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10 pasos para salvar el planeta

10 pasos para salvar el planeta

Ilustración

Para salvar el planeta podemos usar bolsas de tela y comer menos animales. Sin embargo, como sugiere Mariana Matija, alinear la cabeza y el corazón puede ser la clave para reducir nuestro impacto ambiental, salvar el planeta, y de paso, nuestro pellejo.

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Mariana Matija

// Portada: cortesía Editorial Planeta Colombia. Mockup: Zur Bárbaro //

M

ariana publica imágenes lindas en su Instagram. Usa colores pasteles y tipografías manuscritas, y si uno mira con cuidado, entenderá que vive con dos gatas. Ahora, si uno mira atentamente, entre sus selfies y la foto de un cerdito bebé se encontrará con mensajes que trascienden lo “lindo”: están quemando la selva amazónica, este año consumimos más agua de la que el planeta puede regenerar, las abejas están en riesgo de desaparecer.

Para Mariana, el interés por cuidar el planeta viene desde que era niña y fundó un club ecológico, pero se hizo más fuerte cuando empezó a trabajar como diseñadora freelance y tuvo la oportunidad de mezclar el diseño con la sostenibilidad. Luego creó el blog Animal de isla, y con el tiempo su trabajo migró por completo a la creación de contenido en torno al cuidado del planeta y el diálogo con personas que comparten ese interés.

Su trabajo existe fuera de Instagram, y de hecho es importante aclarar que la gran mayoría de sus esfuerzos están enfocados, intencionalmente, lejos de esa plataforma: escribe en su blog, tiene una comunidad en Patreon y es la “presidenta” de El club de fans del planeta Tierra, un newsletter que también es podcast. En esos espacios, Mariana comparte sus aprendizajes sobre cómo transitar a estilos de vida más sostenibles y atajar las consecuencias de la emergencia climática que estamos atravesando.

Esos aprendizajes están condensados en 10 pasos para alinear la cabeza y el corazón y salvar el planeta, un libro que se editó en Chile hace un año y que recién se publicó en Colombia. El libro es “una guía básica para las personas que quieren reducir su impacto ambiental (y sospechan que para eso se necesita más que una guía básica)”, y un libro al que se vuelve una y otra vez.

En las primeras páginas del libro dices que el título tiene una trampa. ¿Cuál es y por qué decidiste usarla?

Cuando empecé a escribir tenía claro que quería que el libro se llamara algo así como “5 cosas que…” o “10 pasos para…”. Tenía muy presente la curiosidad que me despierta nuestro interés en las instrucciones precisas y que las cosas nos parezcan más fáciles cuando nos dan instrucciones, cuando no puede haber una sola cosa más compleja que la idea de salvar el planeta. Mi intención con el título también fue jugar con un tipo de ganchos que he visto a medida que he ido desarrollando mi trabajo, todas estas técnicas ‘ciberanzueludas' para que la gente haga clic. A veces veo cosas que dicen “tres maneras de reducir tu huella ambiental”, y yo digo “juemadre, en qué momento esperamos que esto se puede reducir a tres cosas”. Mirando en retrospectiva, ponerle ese título al libro también significó hacer más accesible el tema. Una de mis grandes frustraciones y preocupaciones en mi proceso de aprendizaje ha sido darme cuenta que la grandísima mayoría de las cosas más densas y más importantes y más urgentes están escritas en un lenguaje académico-científico indigerible para la mayoría de mortales. Toca sentarse a leer algunas cosas muy densas para decir “¿cómo traduzco esto para algo que el resto de la gente como yo quiera leer?”. Yo me lo leo por mi nivel de compromiso, pero no me dan ganas ni me parece rico leerme esa densidad.

Por otro lado, cuando hablo de salvar el planeta a lo que me estoy refiriendo es a esta tarea gigantesca que tenemos en las manos, que es tratar de atajar las peores consecuencias del proceso de colapso ecosistémico en el que ya estamos. Atajar las consecuencias más urgentes y más graves, y tratar de revertir las que no han llegado a un punto de no retorno.

Mariana Matija

// Cortesía Editorial Planeta Colombia //

¿Qué papel tiene el diseño a la hora de comunicar toda esa densidad traducida? Pregunto porque veo que tú ilustraste, diseñaste y diagramaste el libro.

El libro lo quise diseñar yo porque estoy obsesionada con el control. No, mentiras. Pero si he tenido la experiencia de hacer cosas que luego otras personas convierten en cosas que visualmente para mí es como… ¿por qué putas hicieron eso? Siendo yo diseñadora y habiéndome además dedicado sobre todo al diseño editorial, yo decía “juemadre, o el libro lo diseño yo o voy a estar herniada todo el tiempo”. Entonces por un lado fue una decisión práctica, pero por el otro para mí también fue muy importante porque mi sello gráfico siempre ha estado presente en mi trabajo desde que abrí el blog. La gente no solo se conecta mucho con lo que pienso y cómo lo expreso, sino con cómo lo muestro visualmente.

Siento que el libro está escrito con un lenguaje coherente y cuidado, que además es muy propio del contenido que produces en general. ¿El lenguaje es un tema que te interesa? ¿Encontraste otras maneras de acentuarlo a lo largo del libro?

Para mí el tema del lenguaje es un tema de máximo interés. Me parece fascinante reconocer el poder que tiene tan tenaz, porque la manera de expresar una cosa cambia completamente cómo las personas se relacionan con esa cosa. Hay muchas decisiones en torno al lenguaje que he tomado muy conscientemente, como cuando hablo de los problemas que representan “nuestros hábitos cotidianos”. Aunque esos hábitos yo ya no los tenga, me incluyo. Entonces yo no digo “la gente que come carne”, yo digo “comemos carne” a pesar de que dejé de comer carne hace casi 11 años. Me incluyo ahí porque pasé veintipunta de años comiendo carne y no me parece que tenga sentido pararme afuera, señalar y decir “ustedes los que comen carne”. Hay momentos en particular en los que sí me sacó de ahí porque quiero mostrar que yo no estoy participando en algo específico, pero en general procuro incluirme porque yo formo parte de esta sociedad insostenible, y yo no tengo ningún interés de presentarme como una persona sostenible porque no hay forma de ser una persona sostenible en medio de esta sociedad.

En cuanto al lenguaje en la estructura del libro, hice varias notas que funcionaron como una fórmula visual, como un paréntesis visual para luego poder seguir. Por ejemplo, sabía que quería empezar hablando sobre el impacto ambiental del libro porque a mí era algo que me tallaba, así que lo saqué del camino de entrada: abordemos que esto tiene una huella ambiental, que todo tiene una huella ambiental, y superémoslo porque no podemos vivir sin tener una huella ambiental. También sabía que quería seguir con el tema del lenguaje femenino, porque todo el libro está escrito en lenguaje neutro o femenino. Luego llegué a la parte del privilegio, que también se convirtió en una nota y después metí más.

Creo que esos cambios en el lenguaje hacen que el libro se reciba mejor y que el lector no sienta una brecha tan grande entre sus procesos de cambio y los tuyos, que están más avanzados.

Ese ha sido uno de los objetivos de mi trabajo, que creo que se hace más claro en la medida en la que aprendo más. Yo creo que la gente se imagina que yo tengo un nivel de compromiso treinta veces más alto del que realmente tengo, pero vivo como una persona común y corriente. Claro, con el paso del tiempo para mí se empezó a hacer más evidente eso y empecé a tratar de demostrar que cambiar los hábitos no es una cosa inaccesible. Pero como obviamente no se puede complacer a todo el mundo, eso me ha hecho ganarme enemigos, pues, “enemigos”, o ganarme regaños online de gente muy purista del activismo vegano, personas que me reclaman cuando digo que no todo el mundo tiene que ser vegano. ¡Huevón, no todo el mundo quiere ser vegano! Yo no los puedo obligar y no me queda más remedio que aceptar eso. Entonces sí me interesó mostrar en el libro que no hay que hacer las cosas perfectas ni abandonar todo lo que uno conoce y considera placentero y agradable, porque uno no se puede echar el peso de esto encima y asumir que uno lo puede hacer solo. Es un proceso colectivo y cuánto uno más participe más ayuda a ese proceso colectivo, pero uno tampoco se puede olvidar del panorama macro y quedarse ahí como en la amargura de “ay, no estoy haciendo todo bien”, porque en esa amargura nos quedamos podridos todos y ahí sí que no hacemos nada.

Mariana Matija

// Cortesía Editorial Planeta Colombia //

Eso se conecta con el paso cuatro del libro: “Acepta que duele... y aún más importante, aprende a usar ese dolor como herramienta de cambio y construcción”. ¿Qué papel crees que juegan la amargura y las emociones “negativas” en el cuidado del planeta?

Me encanta esa pregunta porque desde mi propia experiencia ese ha sido un tema central. Para mí llegó un punto en el que básicamente no tuve más opción que empezar a hablar de las emociones en el activismo, y fue porque me deprimí. No quería hacer nada, no le encontraba sentido a nada, pensaba que nada de lo que hacía tenía significaba nada para nadie y aunque no estuvo relacionado con el libro, lo escribí en esa etapa. Cuando me decidí a contarle a la gente que me estaba sintiendo horrible, hice una publicación sobre eso en el blog y la gente me escribió cosas muy hermosas. Gente que era seguidora desde hace tiempo me mandó mails diciendo que yo había sido una buena compañía para ellas en su proceso de aprendizaje, y que estaba bien que yo también necesitará contención, y para mí eso fue… Qué importante es aceptar cuando uno no se está sintiendo bien y reconocer que eso forma parte del proceso. Entonces desde ahí quise empezar a integrar eso en mi trabajo y que estuviera en el libro.Porque me parece que es absolutamente inevitable, a menos que uno esté en completa negación de sus emociones o sea un psicópata, que te dé duro si te acercas a este tema. No hay cómo no: es encontrarse con la sensación de que a uno le han dicho mentiras toda la vida.

¿Mentiras como cuáles?

Cuando yo iba descubriendo el tema de los lácteos, yo decía “no puede ser que yo me haya creído esto toda mi vida. Esto no está pasando, esto es mentira”. Parecían todas las fases del duelo. La negación, la ira, y también llegaba el momento de la culpa, donde yo no solo tenía que dejar los lácteos sino que tenía que convencer a todo el mundo de que los dejara porque esta es la peor mierda que existe sobre la faz de la Tierra. Luego pasé a la otra etapa donde dije “bueno, yo puedo hacer lo que está en mis manos para darle estas herramientas a otras personas, pero no las puedo forzar porque cada quien tiene su proceso”.

Desde mi experiencia individual y desde mi experiencia en los talleres que he dictado y ahora a través de la comunidad en Patreon, para mí es cada vez más una certeza que necesitamos hacer una integración del asunto emocional a todo el tema de activismo, de aprendizaje y observación del colapso ecológico porque sino no podemos. Necesitamos que la gente llegue, que le duela lo que le tenga que doler, pero que sienta la suficiente compañía y contención, y que tenga la suficientes herramientas para decir “esto está muy difícil, pero sigamos”.

Mariana Matija

// Cortesía Editorial Planeta Colombia //

En el lanzamiento virtual del libro en la Fiesta del libro de Medellín, una chica comentó que se iba a la cama llorando porque su familia no entendía por qué es importante cambiar sus hábitos…

No sabes la frecuencia con la que recibo mensajes de ese tipo. Yo siento que vivo en el mejor entorno posible para hacer lo que hago: mi novio es vegano y está más rayado que yo con la basura. También tengo un apoyo enorme de mi mamá, que fue la persona que me empezó a dar herramientas en torno a este tema, y en mi familia nadie me boletea ni dice cosas como “¡ay, esta tan cansona!”. En cambio, a veces hablo con gente que me cuenta cómo son las reacciones de sus parejas… juemadre, es para meterse en posición fetal debajo de una mesa a llorar. Yo debería haber hecho una colección de los mails de la depresión del patriarcado antiecológico, protagonizada por mujeres contándome cómo sus parejas les ridiculizan todos sus intentos por reducir la cantidad de basura, por tratar de dejar de comer carne o por tratar de moverse más en bicicleta, y la respuesta siempre es que qué es esa bobada. Y es muy pesado, porque aunque sean personas que aparentemente están haciendo menos cambios en su vida cotidiana de los que he hecho yo, es gente que está haciendo 20 veces el esfuerzo.

Entiendo que tu familia, tus amigos y las personas de tu entorno cercano te apoyen, pero me pregunto cómo es la relación con las personas que rechazan mucho de lo que tú propones, personas que suelen estar en las redes sociales.

Mi relación con ellos en este momento es prácticamente nula. Mi cuenta de Instagram no atraía tanto hater cuando no tenía tanta visibilidad, pero entre más amor atrae uno, más odio atrae también. En ese momento llegaban comentarios que no eran como pesados ni malucos pero que sí eran agotadores: gente diciéndome que me faltó mencionar tal cosa sobre los derechos de los animales, pero es que en una hijueputa publicación de Instagram no puedo decir todo lo que hay por decir de los derechos de los animales.

El momento en el que mi cuenta empezó a tener más visibilidad fue cuando empecé a hablar del aborto, que fue cuando fui a Profamilia para averiguar sobre la ligadura de trompas y que a raíz de eso fue que escribí este artículo para Bacánika. Estando allá afuera vi una tienda de ropa para bebé que se llamaba “Mamita, déjalo latir” y yo vi eso y pensé “esto debería ser ilegal, es manipulación emocional en su peor faceta”, entonces le tomé una foto, la puse en una historia y en la siguiente historia taché la frase y puse “Mamita, deja que las mujeres hagan con su cuerpo lo que quieran”. Desde ahí me empezaron a llegar unos mensajes… fue como “ah, este es el odio en las redes sociales”.

Mariana Matija

// Cortesía Editorial Planeta Colombia //

¿Qué encontraste cuando dejaste de enfocarte tanto en Instagram para comunicarte en otros canales como tu blog, Patreon o incluso a través del libro?

Yo siento que todo lo que he hecho en torno a este trabajo ha sido súper accidental y lo he podido entender mirando para atrás. Cuando empecé a escribir el blog no esperaba que lo leyeran más de cinco personas, que además iban a ser mis amigos y que lo iban a leer por lástima, pero daba igual. Ni en mis sueños más salvajes y remotos me imaginé que esto se iba a convertir en el foco de mi vida laboral. Era tan imposible que yo ni siquiera lo consideraba. Cuando el blog me empezó a sacar ventaja decidí encontrar una manera de poderme sostener sin otros trabajos, y empecé a experimentar con los talleres. Ahí descubrí que puedo conversar de manera mucho más fluida con la gente que se relaciona con mi contenido, y que esa conversación luego se nutre con lo que dice otra persona. Empecé a ver lo bonito que podía ser si dejaba de ser una cosa unilateral, y a pensar en la idea de tener una comunidad educativa, pero de nuevo, Patreon tampoco fue algo planeado. Solo fue como “marica, tengo que encontrar una manera de que esto sea sostenible”.

Para mí en este momento tiene todo el sentido que este no sea un proceso en el que yo escribo y los otros leen, sino donde yo estoy compartiendo de manera más directa mi proceso de aprendizaje con un montón de gente que está aprendiendo cosas que yo todavía no he aprendido, que han tenido experiencias que yo no he tenido y con las que todos nos estamos enriqueciendo mutuamente. Todo esto me ha ayudado a entender mejor para qué sirve cada canal. El año pasado hubo un momento en el que me pregunté cuántas horas le estaba dedicando a publicar cosas en Instagram y para qué. ¿Yo qué estoy sacando de acá además de likes y seguidores que muchas veces ni siquiera tienen idea de que yo tengo un blog? Y claro, quiero compartir cosas en Instagram, pero a mí me interesa que la gente que se acerca mi trabajo también quiera ver más: que aprovechen todo el contenido gratuito que tengo en el blog, las cosas que comparto en el mail y que si pueden se sumen al Patreon, pero que no se queden solamente con los 2200 caracteres de una publicación de Instagram.

Mariana Matija

// Fotografía de Valeria Duque //

En ese cuerpo de trabajo accidental y que ahora tiene forma propia, ¿qué papel juega el libro?

El libro se publicó primero en Chile. Cuando llegué allá tuve una semana muy intensa de lanzamientos y asuntos familiares, en medio de eso empezó el estallido social en Chile. Empecé a ver en Twitter cómo se estaba incendiando el edificio de Enel, la declaración de toque de queda y el estado de emergencia en Santiago. Por todo eso yo como que solté el libro. Empezaron a circular imágenes de la policía maltratando a la gente, de personas que perdían los ojos en las protestas… Para mí el libro dejó de existir. Era la prioridad número 1.500.000.000. Y como no se había publicado en Colombia, pude vivir muy aislada de él y no volverme a acordar de que yo había escrito un libro.

Toda esta vuelta es para decir que yo soy muy dura con mi propio trabajo. Leo las cosas que escribí hace una semana y me pregunto por qué las escribí, o si supiera esta cosa que sé ahora, lo hubiera podido complementar más. Con el libro, a pesar de que hay cosas que yo en este momento seguramente escribiría de otra manera o a en las que haría más énfasis, me siento súper satisfecha con lo que es y con lo que logré compartir. Siento que igual cumple con ser lo que yo quería que fuera, y que es una caja de herramientas para acercarse a este tema. Como buena caja de herramientas uno no tiene ahí absolutamente todo lo que necesita, pero tiene cosas útiles que para mí han sido valiosísimas. Creo que el libro ha cumplido con su función de permitir que la gente se acerque al cuidado del planeta desde un lugar más amoroso con ellas mismas, desde un lugar más abierto a entender la complejidad del tema. Así que siento que el libro es una buena materialización del trabajo que he hecho hasta ahora.

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