, y se derrumbó de bruces. Ulises se soltó de los brazos exhaustos y sin darse un instante de tregua le asestó al vasto cuerpo caído la cuchillada final…

Pocos personajes producen mayor repudio en la obra del Nobel como la abuela de Eréndira, una ex matrona sin alma que prostituye de pueblo en pueblo a su nieta para pagar una deuda de la que la vieja es la única culpable. Personaje repulsivo, la abuela incluso carece de nombre y se desdibuja en una figura monstruosa que evoca el terror con cada uno de sus pasos de dinosaurio ancestral. Ulises, enamorado de la joven prostituta, decide acabar con su verduga y la asesina a puñaladas, para constatar que detrás de la vida de esta criatura no hay humanidad, sino algo más cercano a la monstruoso y aterrador. En una escena de Cien años de soledad, también aparecen ambos personajes: la abuela y Eréndira preparan su tienda en Macondo y el coronel Aurelinao Buendía sostiene un encuentro con la adolescente.

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Ignacio Mayorga Alzate

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

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