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Un disidente

Un disidente

Fotografía
En un mercado editorial tan malo, es raro que alguien tenga 14 libros publicados, algunos con hasta 17 reediciones. Esta es la historia del exsacerdote Gonzalo Gallo.

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Gonzalo Gallo irrumpe en la recepción del Hotel Bogotá Royal. Viene a la cuidad con frecuencia. Sus conferencias están bien cotizadas en el mercado de almas que buscan consuelo espiritual. El otrora Padre Gallo, hoy Gonzalo a secas, no ha logrado que la gente acepte que ya no es un servidor de la iglesia católica. Las chicas de la recepción lo saludan con un: “buenos días, Padre”. Una pareja pregunta: “¿podemos tomarnos una foto, Padre?”. Gallo dice que sí.

Gonzalo es de verbo ágil y ocurrente. Tiene una energía evidente y no para de mover las manos mientras habla. En contradicción con su vitalidad, la muerte es uno de los tópicos que lo han tocado desde edad temprana: el fallecimiento de su papá cuando tenía 18 años y su primer trabajo lo relacionan íntimamente con el fenómeno. Dice: “Duré escribiendo el libro Muerte, un paso a la vida 25 años. Empecé cuando era sacerdote pero algo me faltaba. Con el tiempo me di cuenta qué era: tenía que experimentar la muerte desde diferentes ángulos, trabajar con moribundos, ver el proceso de duelo de las personas y analizar el mío”.

A los 11 años, su padre, que trabajaba en los Ferrocarriles de Antioquia, sufrió un infarto. Por su condición, Gabriel Gallo tuvo que guardar reposo. Entonces, el cuarto de nueve hermanos salió a las calles de Medellín para buscarse la vida. Paradójicamente, la encontró en la industria de la muerte: un domingo estaba en un cementerio aledaño a su casa, junto a uno de sus hermanos se percató que a las personas se les dificultaba arreglar las tumbas más elevadas. Entonces, su instinto negociante se disparó. Valiéndose de una escalera, los hermanos Gallo idearon un servicio que consistía en limpiar lápidas y arreglar sus flores. De las tumbas, Gonzalo pasó a los huesos. Fue ayudante del sepulturero, con el que en varias ocasiones exhumaba cadáveres. Con un tono de voz particular, relata que cuando se desempeñaba como sacerdote católico, prefería oficiar un velorio que un matrimonio. La razón: “en los matrimonios la gente está pendiente de la fiesta. En los velorios, los feligreses requieren más atención”. Otra paradoja: Gonzalo piensa que los cementerios no deben existir. Los considera lugares edificados bajo la idea masoquista del apego a un ser que abandonó el plano terrenal.

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La relación de Gallo con la iglesia católica empezó a los 18 años, cuando ingresó a la Orden de los Carmelitas Descalzos y terminó el 7 de diciembre de 2000, día en que ofició su última misa en la iglesia caleña El Templete. De su etapa como sacerdote merecen recordarse dos puntos de inflexión: su formación académica y sus años de servicio. Gonzalo rememora la etapa de formación con especial devoción y al mismo tiempo con recelo. El fervor se debe a que fue enviado a Israel para continuar sus estudios de filosofía y teología. En Tierra Santa, según sus palabras, “Visité el Mar Rojo, Jerusalén, Nazaret y estudié la Biblia. Esta experiencia hizo que me conectara con un Jesús más vívido”. En Israel conoció el sentido de la palabra Universidad, como lo asevera cuando evoca la multiculturalidad que se respiraba en el monasterio Stella Maris, ubicado en Haifa. Trae a la memoria su amistad con Daniel (no recuerda su apellido). En su relato, es un hermano polaco interesado en la espiritualidad de Oriente, además de políglota: “en gran medida soy católico y budista a raíz de los diálogos con Daniel”. Con similar aprecio recuerda al hermano Elías Friedman, intelectual surafricano al cual el exsacerdote califica como “un humanista”.

Al año de luz en Israel le suceden tres de tonos grises en Roma, donde continuó sus estudios. En esta etapa conoció “el lado menos risueño de la iglesia”, frase diplomática que se traduce en la rigidez jerárquica vaticana, en doctrinas recalcitrantes y en anacronismos absurdos. Mientras en las aulas estudiaba los dogmas más conservadores de la iglesia católica, en sus ratos libres devoraba las ideas de la teología de la liberación. Las dudas de la Iglesia como institución crecieron en este periodo; de regreso al país, se tomó un año para ordenarse como sacerdote.

Después sucedió lo que puede ser común en cualquier cura que recorre el país: ayuda, se desilusiona y lucha por mantener la fe. Es enviado a Sonsón: “un pueblo de gente buena en el que no había futuro”; a Cartagena: “una ciudad con dos caras. Trabajaba en barrios marginales, de una pobreza escandalosa. Allí entendí porqué un sacerdote se puede hacer comunista. Los fines de semana veía la Cartagena de las guías turísticas”; a Cali: “Mi mejor época como sacerdote. Junto al Padre Rómulo y al sacerdote Hernando Uribe, tratamos de renovar el apostolado”. A esta etapa pertenecen los clásicos: El cura Gallo suprime el Padre Nuestro de la liturgia, da misa a niños con marionetas, usa diapositivas para explicar mejor el evangelio, realiza sesiones de meditación en medio de la misa, entrevista a una prostituta como abrebocas de su discurso. Resultado: en varias ocasiones fue censurado por el Cardenal Alfonso López Trujillo. En Cali también empieza a dictar conferencias relacionadas con el trabajo en equipo, el liderazgo y la honestidad. Eso marcó un nuevo camino: conferencista, autor de autoayuda y editor de sus propios textos.

Dice: “Con la Fundación Oasis ayudo al prójimo y edito mis libros. Las editoriales se llevan todas las ganancias y sólo le dan un pequeño porcentaje al autor. Prefiero correr el riesgo y financiar mis textos”.

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No sorprende que las posturas de Gallo causen polémica. Rechazar el celibato, dudar que la confesión con un cura sea la única vía de perdón, no creer en el demonio, estar de acuerdo con el uso del condón y las pastillas anticonceptivas... Todo esto genera todavía resquemor en un país que se debate entre la Edad Media y la modernidad.

Gonzalo Gallo se prepara para dar una de las conferencias cuyo tema es el duelo. Antes de entrar al auditorio dice que va proyectar apartes de películas de Chaplin, que va a contar chistes relacionados con la muerte y que con ello espera mitigar el dolor que sufren los asistentes a la charla. Antes de salir a la tarima –que es como un púlpito–, una mujer se le acerca y le cuenta que está sufriendo un dolor profundo por la muerte de su esposo. Ella comienza su charla con la frase: “Buenas tardes, Padre Gallo”. Un hombre le pide que firme el libro: Muerte, un paso a la vida. La frase que pronuncia es: ¿Por favor me firma el libro, Padre Gallo? Antes de empezar la conferencia, Gonzalo respira profundo, como si fuera a empezar una liturgia. Y todos los asistentes están ahí para ver al Padre Gallo, no a Gonzalo.

Textos de Gonzalo Gallo:
  • Oasis. (17 ediciones)
  • Cuatro amores. (12 ediciones)
  • Aeróbicos espirituales. (13 ediciones)
  • El arte de fracasar. (14 ediciones)
  • Tu espíritu en frecuencia modulada. (10 ediciones)
  • El milagro está en nuestras manos. (8 ediciones)
  • Amor sin límites. (12 ediciones)
  • La magia del perdón. (5 ediciones)
  • El sentido de la vida. (3 ediciones)
  • Liderazgo en acción.
  • Muy buenos días.
  • Oraciones poderosas y páginas selectas de la Biblia.
  • Crecer en crisis.
  • Muerte, un paso a la vida.
Andrés Ramirez Mejía

Periodista

Andrés Ramírez Mejía estudió periodismo en Bogotá. Escribió de música, cine y humor en diferentes medios. Hizo Creación Literaria en Madrid y una maestría en Estudios Culturales y Literatura Comparada en Barcelona. Ha sido libretista y en la actualidad escribe para un nuevo portal y una novela llamada Freaks.

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Periodista

Andrés Ramírez Mejía estudió periodismo en Bogotá. Escribió de música, cine y humor en diferentes medios. Hizo Creación Literaria en Madrid y una maestría en Estudios Culturales y Literatura Comparada en Barcelona. Ha sido libretista y en la actualidad escribe para un nuevo portal y una novela llamada Freaks.

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